A la espera de escuchar la semana próxima los argumentos de las defensas y los alegatos últimos de los acusados, el juicio al procés llega a su fin tras cuatro meses de intensas sesiones en el Tribunal Supremo bajo la fina batuta de Manuel Marchena. Ayer los cuatro fiscales realizaron una contundente y convincente intervención para demostrar los delitos de rebelión y malversación. Nos brindaron una excelente lección de derecho penal. Los que tenemos la convicción de que lo sucedido en Cataluña durante el procés fue algo más que una simple desobediencia, albergábamos dudas sobre el tipo penal aplicable a las ilegalidades cometidas por los líderes independentistas. Sin embargo, el juicio ha servido para evidenciar que el delito de rebelión estaba sólidamente fundamentado en pruebas poderosas, empezando por las testificales de los mandos de los Mossos. Los acusados no solo se alzaron para derogar la Constitución y declarar la independencia, sino que se sirvieron de la violencia o de la amenaza de ella. No hubo uso de armas de fuego, claro está, pero sí agresiones físicas a las fuerzas de seguridad y violencia en un sentido coercitivo e intimidatorio. Como muy bien razonó el fiscal Jaime Moreno incluso la fuerza física violenta que la policía tuvo que utilizar el 1-O para entrar en los centros de votación es atribuible a aquellos que generaron esa situación indeseada. Al ser la rebelión un delito tendencial, la Fiscalía vino a decirle al tribunal que o bien condena por rebelión o no cabe nada más, ni sedición ni tampoco tentativa de rebelión.

Fijémonos que la abogada del Estado, Rosa María Seoane, que tenía un papel muy difícil tras las solidas exposiciones de los fiscales, tuvo que hacer una curiosa pirueta para desmarcarse de la rebelión y rebajar el delito a sedición. Razonó que “la violencia no fue nuclear en el plan de los acusados”, y habló de uso de la fuerza e intimidación en lugar de violencia. Es un argumento que expuso con escasa convicción y bastantes nervios porque entraba en contradicción con la finalidad última de ese alzamiento público al que anteriormente se había referido, que como se ha visto a lo largo del juicio siempre fue mucho más allá de impedir el cumplimiento de una orden judicial concreta y se conectaba con el objetivo de la independencia de hecho. La tesis de que hubo decenas de episodios sediciosos en lugar de una rebelión orquestada por los acusados no se sostiene en pura lógica. En cualquier caso, desde la Abogacía del Estado no se cuestiona el fondo de los hechos sucedidos en Cataluña sino que se pretende introducir una cuestión de grado en los medios para alcanzar la secesión. Con ello se plantea la pregunta esencial que tendrá que resolver en su sentencia el tribunal, ¿cuánta violencia y qué tipo de fuerza hace falta para que haya rebelión?

Para la mayoría de los medios y del periodismo de opinión en Cataluña, lo que ocurrió en otoño de 2017 en Cataluña no fue nada, apenas una desobediencia grave y reiterada, a lo sumo una voluntad de malversar caudales públicos, pero poco más porque finalmente, leemos a menudo, “no hubo nada grave que lamentar”. La tesis del golpe de Estado que el fiscal Javier Zaragoza relató de manera magistral es una verdad muy incómoda para el mainstream catalán políticamente correcto porque supone no solo llamar a las cosas por su nombre sino que implica aceptar que el llamado “conflicto político” es irresoluble y, por tanto, no hay nada que negociar. ¿Cómo se puede dialogar con los que justifican y defienden un golpe de Estado? En realidad, el problema tiene una solución que efectivamente sí es política, pero que tiene que darse en el interior del independentismo. Algún día tendrá que pedir perdón por su comportamiento antidemocrático e iliberal durante el procés, y aceptar que el referéndum de secesión que desea solo es posible en el marco de una reforma constitucional, aún sabiendo que muy difícilmente lo obtendrá. Pero por desgracia el objetivo a medio plazo de Quim Torra y el Govern es utilizar una sentencia presumiblemente condenatoria para volver a avivar el fuego secesionista y volverlo a intentar.