Carmen Conde, la fuerza de la voluntad
La poetisa de la generación del 27 fue una mujer vitalista, luchadora, a la que la vida le dio la razón de alguna manera
2 junio, 2019 00:00Fue la poetisa de la generación del 27. Nació en Cartagena en 1907 de donde se trasladaría a Melilla. Volverá a Cartagena a los trece años. En 1922 empieza a publicar sus primeros poemas con Juan Ramón Jiménez como mentor. En 1923 aprueba unas oposiciones para auxiliar de calco en la sala de delineación de la Sociedad Española de Construcción Naval de Cartagena. Hace el bachiller mientras trabaja y se matricula de magisterio en la Escuela Normal de Murcia a los diecinueve años, terminando la carrera de maestra en 1930 en Albacete.
Su facilidad para la escritura la refleja en su primer libro de poemas, Brocal, publicado a sus veintidós años. Un año después se casa con el crítico literario Antonio Oliver Belmás. Durante los años de la República fundó la revista Presencia, con colaboraciones de Miguel Hernández y promovió, con su marido, la primera Universidad Popular de Cartagena. En 1933 nace su hija mientras se edita su segundo libro titulado irónicamente Júbilos, prologado por Gabriela Mistral. Trabajará como Inspectora-Celadora de estudios del Orfanato del Pardo. En 1936, mientras estudiaba en Valencia, conoció a Amanda Junquera, esposa del catedrático de Historia de España Cayetano Alcázar (lo sería primero de la Universidad de Murcia y desde 1943 de Madrid) con la que según su biógrafo José Luís Ferris mantuvo una relación amorosa de largo recorrido que reflejaría en libros como Ansia de Gracia y Mujer del Edén. En los años de la guerra, mientras su marido está en el frente, ella se matriculará de Filosofía, carrera que no acabará. Su marido sería preso y ella mostraría su situación en libros como El arcángel o Mientras los hombres mueren. Colaboró activamente con el ejército republicano en actividades de cultura popular. Aprobó oposiciones a Bibliotecas, aunque no llegaría a ejercer. Trabajó como maestra interina en Murcia y dio clases a adultos analfabetos.
Al final de la guerra se esconde en Madrid en el domicilio de los Junquera. En 1940 su marido será liberado. Desde 1945 y a caballo de un montón de seudónimos, tras volverse a juntar con su marido, emprende una actividad frenética con conferencias, libros para niños y colaboraciones diversas con la cobertura que le otorga la editorial Alhambra. Pese a la dureza de los tiempos vividos nunca perdió la fe en la fuerza de la voluntad convivencial que pasaba, a su juicio, por la superación del egoísmo: “Hasta el amor --lo sabemos todos-- tiene sus tres estados: la sublimación del ser amado, de imperio sobre él y de la costumbre, que ya significa decadencia. Siempre, instintivamente, dominar, imponerse, avasallar al otro. ¡Yo, yo, yo! Lo mío, lo que quiero y lo que no quiero. Conviene irse olvidando de si mismo, para ser feliz y que lo sea el que nos acompaña en este duro camino de la Tierra, tan urgido de convivencia”. Con su marido y su madre vivió en una pensión y finalmente en un piso de la calle Ferraz de Madrid. Muy pronto colaboró con Radio Nacional de España y en la sección bibliográfica del CSIC y de la Universidad de Madrid. Las acusaciones que le hicieron por republicanismo se disolvieron rápidamente y de manera sorprendente. El franquismo la aupó a gloria literaria. En 1956 viajó a América por encargo del Ministerio de Educación para gestionar la cesión del Archivo Rubén Darío.
Desde los años cincuenta tuvo múltiples reconocimientos y premios: el Elisenda de Moncada en 1953, el Premio Nacional de Siena en 1954, el Premio Nacional de Literatura en 1967... En 1978 es elegida académica de número de la Real Academia Española, sucediendo en el sillón K a Miguel Mihura. Su marido había muerto hacía diez años. Después de la muerte de éste volvió a vivir con Amanda Junquera, siendo ésta ya viuda también. Cayetano Alcázar había muerto en 1958. Amanda murió en 1987. El Alzheimer hizo estragos en los últimos años de la vida de Carmen. Murió en una residencia de Majadahonda en 1996. Hacía mucho tiempo que ella había reflexionado sobre la muerte desde la vida: “Esta negra morada de tu creación me pesa / porque no la dominan mi juventud, mi ardor / asomada a la fuerza de los que nada saben / y se mueven a oscuras, yo deliro mi angustia / y te llamo, callada, por las enormes fuentes / de tu garganta abierta en mi pecho sin jugo. / ¡Llévame de la sobra, húrtame de mi sino! / ¡Ay Señor de la muerte, sácame de tu boca!”.
Por encima de todo, fue una mujer vitalista, luchadora, a la que la vida le dio la razón de alguna manera. Ninguna mujer desde la literatura triunfó como ella. Le sucedería en el sillón de la Academia Ana María Matute.