Parece ser que a Mas-Colell no le gusta que le embarguen, cosa que le iguala a otros muchos que no hemos sido profesores universitarios en Harvard ni Berkeley, a quienes tampoco nos gusta que nos embarguen. Al final, ya lo ven, esos sabios son como todo el mundo, y a la que les tocas los dineros se revuelven como un chucho a quien le birlan su hueso. La suerte que tiene Mas-Colell es que a él le quieren embargar la casa, la pensión y la cuenta bancaria. A mí, por ejemplo, no me podrían embargar ninguna de esas tres cosas ni aunque quisieran, ya me gustaría a mí, pero no las tengo. Ya me gustaría a mi que viniera un Tribunal de Cuentas a embargarme una casita, pero qué va, como no me embarguen la motocicleta con la que me muevo por Barcelona, se iban a quedar sin nada mío.

Ignoro por qué razón debe apenarnos más Mas-Colell que otros embargados de todo tipo que conozco y nadie se preocupa por su suerte. Igual es que Harvard y Berkeley salen en películas americanas, y en nuestro subconsciente es como si embargaran a Woody Allen en alguno de sus papeles en los que hace de Woody Allen, quizás en Toma el dinero y corre. Bien mirado, Mas-Colell guarda cierto parecido con un Woody Allen orondo y pasado de peso, así que es normal que despierte cierta compasión. Otra cosa es que a un tribunal deba ser más benévolo a tenor del aspecto desamparado del acusado.

Tengo para mí que el futuro de Mas-Colell no le importa a nadie, y mucho menos a los que fueron sus compañeros de viaje procesista. Lo que ocurre es que están viendo como el Tribunal de Cuentas afeita las barbas del viejo profesor, lo cual significa que pueden empezar a poner las suyas a remojar. Se empieza dejando sin dinero a Mas-Colell y eso ya no hay quien lo pare, son muchos los que están a la cola de la Barbería Tribunal de Cuentas. Más vale frenarlo ahora, antes de que nos toque a nosotros, piensan con buen criterio. Además, siempre queda más elegante protestar por la condena a otro, que por la de uno mismo. Mas-Colell es, por tanto, la última barrera que no pocos dirigentes del procés tienen entre la vida regalada que han estado llevando hasta ahora, y la ruina que les espera a la que la justicia les hinque el diente. Lo que hoy le suceda a Mas-Colell, mañana puede sucederle a Mas, a Junqueras, a Borràs, a Torra, a Puigdemont y a un montón de altos cargos de los que ni siquiera conocemos el nombre. "Todos somos Mas-Colell, por la cuenta que nos trae”, debería ser la pancarta que encabezara la manifestación de apoyo al profesor, en caso de que la hubiera.

El corporativismo habitual en todas las profesiones, más acentuado si cabe en las universidades, ha provocado que unos cuantos profesores y catedráticos, e incluso algún premio Nobel, firmaran un manifiesto en favor del --si no ocurre un milagro-- próximo arruinado. Ni que decir tiene que no me suena ni remotamente ninguno de los abajofirmantes, puesto que el único Nobel que conozco es Bob Dylan, pero aunque firmaran los mismísimos Einstein y Newton, el valor del manifiesto sería el mismo: cero absoluto, ya que no tienen ni idea de a qué cargos se enfrenta Mas-Colell, ni mucho menos de si es o no culpable, ni de nada en absoluto. La cuestión es firmar, que el tío es majo, pero sobre todo por una razón absolutamente comprensible: no sea que, una vez sin dinero, se le ocurra pegar sablazos a los viejos conocidos de su época docente desperdigados por el mundo. “Hay que evitar que en España dejen sin dinero a Andreu, o el tipo va a a coger el teléfono y nos va a pedir que le prestemos”, es la consigna que corre por las universidades del mundo.

Mas-Colell tiene, por tanto, el apoyo de unos políticos catalanes que no quieren acabar como él, y el de unos profesores universitarios que no quieren tener que prestarle dinero llegado el caso. No está mal, pero yo que él, me buscaría unos buenos abogados.