No sé de qué se quejan los Mossos a los que el juez Llarena pide investigar por si cometieron los delitos de dejación de funciones y encubrimiento, el día de la aparición y fuga de Puigdemont, en Barcelona.
Si no cometieron esos delitos, significa que son tontos, porque mira que era fácil detener al tipo del flequillo vistoso; o sea que el juez Llarena les está haciendo un favor con su suposición de que simplemente permitieron huir a Puigdemont. Por lo menos, su señoría deja abierta la posibilidad de que no sean tontos del todo, de que lo dejaron marchar aposta, cosa que también está fea, pero menos. Porque sobre los Mossos responsables de los hechos, no sobrevuelan más que dos posibilidades: o son estúpidos o son delincuentes.
Su señoría, que en el fondo tiene buen corazón, opta por la segunda, pero habrá de ser la justicia quien dictamine qué son exactamente. De todas formas, ninguna de las dos opciones parece demasiado idónea para ejercer las funciones de policía, una profesión que es mejor que la ejerzan personas honradas e inteligentes. Aun así, y puestos a elegir, personalmente yo preferiría que me tratasen de encubridor y de mal policía que de imbécil, aunque, por lo que parece, ellos se empeñan en quedar como eso último.
-"Señoría, niego que dejara escapar al sospechoso a propósito, lo que ocurre es que soy un inútil"- parece ser la línea de defensa de los agentes.
Cualquier juez con un poco de empatía va a dar por buena una confesión así, porque nadie prefiere quedar como idiota antes que como mal policía. Si alguien se declara imbécil, den por seguro que lo es, eso solo lo hace un imbécil. Lo que ocurre es que Llarena es buena persona y quiere darles hasta el final la oportunidad de redimirse, admitiendo que simplemente dejaron que Puigdemont se fuera.
Las familias de los agentes lo agradecerían, siempre es mejor tener en casa -como cónyuge o como padre- a un policía que olvidó a propósito sus funciones, que a un majadero.
Llueve sobre mojado, porque el 1 de octubre de 2017 ocurrió más o menos lo mismo, cuando los agentes no fueron capaces de cumplir la orden judicial de requisar las urnas: o permitieron que se llevara a cabo el referéndum, o no pudieron evitarlo. O desobedecieron al juez, o pusieron de manifiesto una preocupante ineptitud, aunque hay que reconocer que aquello no era tan sencillo como detener a Puigdemont, y que mucho tuvieron que ver en ello los mandos intermedios de entonces, que mandaban a una solitaria pareja de mossos a cada “colegio electoral”.
Regresando a Puigdemont, uno empezó a sospechar que los mossos que debían detener al expresidente prófugo eran más bien torpes -ya ven que no soy tan indulgente como Llarena, que se niega a creerlo-, cuando escuchó por boca del entonces jefe policial que la culpa había sido de un semáforo que se puso en verde. Mal vamos en Cataluña si las operaciones policiales dependen de las señales de tráfico, pensé para mí, cualquier día un atracador de bancos se les va a escapar porque el vehículo de la policía no puede circular a más de 40 km/h en vías interurbanas.
Desconozco la identidad de los presuntos delincuentes o presuntos tontos -ya veremos-, y ni siquiera he visto su fotografía, lo cual es una lástima, porque, a menudo, observar la cara de alguien es suficiente para calibrar con escaso margen de error su cociente intelectual. Tal vez a eso podría aferrarse su defensa, si es que los agentes insisten en quedar como burros y no como malos policías.
- "¿Ha visto la cara de mi cliente, señoría? ¿No le basta para discernir que Carles Puigdemont escapó porque este pobre mosso no da para más?".