El pasajero 62 no es un pasajero cualquiera. El pasajero 62 es Adriano Assis, que perdió el avión que se estrelló en Brasil hace un par de semanas, donde murieron los 61 pasajeros de a bordo. El pasajero 62 se demoró tomando un café y un operario celoso de su deber no le permitió embarcar, con el consiguiente enfado de frustrado viajero. Todos los insultos que el pasajero 62 lanzó a la cara del encargado de la aerolínea, se tornaron besos y agradecimientos cuando supo que el avión que debió coger, se había estrellado cerca de São Paulo y no había supervivientes. Para que después digan que el café es malo para la salud.
Adriano Assis se ha hecho famoso, pero ha perdido la oportunidad de desaparecer del mapa. Con haberse quedado callado, todo el mundo pensaría ahora que entre los fragmentos de cuerpo que hallaron los equipos de rescate, estaban también los suyos. Si uno tiene deudas, o una familia a la que quiere dejar atrás, o un vecino molesto, o no le gusta su nombre, o quiere simplemente empezar de cero en un lugar desconocido, nada como perder un avión que se accidenta. En El hijo del peluquero, Gerbrand Bakker ficciona la historia de un holandés que no subió al avión que se accidentó en 1977 en el aeropuerto tinerfeño de Los Rodeos, y en lugar de dar la noticia extraordinaria a su familia y celebrarlo juntos, deja que le den por muerto y empieza una nueva vida en San Cristóbal de La Laguna, a poca distancia del aeropuerto. Tan feliz y tranquilo vivió, que contaba el paso del tiempo no por años, que ni siquiera le importaban, sino por perros que iba teniendo.
Seguro que todo el mundo ha pensado alguna vez en cómo dejar atrás su vida y todo lo que hay en ella. Aparte de las razones antes expuestas, está también la de evitar seguir haciendo el ridículo, como le ocurre a Puigdemont, que tiene miedo hasta de salir a recoger la leche que le dejan en la puerta de la Casa de la República, no sea que Llarena esté apostado en el jardín, dispuesto a echarle el guante. Ahí tiene Puigdemont el remedio a su eterna vergüenza: constar como pasajero en un avión que accidentado y sin supervivientes. Ya que con su identidad real no se atreve a moverse de Waterloo, podría empezar de nuevo en cualquier lugar del mundo, tras haber sido dado por fenecido en accidente aéreo. Claro que, para ello, debería atinar a comprar un pasaje para un avión que después vaya a estrellarse, cosa que no es fácil, aunque, ya que le sobra el tiempo y el dinero, no hay más que ir probando hasta dar con un vuelo fatídico. También es importante no embarcar, por supuesto, puesto que, si embarca y acierta con el vuelo adecuado, el plan no funciona. Eso último puede parecer una advertencia sobrera, pero este hombre no se caracteriza por sus muchas luces, y capaz sería de tomar el vuelo, aún sabiendo que va a estrellarse.
Una vez dado por muerto, y tras los consiguientes especiales de TV3, el funeral de estado y un par de manifestaciones de plañideras de Junts, podría empezar una nueva y anónima existencia en algún lugar remoto, olvidando de una vez la política, donde de todas formas jamás ha conseguido nada. Para redondear la jugada podría incluso cambiarse de sexo, eso se hace hoy en cualquier parte, en España basta con ir al Registro Civil. Donde fuere, podría ganarse la vida con algo que sepa hacer, por ejemplo, de empleado en una pastelería, oficio que le viene de familia, algo se le habrá pegado. También goza de experiencia contrastada en engañar a ilusos y sacarles el dinero, pero este trabajo mejor descartarlo, ya que podría encender las sospechas sobre su identidad real, no en vano se ha ganado una bien merecida fama internacional en este negocio.