La candidatura Barcelona-Pirineos a los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030 está herida de muerte. La han cosido a cuchilladas los políticos catalanes y sus ansias irrefrenables de protagonismo. El espectáculo que ofrecen estos días es de los que hacen época. Al Govern, el asunto parece importarle una higa. Semeja que solo pretenda lucir el palmito y utilizar el acontecimiento como un pretexto más de su aparato de propaganda habitual.

No es nada fácil lograr la adjudicación de un evento deportivo tan descollante como las olimpiadas. Ahí está el ejemplo de Madrid, que lo ha intentado tres veces en el último medio siglo, infructuosamente. En la capital iban todos a una y contaban con el respaldo absoluto de las fuerzas vivas. Y aun así, no lo consiguieron.

Por ello es imperativo que Cataluña arme una propuesta sólida, en la que todos remen en la misma dirección. Lo que resulta imposible es llegar a buen puerto con desacuerdos radicales, que es justo lo que está ocurriendo.

Cataluña no cuenta con instalaciones suficientes para abordar unos Juegos de Invierno. De ahí la feliz idea de hacer extensiva la oferta al área pirenaica de Aragón. Pero el Govern ha puesto pies en pared y se niega en redondo. Está emperrado en que los postulantes sean estrictamente vernáculos, pese a que la presentación oficial incumbe en exclusiva al Comité Olímpico Español.

Pere Aragonès sostiene que si la Comunidad de Aragón quiere participar, no tendrá más remedio que hacerlo a título de comparsa, o sea, de palafrenera de los intereses catalanes. Como no podía por menos de ser, los baturros se han plantado y han dicho basta.

Para acabar de redondear este sainete delirante, el Govern anuncia que lanzará consultas vinculantes en las comarcas afectadas. Otras demarcaciones territoriales vecinas se han sumado al festejo y proclaman que también van a organizar una especie de referéndum al respecto.

Los Juegos constituyen una oportunidad sin igual para la región pirenaica, tan necesitada de inversiones e infraestructuras. Sin duda, serían un revulsivo económico, quizás el más potente que se haya registrado en la historia de esa cordillera Ibérica.  

Pero no hay que hacerse ilusiones. La batalla campal que el Govern libra contra Aragón es el canto del cisne para la nonata apuesta Barcelona-Pirineos. Aún no había nacido la criatura y ya es cadáver. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

Este fiasco significa otra valiosa ocasión perdida para Cataluña. Los trenes de este tipo pasan una vez en la vida, se detienen en la estación y cuando emprenden la marcha, es probable que ya no vuelvan nunca más. Lo mismo ocurrió hace poco con el fracasado intento de ampliar el aeropuerto de El Prat. En ambos casos, el lucro cesante es de un monto inmenso.

Y si alguien lo duda, a la vista de todos está la formidable transformación que Barcelona experimentó a raíz de los Juegos Olímpicos de 1992. La Ciudad Condal se situó en el mapa planetario con broche de oro. A partir de entonces devino un formidable polo de atracción de turistas e inversores.

Es lamentable que el Govern dé muestras de una cortedad de miras apabullante, propia de quienes todavía no se han sacudido el pelo de la dehesa. Sus objetivos no abarcan más allá del Ebro. La Generalitat aparece compuesta por una colección de aficionados incompetentes e ilusos. Hoy estamos un poco peor que ayer, pero seguramente algo mejor que mañana. Entre un Govern de ínfimo nivel y una alcaldesa corrosiva como Ada Colau, los ciudadanos de estos meridianos vamos apañados.