Después de meses de negociaciones, de estiras y aflojas, de sucesivas elecciones: ¡Por fin tenemos gobierno! Estamos así porque hace tiempo que se acabó el bipartidismo, porque el voto se ha vuelto volátil, porque muchos ciudadanos están enfadados con el sistema y se agarran a quien más les promete y por muchos etcéteras. Mientras existía bipartidismo, la tónica general era que ganaba PSOE o PP y si le faltaban escaños, gobernaba con nacionalistas vascos o catalanes, de derechas y moderados. Estos nunca entraron en el gobierno, nunca se sintieron corresponsables con la gobernabilidad de España, pero volvían a casa con más competencias. Tanto PSOE como PP se sentían cómodos porque podían gobernar sin excesivos problemas, hasta que la tortilla se daba la vuelta y le tocaba al otro.

La única opción para evitar que este país se dejara de gobernar con los nacionalismos periféricos, era que existiera una fuerza centrada que hiciera de bisagra. Tuvimos a UCD en época de Adolfo Suarez, a UPD con Rosa Díez, y últimamente a C’s con Albert Rivera. Sin embargo, ninguno ha tenido oportunidad de ejercer ese rol en el gobierno de España. Tienen la manía de querer suicidarse, colocándose a un lado del espectro ideológico, que suele ser el de la derecha. Además, ha salido otro partido a la derecha de la derecha y uno más a la izquierda de la izquierda.

El nacionalismo catalán moderado, representado por la coalición Convergència i Unió saltó por los aires gracias a la astucia de su secretario general, Artur Mas, que decidió apostar por la independencia, dado que ya no había competencias por transferir, su partido estaba de corrupción hasta las orejas y había que administrar la miseria de los recortes. Así que se subieron con ERC (independentista menos moderado) a una bicicleta que no tenía frenos, directos a conseguir la independencia en un tris-tras, a toda pastilla.

De esa bicicleta se hace difícil bajar sin hacerse daño. ERC lo está intentando y por arte de birlibirloque, los republicanos se han vuelto más moderados que sus socios, que todavía van subidos en la bicicleta. A todo esto, el PNV ya intentó la independencia de Euskadi y perdió. ETA desapareció hace tiempo y EH Bildu que representaba su brazo político, ha crecido. Así que el independentismo más radical aterriza en el Parlamento sabiendo que la amenaza de desagregación que siempre exhibe, de momento no es viable, pero tiene posibilidades de convertirse en actor minoritario, pero decisivo. A estos se suman otros grupos regionalistas, antiguos o nuevos, como Teruel Existe.

Ese panorama hizo posible que funcionara, por primera vez, una moción de censura y Pedro Sánchez consiguiese ser presidente de España, apoyado por todos estos grupos. También, por primera vez, existe un pacto para un gobierno de coalición entre las izquierdas y por primera vez se necesitan los grupos minoritarios, moderados o no, para gobernar. Esto, siempre que no quieran pactar entre si las dos fuerzas mayoritarias, con riesgo de desfigurarse mutuamente.

¿Es malo para España que gobierne la izquierda con la izquierda más radical ayudados con estos grupos minoritarios? ¿España se romperá como augura la derecha? ¿Por qué nadie ha discutido el programa de gobierno que en casi dos horas desgranó Pedro Sánchez en las Cortes en la sesión de investidura?

Quizás haya un reconocimiento explícito a que el horizonte que plantea ese programa es necesario. Porque durante los últimos años una parte importante de España se ha roto, con los ajustes debidos a la crisis, con aumento de las desigualdades, del peligro de exclusión y de pobreza extrema, con recortes vergonzantes en el estado del bienestar y cuestiones tan necesarias para nuestro futuro como la inversión en ciencia y tecnología. Esta obra de rotura se la debemos a la derecha, que ahora no discute el programa, pero se rasga las vestiduras ante el peligro de que sus adversarios rompan España.

También la han roto los nacionalismos insolidarios, que han querido abandonar el barco en vez de ayudar a reflotarlo, espoleados por el antagonismo del viejo nacionalismo centralizador. Ahora se quejan de las injusticias de que han sido objeto, y de la judicialización de la política, derivada de sus propias actuaciones. Y ahí están las consecuencias de sus actos, visibles en las calles de Barcelona y en la intransigencia que han querido implantar en nuestra sociedad.

¿Vuelvo a repetir la pregunta? ¿Es malo para España que gobierne la izquierda con la izquierda más radical ayudados con estos grupos minoritarios? Creo que para corregir un poco las roturas ocasionadas por las desigualdades nos irá bien un gobierno más sensible con los problemas que tiene España y más propenso a desarrollar políticas de protección a sus ciudadanos.

No les quepa duda que la economía mejora cuando los ciudadanos son más sanos, formados y felices. Por otra parte, este gobierno será el de los equilibrios, por tanto será difícil que desarrollen políticas extremistas y radicales. No hay que olvidar que nuestra pertenencia a Europa obliga también a alejarse de radicalismos y populismos. Por lo que hace a la rotura territorial, también lo veo difícil, ya que el independentismo acaba de fracasar, la violencia también. Sin embargo, casi no quedan transferencias por transferir y alguien debería poner orden en el sistema.

Quizás sea el momento de llegar a eso que para la mayoría es la segunda opción. Mejoremos el sistema autonómico dotándolo de elementos federales, que no son más que engranajes cohesionadores: clarificación de competencias, participación de las comunidades en algunas decisiones, mejora de la cámara territorial y más… Estaba todo en el programa que presentó Sánchez y no parece tan terrible. Hay que recordar, como ya se dijo en la cámara, que al fin y al cabo, la Constitución del 78 fue producto del consenso entre socialistas, comunistas, nacionalistas moderados y centristas. A ésta se opusieron la derecha y el nacionalismo más radical. Muchos, ahora son los herederos de esa derecha que se opuso y ahora dice defender la Constitución. Los herederos de los que la hicieron, quizás ahora, vuelvan a ser los actores necesarios para los retoques, pero la derecha debería participar para conseguir que el resultado sea equilibrado y estable.

Para eso, la derecha debería bajarse de su propia bicicleta y poner algo positivo en el tablero de juego, porque radicalizando con tópicos y banderas y sin propuestas, nada se construye.