Las grandes empresas han comenzado la ronda de presentación de resultados correspondientes al primer trimestre del año. Los que han visto la luz hasta ahora oscilan entre malos y pésimos.

Salvo notables excepciones, reflejan ya el brutal impacto del coronavirus.

Es preciso señalar que tales magnitudes comprenden dos mensualidades de cifras bastante buenas, que fueron enero y febrero; y un mes de marzo con dos partes radicalmente distintas.

La primera quincena se mantuvo en términos aceptables. Pero la segunda fue una auténtica catástrofe, debido a la declaración del estado de alarma, que acarreó la reclusión de los ciudadanos en sus domicilios y la parálisis de las actividades manufactureras y comerciales.

Las cuentas de enero-marzo encierran dos notas comunes. La primera es la mengua de los ingresos. Y la segunda es la caída en picado de los beneficios.

Ahí van unos cuantos ejemplos, espigados entre las compañías que han dado a conocer sus balances en los últimos días.

La más madrugadora es una vez más Bankinter, que forma parte de la densa red de marcas financieras de la familia Botín.

Sus ganancias arrojan un retroceso del 10%, que dadas las circunstancias se puede considerar una excelente cosecha.

En orden descendente de los beneficios, aparecen la gasista Naturgy, que contabiliza una flexión del 42%; el banco semipúblico Bankia, un 54%; Sabadell, 64%; el gigante Santander, 82%; Caixabank y el gestor de los aeropuertos Aena, 83% cada uno.

A continuación van las firmas que ya han entrado en la peligrosa zona de los números rojos. Son de citar tres en particular. Una es la automovilística Seat, que reporta un déficit de explotación de 48 millones. Otra, BBVA con un demoledor quebranto de 1.792 millones. Y la tercera, el consorcio International Airlines Group (IAG), holding que agrupa Iberia, Vueling y British Airways, entre otras, y se anota un mayúsculo agujero de 535 millones.

Las cuitas de IAG son muy representativas del panorama que nos asola. Sus directivos admiten que el sector de la aviación comercial tardará varios años en volver a la normalidad anterior a la irrupción del devastador virus.

Dicho con otras palabras, habrá de transcurrir mucho tiempo antes de que el tráfico aéreo –y en consecuencia, el turismo– tornen a lucir las magnitudes que venían registrando hasta hace muy pocos meses.

Debido a estas negras perspectivas, la cúpula de IAG acompaña el informe sobre sus cuentas del periodo con el anuncio de que va a practicar hasta 12.000 despidos en el Reino Unido, o sea, un tercio de su fuerza laboral en ese país.

Para calibrar el derrumbe que se avecina hay que tener presente que las cifras del primer periodo anual citadas incluyen solo 15 días de cese productivo casi total.

Y que, pese a ello, hasta marzo se verificó la mayor caída nunca vista del PIB español, con una merma del 5,2%.

Por tanto, se trata del aperitivo del descalabro que tenemos a la vuelta de la esquina. En el segundo trimestre del ejercicio las empresas habrán de computar un mes de abril, de perfiles aciagos, probablemente el peor de la historia reciente. Y los meses de mayo y junio, que por el momento son una incógnita, pero se presumen calamitosos. Los españoles que acabarán en las filas del paro se van a contar por millones.

Tampoco ayuda el laberíntico plan de “desconfinamiento”, un confuso galimatías voceado esta semana por el presidente Pedro Sánchez. Es tal el caos que ha desatado, que al día de hoy pocos ramos de negocio saben a ciencia cierta cuándo y en qué condiciones se les permitirá abrir las puertas.

Una vez que se despejen las dudas, se podrá calibrar con mayor precisión la gigantesca magnitud del desastre y el consiguiente desplome del poder adquisitivo de la población.

Tampoco ha quedado claro hasta ahora cuándo levantarán la persiana los juzgados mercantiles. Son decenas de millares las empresas que acampan a sus puertas, dispuestas a instar la suspensión de pagos.

El choque que afronta el país es demoledor. Lo peor de todo es la atroz imagen de improvisación, descontrol, negligencia y sectarismo que desde las alturas del Gobierno se transmite día tras día.

Eriza el vello escuchar en el Congreso a todo un vicepresidente del Gobierno como Pablo Iglesias defendiendo esta semana los “logros” históricos de un sistema calamitoso y criminal como es el comunista.

En resumen, mientras el grueso de los españoles seguimos confinados en nuestras casas, el siniestro tándem Sánchez-Iglesias ocupa, para desconsuelo general, el puente de mando del barco. Menudo infierno económico y social se nos viene encima.