El analista financiero Luis Torras, en la entrevista con 'Crónica Global'

El analista financiero Luis Torras, en la entrevista con 'Crónica Global'

Pensamiento

Luis Torras: "Si España tuviera la presión fiscal de Suecia, ya estaríamos todos en el paro"

Torras, analista financiero, cree que se debe dejar la fiscalidad a un lado y aprovechar la crisis del Covid para las reformas económicas que se aplazaron en el pasado

3 mayo, 2020 00:00

Luis Torras habla con empatía. No considera que tenga la verdad, pero reclama que se vaya más allá de la frase sencilla y asertiva. Las relaciones económicas son complejas, y lo que pide Torras es entender todos los factores implicados. Es licenciado y máster en Administración y Dirección de Empresa por ESADE Business School, Máster en ADE por la School of Economics and Management de la Universidad de Tsinghua (Beijing), y ha dedicado buena parte de su vida profesional a la consultoría estratégica y a la banca de inversión. Ha trabajado en Nueva York, Madrid y Londres. Ahora trabaja como analista financiero en una gestora de fondos de inversión en Barcelona. En esta entrevista con Crónica Global tiene claro que España debe ir con cuidado con sus peticiones a la Unión Europea. Los otros países también tienen sus razones y sus argumentos. Y señala con determinación: "Si España tuviera la presión fiscal de Suecia, ya estaríamos todos en el paro", para pedir reformas estructurales, más allá ahora de las urgencias por el Covid-19. Torras no olvida su faceta como miembro del Instituto de Estudios Estratégicos de Foment del Treball, y destaca el papel de los empresarios en toda esta crisis.

--Pregunta: El Gobierno español insiste en el fondo de “reconstrucción” de la Unión Europea, con la idea de que no debe haber condicionalidad. Las cifras que se manejan se sitúan en torno a 1,5 billones de euros. ¿Es realista, está la UE en condiciones de ponerlo en marcha?

--Respuesta: Surgen algunas consideraciones de carácter previo. Es importante reconocer que estamos sufriendo un proceso de enorme empobrecimiento. Por su naturaleza de demanda, tiene sentido que, con respecto a la crisis por el Covid tiremos de déficit para comprar tiempo y salvaguardar así el grueso del capital productivo para que, felizmente, cuando controlemos la pandemia podamos reactivar de nuevo la economía. Exigir asistencia financiera extraordinaria (que no apoyo puntual con respecto al tema sanitario), sin algún tipo de condicionalidad me parece incluso injusto por el sufrido contribuyente europeo. España llega a esta crisis con su credibilidad muy dañada después de haber incumplido los objetivos de forma repetida. La semana pasada conocimos que en 2019 el gabinete se volvió a desviar de su compromiso de déficit; pocos días antes, conocíamos que la ministra Montero renunciaba a presentar presupuestos parapetándose en el Covid. Se trata de una irresponsabilidad enorme y un gran daño para la proyección del país al exterior. Desde el punto de vista puramente económico y financiero, España necesita importantes reformas estructurales que faciliten la creación de riqueza ensanchando la base productiva del país si quiere garantizar la sostenibilidad de sus cuentas y trasladar confianza a sus socios europeos.

--¿Cómo se debería financiar, en todo caso, ese fondo? ¿Con garantías por parte de todos los miembros de la UE, con el anclaje de los presupuestos europeos?

--El debate se ha centrado casi en exclusiva en el tema de los Euro(corona)bonos, pero es un mecanismo que, siendo igual imprescindible, su implementación real plantea muchas dudas. Las instituciones Europeas carecen de mecanismos de control y fiscalización de esta posible deuda mutualizada. No es algo nuevo, todo son temas que ya debatimos con gran pasión en la crisis Europea de 2012. Luego esta el tema de la profunda asimetría de la operación donde, al final, el respaldo tácito de esta deuda recae sobre los países solventes de la UE lo que, de manera ineluctable, debilitaría su posición financiera. Cabe preguntarse hasta qué punto es justo que las clases medias y trabajadoras de estos países, que llevan años tomando otro tipo de decisiones, acaben asumiendo los costes de nuestras malas decisiones. Y no me refiero a la crisis puntual del Covid para la cuál Europa ya habilitado diferentes mecanismos de apoyo a la liquidez, sino me refiero a financiar nuestro gasto político excesivo, el déficit de buena gestión pública o la falta de reformas (que sí hacen otros países). Alemania, por ejemplo, se jubila dos años más tarde que nosotros y, en base a datos del Eurostat, con un salario medio superior al nuestro (2.719 euros vs. 1.637 euros), tiene una pensión media inferior a la nuestra (1.003 euros vs. 1.070 euros). Quizás antes de pensar en términos de condicionalidad, tenemos que hacer todos un ejercicio de empatía.

El analista financiero Luis Torras, en la entrevista con 'Crónica Global'

El analista financiero Luis Torras, en la entrevista con 'Crónica Global'

--Se habla, así lo defiende el presidente Pedro Sánchez, de una crisis simétrica. ¿Cree usted que es así? ¿Estados como Holanda o Alemania consideran que es asimétrica?

--Sin entrar en valoraciones políticas, creo que es un tema que ni viene al caso ni afecta a la cuestión fundamental. La crisis del Covid me temo que ha afectado a todos los países por igual: peor lo tenía Corea o Taiwán, más cerca de los focos de contagio. En cualquier caso, Europa no está negando asistencia sanitaria a los países con mayores dificultades, y en repetidas ocasiones nos han dado una enorme cantidad de crédito sin exigir ningún ajuste ni injerencia en nuestra economía salvo la famosa modificación en 2011 del artículo 135. Algo que sí ha pasado en Irlanda, Portugal o Grecia, países en los que las reformas se impusieron desde fuera y se exigió una mayor austeridad y que, curiosamente han sobrellevado la crisis con mayor solvencia que nosotros. Hasta cierto punto, de esta crisis podemos decir que el modelo teutónico ha salido algo reforzado y es lógico que se nos exijan, más que condiciones, me gusta hablar de garantías. Sobre todo pensando en la fatiga que pueda existir entre el contribuyente alemán, holandés y de otros países.

--¿No debería llegar la hora de Hamilton? ¿La posibilidad de constituir un Tesoro Europeo?

--Mi opinión personal es que no es el momento, y creo que nunca llegará. EEUU es una nación, con toda la carga de profundidad que lleva consigo la palabra. Europa, por su parte, es un complejísimo crisol de naciones con unas preferencias políticas, concepción de lo público, y marcos institucionales tremendamente dispares, lo que hace que la empresa del Tesoro Europeo se me antoje imposible o, mejor dicho, se convierta únicamente en fuente de problemas. Imaginemos a cuatro estudiantes compartiendo piso. Ninguno de los cuáles come lo mismo: ¿ponemos todo en una despensa común o asignamos un sitio para las cosas de cada uno? ¿En qué escenario es más probable que surjan conflictos? Por otro lado, es importante repasar como han acabado todos los intentos por intentar controlar políticamente todo el continente. A beneficio de inventario, diré que tampoco soy de la opinión de que un Tesoro Europeo que facilite el gasto y el endeudamiento sea un elemento que solucione nada: los problemas estructurales de Europa, de España, no se solucionan con más gasto público, tampoco con más deuda. Se trata de un elemento que supone una peligrosa e ineficiente concentración de poder. EEUU ha tenido hasta tres intentos de bancos centrales. Los dos primeros acabaron tan mal, que cuando los banqueros de Wall Street quisieron fundar la Fed en 1913, para mutualizar sus pérdidas en caso de crisis, tuvieron que reunirse en secreto en Jecklly Island. Con todo, más importante incluso que el resultado al que lleguemos, es el proceso, y que la construcción europea se haga de abajo arriba.

--Si nos ponemos en la piel de Holanda o de Alemania como usted decía, ¿Qué condicionalidad se le debería pedir a España o a Italia? ¿No es Alemania y los países del norte europeos los que han de entender que no todos los países pueden transformar sus economías hacia un modelo orientado casi por completo a la exportación? 

--Creo que los tiros no van tanto con respecto al modelo productivo sino a dar garantías de que seremos capaces de mantener la calidad de esta nueva deuda y de su sostenibilidad en el largo plazo. España quizás no exporta tanto, pero recibe cada año hasta 80 millones de turistas que se dejan aquí su buen dinero. El sol y playa es nuestro petróleo y una primera cuestión es como lo ponemos en valor, ¿cómo hacemos que la gente invierta en España y que esta inversión dé lugar a creación de riqueza y empleo? Es importante que España en particular aborde las reformas que tiene pendiente que lastran su competitividad y dificultan el crecimiento. Con respecto al gasto hay dos tipos de consideraciones. Por un lado, lo referente a reducir el gasto político y mejorar el nivel general de eficiencia del gasto. A todos los niveles. Gastamos mucho y muy mal (así lo refleja el WEF, entre otros informes): hacemos consorcios y creamos entes para casi cualquier tontería, tenemos mil televisiones autonómicas, duplicaciones, y demasiadas veces pensamos en lo público no como en algo al servicio de los ciudadanos (que sufragan su gasto) y que por lo tanto tiene que ser eficaz , sino como un botín que conquistar que permite colocar a los compañeros de partido. Es algo que urge cambiar y pasa también por cambios profundos en nuestra cultura política que tiene que re-profesionalizarse, si se me permite la expresión. Por otro lado, está el capítulo de reformas sin las que la sostenibilidad financiera es imposible. Al margen de las reformas pro-crecimiento, la adaptación del sistema de pensiones a la nueva realidad demográfica no puede demorarse más, un ajuste que pasa por incorporar de forma paulatina mecanismos de capitalización y una reforma holística de la fiscalidad que mejore la capacidad de ahorro de las familias. No actuar es demorar el problema hacia más adelante, mientras éste se hace más grande. La deuda compra tiempo, pero no soluciona problemas

--Nos ponemos, en todo caso, en las tesituras de los países del norte. ¿Cómo podría España aprovechar la crisis provocada por la pandemia para constituir un modelo distinto, con un menor peso del turismo en el PIB?

--Sin ser nadie para juzgar el tejido productivo que debe tener España, que al final es algo que depende de las decisiones de ahorro e inversión de todos, sí es importante reflexionar sobre como ponemos en valor nuestros activos y qué aspectos son más perentorio que mejoremos. No esta mal que seamos una potencia turística, el tema es como ponemos este sector en valor y hacemos que sea fuente de riqueza y empleo de calidad. Para ello, volvemos a lo de antes: necesitamos una fiscalidad que permita ahorrar, sin ahorro es imposible acumular capital, y sin capital es imposible crear empresas capaces de crear riqueza y empleo. Cuanto mayor es la dotación de capital, mayor la productividad, y mayores los salarios. Hay muchos aspectos que trabajar además de la reforma mercado laboral, lleno de rigideces e ineficiencias que lejos de proteger al trabajador lo único que hacen es precarizar el nivel general de empleo, sobretodo entre los más jóvenes y menos productivos (qué decir de nuestra inaceptable tasa de paro), o nuestro desastroso mercado de la energía. El precio de la electricidad, por ejemplo, un insumo básico en cualquier proceso industria, ha subido casi un 75% en los últimos 10 años; más que en cualquier país de nuestro entorno. Más de la mitad son impuestos. Esto lastra competitividad y hace que la única palanca de ajuste para con la competitividad sea apretar los salarios. Para crear empleo, antes hay que crear empresarios. Pero la crisis del Covid abre interesantes oportunidades para relocalizar parte de la industria de nuevo en nuestras fronteras para, por ejemplo, mitigar riesgos de suministro, tener más agilidad o no depender tanto de terceros países. Para que este tipo de decisiones se materialicen hay que generar un entorno fértil para la creación de riqueza y atractivo para el capital, algo que una parte de la izquierda cree que pasa por debilitar derechos sociales lo cuál es falaz. Pasa por que la gente goce de un mayor grado de libertad. Desgraciadamente los pasos que damos suelen ir en la dirección opuesta a lo que necesitamos.

--¿Cuál es, a su juicio, el gran impedimento para una unión fiscal europea, los países del sur o el gran socio de Alemania: Francia?

--Ha ido saliendo a lo largo de esta conversación, pero básicamente la muy diferente dotación de capital y visión de la política en cada uno de los 27 países de la Unión. Irlanda, por ejemplo, es un país pobre en dotación de recursos y población, víctima de varias hambrunas en el pasado. Es un país que ha optado por un modelo de impuestos bajos (y poco gasto, que siempre se nos olvida esta parte), para atraer inversión, la única manera que han encontrado los irlandeses para hacerlo. No se han gastado el dinero (que tampoco tenían), en grandes trenes o carreteras, tampoco en un Estado del Bienestar excesivamente oneroso o subvenciones en ornamentación. Un camino que han recorrido de forma democrática: estaremos o no de acuerdo, lo querremos o no para nuestro país, pero resulta problemático querer imponer desde fuera algo distinto. Por otro lado, si España tuviera la presión fiscal de Suecia, ya estaríamos todos en el paro, o se habría disparado la economía sumergida. Peor igual sería que nos impusieran el modelo educativo de Finlandia: mayoritariamente público, pero en donde hay competencia entre profesores, alumnos y centros. Qué no decir de países como Bulgaria o Rumanía, socios de pleno derecho de la Unión y que tienen tasas de corrupción propias de países latinoamericanos. ¿Qué quiero decir? Con esta enorme disparidad, tratar una fiscalidad común se me hace impensable. No existen soluciones únicas a problemas complejos: cada país mira de abordar los problemas como puede y con una combinación de elementos tremendamente compleja. Reducir esta serie tan rica de variables a únicamente la palanca fiscal, simplemente porqué es fácil de controlar en Bruselas, es contraproducente y nos hace más frágiles a todos. Se trata de un tema sobre el que hay mucha confusión. Tampoco es deseable una armonización fiscal en España, es algo jacobino e ineficiente.

--Al margen de esas discusiones de fondo, ¿la solución ahora pudiera ser de nuevo el BCE, comprando deuda que puede que no se pague nunca?

--El BCE está jugando bien su papel de apoyo a la liquidez en esta crisis, pese a estar atrapado, como la Fed, en una telaraña que él mismo ha tejido. Todavía estaríamos a tiempo de salvar el tema de la deuda perpetua, algo que requiere de tomar decisiones valientes, solvencia en lo intelectual, y liderazgo político. Igual pido mucho. Me preocupa que las acciones del BCE, como ya pasó en 2012 con las famosas palabras de Draghi, solo sirvan para posponer las reformas. Compramos tiempo, que luego no utilizamos para corregir las causas reales de los problemas. A su vez, ir tirando de gasto y deuda hace que seamos cada vez más dependientes de la inflación monetaria que infla todo tipo de activos al tiempo que los salarios, al depender de la productividad marginal, con el abandono de la agenda reformista, quedan condenados a un irremediable languidecimiento. El resultado es un crecimiento ilusorio, sobre el papel, no real, tremendamente injusto y desigual. Podemos imprimir papel, pero no riqueza. Cabe preguntarse si realmente vale la pena ahogar las posibilidades económicas de nuestros hijos condenándolos a un esquema de deuda perpetua y desorden monetario de final incierto. Resulta sorprendente lo mucho que nos acordamos de ellos cuando hablamos del cambio climático, y lo rápido que nos olvidamos cuando hablamos sobre estos temas.

--¿Se debería llegar a ese tipo de soluciones, de reestructuración de deuda y asumir la realidad en los próximos años?

--La negociación política de la deuda sabemos como empieza pero no como acaba. Espero que de la crisis de 2010-2012 se hayan extraído aprendizajes sobre lo nocivo que es añadir populismo y emocionalidad al debate. Es algo que ya hemos visto en redes sociales, con acusaciones de insolidaridad a nuestros socios que no son de recibo. De nuevo me temo que veamos un nuevo choque entre la visión teutónica (ordoliberal, aunque no soy muy fan del término), estricta con la normas y temerosa de la inflación, y la visión mediterránea, más laxa. Un debate que se explica bien en El euro y la batalla de las ideas (Deusto, 2017). Vale la pena, por ejemplo, repasar la historia de John Law, el Ben Bernanke del siglo XVIII, expulsado de Escocia y Holanda por tamposo mientras en Francia se le hacia responsable de la Banca Real. Curiosamente en España ha habido una enorme tradición de suspicacia con respecto a la inflación, como en Alemania, desde el padre Mariana, hasta Jaime Balmes. Una rica tradición, por desgracia, hoy totalmente ignorada.  

--Pero, ¿en todo caso, qué hacer?

--Al margen del choque de visiones, el problema de fondo es que hay muy poco margen real para una reestructuración estricto senso; como indica, con tipos cero lo único que te queda en este camino hacia ninguna parte es pasar parte de esta deuda a perpetuidad y pagar intereses de por vida. Personalmente me horroriza la idea. Desearía que antes de tomar una decisión tan drástica, nos aseguramos de que realmente era imprescindible o que, si por el contrario, si hubiéramos tenido la valentía y la visión de favorecer un entorno más favorable para la creación de riqueza en todos los ámbitos esto se hubiera podido evitar. Nuestro último desvío presupuestario ha sido de 10.000 millones, un gasto político absurdo de “viernes electorales” como antes había pan y circo (y mientras Holanda o Alemania sí hacían los deberes). Esto nos ha quitado 1,5% del PIB en fondo de maniobra fiscal que como señalaba hace poco el economista Javier Santacruz sería suficiente para poder sufragar el gasto de los ERTE y otras partidas de ayudas directas. Entristece pensar el panorama que vamos a dejar a las generaciones futuras no por el Covid sino por la falta de criterio, gestión y responsabilidad a la hora de gestionar lo público. El drama para mí es pensar que estamos optando esta opción de deuda perpetua no porqué no existan mejores opciones también posibles, sino simplemente por comodidad de los que gobiernan.

El analista financiero Luis Torras, en la entrevista con 'Crónica Global'

El analista financiero Luis Torras, en la entrevista con 'Crónica Global'

--Usted conoce bien la realidad de China, ¿puede ser la gran ganadora de esta crisis, o, al revés, la gran perdedora porque el proceso de globalización tenderá a frenarse y los países occidentales querrán recuperar la industria perdida?

--Es una pregunta compleja en tanto en cuanto la polvareda que ha levantado la crisis aún no se ha asentado del todo, es prematuro ver como queda el tablero global post-Covid. Algunos analistas han tenido la tentación de señalar cómo el sistema político chino ha salido revindicado en la crisis del Covid por su mayor eficiencia, pero me parece un análisis falaz. Muchos países de nuestro entorno, con instituciones perfectamente democráticas han gestionado la crisis con gran eficacia y transparencia. La imagen de China, lleva cierto tiempo debilitada, especialmente desde la intensificación de los conflictos en Hong Kong y creo que de esta crisis ciertamente saldrá algo más debilitada. Por otro lado, un repliegue de la globalización podría afectarla, aunque es una tendencia secular que venimos observando desde 2008 y que ha tenido un impacto limitado en China en tanto en cuanto ésta en disposición de imponer sus reglas en su ámbito de influencia. Con todo, de este proceso de empobrecimiento no saldrán ganadores. Por último, de esta sensación de que “China gana peso”, estaría bien reflexionar hasta que punto se debe al propio auge de los chinos, hasta que punto es simplemente declive e incomparecencia por parte de los europeos.

--Sin embargo, ¿hay un peligro de enfrentamiento, incluso bélico, si todos los países comienzan a mirar hacia el interior, para recuperar producciones que se habían deslocalizado?

--La economía es un juego de suma positiva, no como el poder político que lo tienes tú o lo tengo yo. El proteccionismo perjudica, tarde o temprano, a la región que lo aplica: supone limitar la oferta de productos en rango y calidad, y tiene un fuerte carácter inflacionista. Con las crisis, es una reacción primaria que hay que controlar. Por otro lado, es importante diferenciar cuando estamos ante un incremento del proteccionismo, y cuándo ante conflictos de una naturaleza más compleja. Pienso en el eje EEUU y China, donde hay un conflicto más político –un choque de modelos–, que comercial. Retórica grandilocuente de Trump al margen. Europa, por su parte es una región tremendamente proteccionista, y de forma secular. Europa ha ido integrando su mercado interno, pero es tremendamente proteccionista con respecto al exterior. Hoy, pese al “America First” de Trump, seguimos teniendo unas barreras arancelarias y no arancelarias mucho mayores que las de EEUU. Esperemos que seamos capaces de controlar esta reacción tan primaria, y en el caso de Europa de procurar abrir más nuestros mercados. Con respecto a las posibilidades de enfrentamiento bélico, si hay algo que de nuevo no ayuda es el incremento de la deuda sin límites.

--¿Qué papel deben ejercer organizaciones como Foment del Treball en estos momentos? ¿Qué debe aprender el tejido empresarial a partir de esa crisis?

--Foment tiene una función principalmente de representatividad, un rol que viene recogido en la propia Constitución y que, cómo en el caso de otros muchos órganos de la sociedad civil, tiene la enorme responsabilidad de actuar como auditor del poder político. En nuestro caso, en el ámbito de la empresa, intentado aportar ideas, apoyar y contribuir a generar un terreno fértil para la creación de riqueza y empleo. Es una función estrechamente ligada con el mundo de las ideas. En general, el tejido empresarial ha sabido reaccionar con mayor celeridad y solvencia que el sector público. Esta crisis está suponiendo una enorme prueba de esfuerzo al nivel de apalancamiento financiero y operativo de las empresas. La casuística es muy variada, siendo asegurar la liquidez la prioridad de todos. Desde las patronales este es un momento para arrimar el hombro y contribuir para aportar ideas y soluciones, como espero que humildemente así se perciba.

--¿Debemos apostar por un mayor papel del Estado y del poder de lo público, con mayores inversiones, por ejemplo, en sanidad? Y si es así, ¿cómo se financia?

--Más que pensar en términos de lo público, me gustaría que de esta crisis salieran reforzadas buenas ideas. De hecho, lo público, contrario a lo que a veces se nos traslada, lleva reforzándose sin parar. España tiene un gasto asistencial de los más altos de toda la OCDE, una red de todo tipo de ayudas, subsidios, becas, pensiones y subvenciones de todo tipo que garantizan la igualdad de oportunidades y de que nadie se quede atrás. Otra cosa, es que si este gasto asistencial no va acompañado de reformas para mejorar la competitividad y el crecimiento, los salarios reales se estancan. No se puede combatir un proceso de empobrecimiento estructural con medidas de gasto. Con respecto al tema sanitario, España cuenta con una de las mejores dotaciones de recursos del mundo. El problema hoy no es tanto de gasto, sino de gestión: deberíamos dejar de medir la calidad de los servicios por los inputs (gasto), sino por los outputs (calidad efectiva de los servicios). Por otro lado, la clave no es tanto el debate sobre la titularidad de los activos (público/privado), sino que se garantice la universalidad del servicio de forma eficaz y eficiente en calidad y precio. Para tan ambiciosa empresa, renunciar a la capacidad de gestión e innovación del mercado es una completa insensatez. Por el contrario, proveer un determinado bien o servicio en régimen de monopolio es caro, muy ineficaz y peligroso para con las libertades de un orden democrático al obligar a todo el mundo a pasar por el mismo aro. Entonces el Estado del Bienestar deja de ser un mecanismo para garantizar la igualdad de oportunidades, para convertirse en una herramienta de imposición de un determinado modelo social. Una visión incompatible con los principios de una sociedad abierta. En este sentido, la colaboración público-privada es algo fundamental para lo que es importante que haya confianza entre las partes. No es aceptable que desde muchas administraciones públicas se desconfíe constantemente de la iniciativa privada. Una constante también y por desgracia en los programas y series de las televisiones públicas. Personalmente, desearía que de esta crisis saliera reforzado el ahorro, los hogares, hoy tremendamente descapitalizados, y la sociedad civil, maltrecha y excesivamente dependiente de la financiación del Estado y que debilita su eficacia a la hora de garantizar una sociedad democrática y plural.

--¿Hay que apostar de forma definitiva por una especie de renta básica universal de carácter estructural, como intenta poner en pie el Gobierno de Pedro Sánchez?

--Sinceramente, me parece una mala idea, además de estar mal planteada. Sí soy muy consciente de lo atractiva que resulta entre muchos políticos e intelectuales sometidos a la presión de trasladar a la ciudadanía soluciones fáciles de implementar y sobretodo indoloras. Prometer sangre, sudor y lágrimas, no esta en el orden del día. Sin embargo, un análisis pormenorizado arroja muchas sombras. De entrada, resulta confuso cómo se plantea la medida, como si España fuera un país tercermundista, ignorando la tupida red de protección social a la que me refería antes y que hace que tengamos hasta un 3,6% sobre el PIB de mayor gasto social que la media de los países de la OCDE. Uno escucha según qué discursos y parece que estemos en Venezuela. Nos hemos acostumbrado a que el relato político vaya por un lado, y la realidad de los datos por otro. De hecho, muchas CCAA ya disponen de políticas de este tipo para asegurar que nadie se queda atrás. 

--¿Entonces?

--Luego está la capacidad para gestionar la propia medida. A fecha de hoy, el Gobierno apenas ha cumplido, según sus propias estimaciones, un 5% de todas las ayudas que prometió y está siendo incapaz de dar seguridad jurídica a los ERTE, de los cuáles empezamos a saber que el Gobierno no tiene fondos para sufragarlos. Me parece legítima la duda de que este gobierno sea capaz de gestionar en tiempo y forma una medida de este tipo que, en cualquier caso, tendría que estar debidamente acotada en el tiempo. Por último, a largo plazo, es una medida inflacionista que no soluciona ningún problema real sino que los perpetua en el tiempo. Insistimos en poner tiritas sin antes desinfectar la herida, y sin pensar que el dinero de los alemanes también se acabará algún día. Por último, tampoco sabemos los efectos distorsionadores que este tipo de medidas tendrán sin duda en los diferentes procesos de negociación salarial. Es un paso más en sovietizar innecesariamente nuestra economía y consolidar un sistema asistencial que no nos lleva a ningún sitio, en vez de trabajar por ver cómo reconstruimos nuestro tejido productivo y facilitamos un entorno en donde la gente pueda valerse por sí misma. Este es quizás el tema que personalmente más me inquieta: ¿es sostenible una democracia con una ciudadanía cuya manutención depende cada vez más del Estado?