Desde hace meses, Albert Rivera y, en menor medida, Pablo Casado vienen reclamando una nueva aplicación del artículo 155 de la Constitución. A lo largo de este período he manifestado el sinsentido de dicha propuesta pues, tal como ha señalado el Tribunal Constitucional, dicha aplicación solo puede considerarse en situaciones excepcionales, que no se daban. Más allá del enorme ruido y crispación, no se ha quebrado la legalidad en Cataluña. Por contra, dicha apelación a una nueva suspensión de la autonomía venía a dar argumentos al independentismo radical, en unas circunstancias en que la situación tendía a normalizarse.

Sin embargo, cuando la propuesta de Rivera perdía fuerza, Quim Torra parece decidido a salir en su socorro, pudiendo favorecer con su irresponsable actuación la aplicación del artículo 155, o de la Ley de Seguridad Nacional. Ello, pese a que, de manera muy clara, la ciudadanía catalana está por la moderación, como señalan tanto las encuestas como la muy menor movilización en la calle.

Pero, y ahí reside el problema, el Parlament está controlado por una ajustada mayoría parlamentaria, que ni es homogénea ni cuenta con un apoyo ciudadano mayoritario. Dentro del bloque independentista las fisuras son enormes. Mientras unos apuestan por la unilateralidad y el enfrentamiento, otros consideran el diálogo y la pacificación. El problema reside en que a estos últimos les falta el coraje para posicionarse públicamente.

Así, con un apoyo ciudadano que, como mucho, se situará en una tercera parte de la población, podemos adentrarnos muy fácilmente en escenarios que aboquen a una nueva intervención de Cataluña.

Uno de los escenarios factibles es aquel en que se combinen las llamadas del President Torra a la desobediencia, con disturbios en las calles. En que su apoyo inequívoco a los CDR detenidos, coincida con la confirmación de algún vínculo, por mínimo que sea, de dicho supuesto grupo violento con algún cargo político, según se viene señalando. O bien se perciba cualquier irregularidad en el cuerpo de los Mossos, cuyo máximo responsable ha dimitido recientemente. Si este escenario, o similar, se produce, no se puede descartar ninguna opción.

Incapaces de moverse de sus propuestas más extremas, las posiciones más radicales pueden, curiosamente, acabar encontrándose en la aplicación del 155. La fascinación del cuanto peor mejor les resulta extraordinaria, aunque conlleve un enorme desastre para la totalidad de los ciudadanos catalanes. Ellos, a lo suyo. Al 155.