A lo que cae, hay que ayudarlo a caer. A lo que muere, hay que ayudarlo a morir.

En este sentido, ojalá que Puigdemont, el “president legítim” de la Generalitat, el exiliado de Waterloo, obtenga en los próximos comicios los sufragios necesarios para ser elegido eurodiputado. Pues todo lo que sea facilitar la preeminencia ejecutiva de este hombre en la política nacionalista catalana y continental, todo lo que sea empoderarlo, será beneficioso para los catalanes y para España.

Es bueno que Puigdemont tenga cargo en Bruselas y un sueldo muy aseado a cargo de los presupuestos del Estado, sin tener que recurrir ya al fondo de reptiles de la Generalitat o a los ahorros de los incautos; es buenísimo que disponga de un altavoz para difundir sus consignas y proyectos, pues estamos hablando de un hombre que en toda circunstancia agrega un acelerador de confusión, de desorden, de sinrazón, de necedad y de corrosión que deslegitima a los suyos y abre los ojos a los demás sobre la naturaleza del ideario nuclear que el pujolismo difundió por todos los estamentos sociales y políticos y que décadas después ha llegado a su lógica apoteosis, con la declaración de independencia y el actual estado de las cosas.

Por su culpa --o gracias a él-- la Generalitat está atascada, sin presupuestos; no se hace nada, no se resuelve nada, ni siquiera se conspira con comodidad; la sociedad está dividida, agriada, hastiada; la intelectualidad, desacreditada; el empresariado, confuso y avergonzado de haber financiado a semejantes muñecotes...

Y mientras los muñecotes a los que la inercia del movimiento aupó sigan teniendo patente de corso para enredar, los nacionalistas que se consideran más fríos y pragmáticos verán cegado el camino, que tanto les gustaría recorrer, de regreso hacia los buenos tiempos del pujolismo, con sus negocios, sus enjuagues, sus “peix al cove”, sus tres por cientos y sus Catdems.

El camino de regreso a la pomada será más largo e intrincado mientras los guardianes de las esencias tengan tribunas para acusar a quienes quieran adentrarse en él de estar traicionando los sublimes ideales patrióticos. Mientras no sean retirados de la circulación seguirán provocando confusión, incertidumbre, caos y alipori.

En caso de que en las elecciones europeas el President Legítim de la República Catalana consiga escaño, es preciso evitar el riesgo de que al acudir a Madrid para cumplir las formalidades inherentes a la recogida del acta algún juez desavisado y ordenancista mande que sea detenido y encerrado en prisión. Para conjurar ese peligro, para facilitarle las cosas, lo más práctico sería enviarle el acta por paquete exprés directamente a Waterloo. Sea por RMW, por NACEX o SEUR.

El sueño de Nietzsche para acabar de una vez con el catolicismo: César Borgia, Papa.

Puigdemont, en el Europarlamento; Torra, en la presidencia de la Generalitat; el Tete, en la alcaldía de Barcelona; Junqueras, ante el tribunal; Macarra, al frente de un nutrido grupo en el Congreso; Paluzie, en la ANC y ahora también en la Cámara de Comercio; los obispos (el Señor ha hecho en ellos maravillas), agitando la estelada en lo alto de los campanarios: todos son agentes de “rauxa” y entropía recalentándose los unos a los otros, poniendo mucho cuidado en no bajar el tono, llamando a la defensa de la patria en peligro y echándose miradas de reojo, no sea que algún camarada pueda acusarles de aflojar, de rendirse a “España”, de no ser verdaderos patriotas.

Quien no se conforma es porque no quiere; y puesto que con lo que hasta ahora ha sucedido no basta para que las cosas se vean bien claras, ya que se insiste, incluso, en que no ha sucedido nada --nada grave, todo lo más un malentendido, un tanteo--, siempre cabe alentar la esperanza de que este panorama contribuya a aclarar la realidad de las cosas como son, haciendo más evidente la naturaleza insensata e incluso suicida de ciertos extremos de la arquitectura institucional y del orden jurídico del Estado e imponiendo ahí una rectificación hacia la seriedad y el rigor.