Kate Middleton, la futura reina de Inglaterra, se ha sometido, con mucha discreción, a una operación de cirugía abdominal que tiene muy intrigados a los ciudadanos de su país.
Es tal la curiosidad despertada, que hasta ahora el hospital donde la han operado ha interceptado tres sibilinas intentonas de otros tantos empleados –se ignora si enfermeros, médicos, administrativos o miembros del equipo de limpieza– para… apoderarse del historial clínico de Kate y, con toda probabilidad, tras leerlo ávidamente, vendérselo a algún periódico que pagaría por él una fortuna.
Kate está teniendo muy malos días. Para frenar las especulaciones sobre su salud se le ha ocurrido publicar una foto en la que aparece risueña, rodeada de sus hijos: en fin, una imagen banal, como las que producen todas las familias a diario.
Pero se ha descubierto que ha usado Photoshop. ¡La que se ha armado! Según dicen algunos periodistas españoles ávidos de publicar noticias de esas que hacen arder el pelo, con este engaño la futura reina ha perdido el afecto y la confianza de su pueblo, y por ello peligra la institución monárquica.
Angelicos. Paparruchas. Pero es curioso que nuestros periódicos también hayan dedicado a estos dos asuntos –o sea: primero la misteriosa operación de Kate, con el triple intento de sustracción de su historial; y luego la fotografía familiar torpemente manipulada, que algunos han llegado a comparar con las desapariciones o “borrado” de líderes soviéticos caídos en desgracia en las fotografías en que figuraban al lado de Lenin o Stalin– largas y analíticas páginas.
En cambio, un periódico digital barcelonés publica cada día varias noticias espeluznantes sobre la familia real española, y a nadie le importa un pimiento, nadie que la difunda ni nadie que, indignado ante el colosal embuste, replique; ni mucho menos cursan los Reyes o alguna institución una réplica o una denuncia.
Se trata de innumerables embustes colosales que aparecen firmados por periodistas que creo que no existen. Sus noticias son obra de un ingenio de inteligencia artificial –o de necedad total– que disfruta enormemente socavando la reputación de los Reyes con sus infundios de loca.
Se trata de un algoritmo, un algoritmo indepe, que está convencido de que escribiendo cosas como “El rey emérito Juan Carlos I, invitado por el emir de Dubái, participa en un banquete de antropófagos. Devora carne humana con auténtico entusiasmo, pero se atraganta con una oreja”, contribuye a la destrucción de España, la independencia de Cataluña y el enriquecimiento de su señorito. ¡Y lo gracioso es que a lo mejor está en lo cierto! ¡La necedad total nunca falla!
Se lo debe de pasar bomba el algoritmo con sus falsas noticias. Le vamos a sugerir algunas para próximos días:
“La princesa y la infanta: una, lesbiana, la otra, leprosa. ¿Cómo te quedas? ¡Adivina cuál es cuál!”.
“Letizia: terrible sarpullido en la tez: granos de pus que, al reventarlos… Felipe, asqueado, insolidario, exige el divorcio. Al enterarse ella, se cae por la escalinata y se le ve el tanga. La Guardia Real, avergonzada”.
En fin, cosas parecidas a estas publica ese diario cada día, con una tenacidad asombrosa. Y nadie dice nada. Nadie comenta, difunde o replica sus embustes. Nadie los denuncia ante el juez.
Acaso sea la costumbre impune de mentir, tan extendida en nuestro escenario político.
Mientras que, por el contrario, en la puritana Gran Bretaña, retocar una banal fotografía familiar se considera un engaño inaceptable y provoca una crisis en la institución.
Cosas veredes. Maneras de hacer. Estilos.