Desde que formo parte de un grupo étnico, mi vida ha cobrado sentido. Antes me faltaba algo, un no sé qué, que me concediera identidad, que me hiciera sentir orgulloso. Cuando Sílvia Orriols aseguró que los catalanes formamos un grupo étnico, vi por fin la luz: ya soy alguien. Hasta entonces, todo era oscuridad a mi alrededor. Cuando uno forma parte de un grupo étnico, puede mirar a los demás por encima del hombro, quizás también forman parte de un grupo étnico, pero seguro que no es del nuestro. Y el nuestro siempre es el mejor, si no, maldita la gracia que tendría formar parte de un grupo étnico.
Como, a pesar de mi justificado orgullo, no tengo ni idea de lo que significa “grupo étnico” -en realidad, aun sin saberlo, uno está igual de satisfecho, eso es lo bueno de la ignorancia- busqué en internet su significado: "Grupo de personas que comparten una cultura similar (creencias, valores y comportamientos), idioma, religión, antepasados y otras características que a menudo pasan de una generación a la siguiente". Vaya. Mi gozo en un pozo. Eso inhabilita a los catalanes para formar un grupo étnico, porque los hay de creencias bien distintas, de valores y comportamientos muy diferentes, y eso por no hablar de las distintas religiones y lenguas que conviven en Cataluña. Sin duda, Sílvia Orriols no ha salido apenas de su terruño, en Ripoll (Girona), y desconoce toda esta realidad, en su pueblo todos deben ser iguales. La pobre mujer debería viajar un poco más.
Si los catalanes no son un grupo étnico -aunque, en su ignorancia, así lo crea la líder de Aliança Catalana- habrá que buscarse otro. Cuando uno está dispuesto a formar parte de un grupo étnico, no se rinde al primer contratiempo. Lo primero que se me ocurre es formar un grupo étnico de mi barrio, pero enseguida descarto la idea: tengo vecinos de todos los colores, lenguas, costumbres y religiones, con una amalgama así, no hay quien forme grupo étnico. Podría preguntar al del rellano, que es rumano, o al del tercero, que acaba de celebrar el ramadán, si quieren formar conmigo un grupo étnico, aunque me temo que no van a querer saber nada de ello. Una desgracia.
No tengo otro remedio que reducir todavía más las dimensiones de mi grupo étnico, si no quiero quedarme sin pertenecer a ninguno, con la ilusión que me causaron las palabras de Orriols eso es impensable. La familia, claro. Mi grupo étnico es la familia, en ella somos todos de la misma raza, hablamos el mismo idioma, poseemos más o menos las mismas creencias (bien pocas) y profesamos la misma religión: ninguna. Ni que decir tiene que tenemos antepasados comunes, salvo adulterio jamás probado, y que nuestras características pasan a la generación siguiente. Sólo hay un pero: no tenemos comportamientos similares. Mi señora se acuesta y se levanta temprano, y yo hago todo lo contrario. Encima, yo fumo y ella no. Por si fuera poco, nuestros hijos tienen por costumbre salir a bailar, arte para el que el señor no me ha dotado especialmente. Imposible formar un grupo étnico familiar, hay demasiadas diferencias. Qué suerte tiene Sílvia Orriols en Ripoll, donde la gente se levanta al unísono cada mañana, tienen todos los mismos vicios y les gustan las mismas series de TV y los mismos alimentos. Así está chupado crear un grupo étnico.
Como última solución, he decidido formar mi propio grupo étnico, sin ningún otro miembro. Es la única forma de lograr pertenecer a uno, lo cual es la máxima aspiración de un patriota como está mandado. Poseo la misma religión, lengua, costumbres, creencias y características que el resto de miembros, o sea, que yo mismo. Incluso a veces, tengo las mismas opiniones que yo. Ya tengo grupo étnico. Ya soy alguien.