Vinícius, el famoso delantero brasileño del Real Madrid, parece haberse metido en un círculo vicioso del que no sabe salir. Los hinchas del equipo adversario cada domingo le insultan, algunos con epítetos racistas, con pantomimas simiescas; él se enfada y responde con ademanes provocadores, que a su vez generan contra él mayor antipatía y encono. Entonces la multitud clama: “¡Muérete, muérete!”. Lo cual es bastante desagradable.
No, no se ha metido en un círculo vicioso, sino en una espiral que ya le ha llevado a descentrarse en el campo, a crear mal rollo contra su equipo… y a llorar en la rueda de prensa. Él quisiera ser respetado por las hinchadas, ser querido y admirado como gran jugador que es, y que, en atención a su juventud, se le excusasen sus salidas de tono, pero en vez de eso en casi cada partido le denigran, y en vez de disfrutar, padece.
¿Es racista la sociedad española, o son sólo unos pocos energúmenos? Contra lo que siempre he pensado, quizá en una forma larvaria y generalmente secreta y vergonzante –porque el discurso oficial lo ve con malos ojos– somos más racistas de lo que pensamos, y cuando se presenta la ocasión para manifestarlo –por ejemplo, el amparo de una multitud en un estadio de fútbol, donde, tradicionalmente, se manifiesta una guerra incruenta y donde los espectadores pueden chillar, decir palabrotas y comportarse de forma poco civil– se manifiesta la verdad de nuestra condición.
También es posible que no sólo los goles que mete, las derrotas que inflige, sino también la jactancia, el carácter del jugador, resulten insoportables a las hinchadas del adversario, y saquen lo peor de algunos energúmenos. En apoyo de este argumento suele señalarse que hay en nuestro fútbol muchos jugadores de raza negra, pero determinados insultos sólo se dirigen a Vinícius.
Podría ser. También puede pensarse que, al fin y al cabo, el jugador es un privilegiado, y un joven millonario, y que por eso debería pechar con la envidia y los insultos de algunos aficionados de poca calidad espiritual. ¿Qué importancia tiene que esa gente seguramente frustrada desbrave sus bajas pasiones llamándole “hijoputa” o “mono”? En su caso, quejarse, protestar y lloriquear es embarazoso y casi una indecencia.
También podría ser. Aun así, esa gente que le insulta de forma rastrera debería pararse un momento a reflexionar –pero ¿cómo convencerles de ello? Son reacios– en que el hecho de que Vinícius sea negro y brasileño implica que sus antepasados fueron esclavos. Ya sólo ese agravio debería, quizá, callarles la boca. Hay en eso una marca de responsabilidad que a afecta a todos los europeos de raza blanca, de la misma manera que hay un trauma de origen inevitable en todos los Vinícius, jueguen bien o mal al fútbol, sean simpáticos o bordes. Exigirle indiferencia con quienes rozan la herida profunda, todavía y por siempre abierta, yo creo que es injusto.