Ya es oficial, el Gran Premio de España se celebrará en Madrid a partir de 2026. Se filtró a inicios de diciembre y muchos decían que no pasaría. Pero ha pasado. Hubo gente que viajó a México y quienes se reunieron con fabricantes de coches con intereses en la competición. Todos aseguraban tener la situación controlada, que Montmeló era imbatible. Pues ha sido batido, como tantas y tantas cosas en esta menguante y decadente autonomía.
No podemos vivir ni del pasado ni de la ensoñación, hay que trabajar, trabajar y trabajar, si no, pasa lo que pasa. Madrid no nos roba, nos dejamos perder todo, el tenis, la Ryder Cup, los rallys, la Fórmula 1… como decía José Antonio Labordeta, “desde tiempos a esta parte vamos camino de nada”. Nada, eso es a lo que nos conduce la desidia de quienes nos malgobiernan, enamorados de sus ombligos, donde todo se reduce a una trasnochada visión mezcla de autocomplacencia y de ensoñación romántica.
La versión oficial es que habrá otro Gran Premio en Montmeló. ¿Cuál? ¿El del Vallès Oriental?, ¿o el de la veguería de Besalú? Seamos serios. La Fórmula 1 es un negocio global, gestionado por un fondo y lo que quiere es negocio. Si en Cataluña nos hemos puesto exquisitos con los coches y la peor alcaldesa de la historia ha hecho todo lo posible por hundir el circuito, ayudada, eso sí, por una gestión autonómica que cree que cuanto peor, mejor, ahora es tarde.
El desastre organizativo de 2022 solo fue un episodio más. Hay cola de ciudades con mucho dinero e interés aspirando a ser sede de un Gran Premio. Sería hora de recordar a nuestros políticos las palabras de la madre de Boabdil cuando perdió Granada: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Aunque, claro, ahora la toma de Granada, el llanto femenino y hasta la reconquista son políticamente incorrectos.
El mensaje oficial es que puede haber dos Grandes Premios en España. Y tres, y diez… pero la probabilidad es bajísima. El calendario de Grandes Premios no da más de sí; de hecho, hay presiones para reducirlo, y la competencia es global. Asiáticos, árabes, americanos… llegan con ilusión y dinero. Europa se defiende con la tradición, pero si Monza, Spa-Francorchamps e incluso Silverstone están en riesgo, tener dos Grandes Premios en un país pobre como España es mera utopía.
A todo lo más que se puede aspirar es a estar preparados en el banquillo por si una crisis geopolítica o meteorológica obligan a cancelar una cita programada. El dineral que la Fórmula 1 obtiene de Las Vegas o México puede que también se saque de Madrid, pero no de Barcelona. Si hay carreras a partir de 2026 será algún año suelto y por casualidad. Eso hará que el trazado se degrade y salga del circuito, como salieron el Jarama o Jerez en su día. Es ley de vida, renovarse o morir, y aquí nuestros políticos han decidido dejar morir uno de los circuitos mejor hechos del Mundial. Adéu, Montmeló.
El proyecto de Madrid transmite alegría, ilusión y, sobre todo, dinamismo. Se trata de un proyecto privado con complicidad pública que va a transcurrir por dos emblemas diferenciales, Ifema, institución creada en la democracia, mientras que la Fira la sostuvo Franco junto con la Feria de Valencia, y la Ciudad Deportiva del Real Madrid. ¿Qué más puede pasarnos?
Y lo peor no es que perdamos un gran evento, unos buenos ingresos económicos y una excelente plataforma de notoriedad, es que ni es lo primero que perdemos ni será lo último, si es que aún nos queda algo de interés. La nula gestión de la sequía es otro gran ejemplo, desde la anterior no hemos aprendido casi nada y, de nuevo, miramos al cielo, traemos barcos y, cómo no, coartamos la libertad de los ciudadanos porque prohibir sí que lo sabemos hacer muy bien; antes fueron las mascarillas, ahora nos dirán cuándo nos podemos duchar. Y si no llenamos las piscinas de los hoteles hundiremos la única industria que sobrevive, el turismo. Pero ¿a quién le importa? Todos con su paguita y a malvivir que son dos días.