Digámoslo sin rodeos y desde el comienzo: la moción de censura que permitirá a Ramón Tamames, eminencia económica, profesor universitario y político veterano que ha pasado sin conflictos, sin quebrantos y, en general, sin mucha suerte por distintas marcas ideológicas, desde el PCE al CDS, postularse como alternativa virtual a Pedro Sánchez (ahora de la mano de Vox) es una obra de arte.
La prueba indiscutible es su fértil ambigüedad. Todavía no está claro si la representación que veremos en el Congreso pertenecerá al género de la tragedia o de la comedia, aunque ya se sabe: la paciente suma de la primera con el concurso del factor temporal siempre arroja como resultado la segunda. Y el humor, conviene no olvidarlo, es una filosofía bastante seria. A veces alcanza la condición de metafísica camuflada.
Los ultramontanos, que en las lides teatrales son unos bisoños, han caído en la inteligente celada de Dragó & Cía, viejos enamorados de sí mismos, igual que los eternos adolescentes que nunca han dejado de ser, y han terminado aceptando ser el instrumento de una puesta en escena donde lo que se va a dirimir no es el grado de acuerdo entre el candidato y el partido ultraderechista. Tampoco la posibilidad, como escandaliza a tantos, de que los principios de Tamames sean como las fichas de un dominó, que igual caen de un lado que del contrario, justificando ahora una cosa y mañana la contraria.
Siendo un político de la Santa Transición, que unos interpretan como un pacto ejemplar y otros como una infame coyunda, no cabe esperar ni mucha coherencia (entre Tamames y Vox) ni tampoco fidelidad entre el hombre que fue y el que ahora habita en su piso gran imperio de Madrid. Tampoco cabe asombrarse de que sea la vanidad uno de los ingredientes que animan al economista sénior a pisar las moquetas del Congreso para intitularse como presidenciable, que es el sueño húmedo (y crepuscular) que anima a cualquier hombre público.
¿Hay algún político que no sea patológicamente vanidoso? ¿Acaso el síndrome (imperial) de Napoleón no consume a todos los próceres del orbe? No existe el gobernante humilde y discreto. No se ha inventado. Y menos si nos fijamos en los herederos –voluntarios o involuntarios– de aquella primera generación de la reinstauración monárquica, que fue una decisión de Franco cuya continuidad con la monarquía alfonsina es metafóricamente sanguínea, porque no hay hiato que pueda disolver una dictadura militar de 40 años.
La candidatura de Tamames no tiene, ya lo sabemos, posibilidad de prosperar, aunque esto no significa que sea estéril. Las mociones sin mayoría suficiente no se presentan para que salgan. Se conciben para mostrar que la legitimidad de los gobiernos es una convención (parlamentaria) pasajera que puede ser discutida siempre y cuando se haga desde la propia Cámara. Tamames irá al Congreso a hablar de su idea de España. Vox lo introduce en el proscenio para desgastar a Feijóo ante su electorado y obtener protagonismo tras el bache del posolonismo y su ocaso electoral en Andalucía.
Los anima un pragmatismo interesado, pero, asombrosamente, esta intención partidaria va a dar lugar a un hecho insólito en nuestra partitocracia: un político de otro tiempo, con otras coordenadas, hablando con libertad total en el Congreso, sin ceñirse a los argumentarios de partido ni a la retórica (idiota) que ha convertido a nuestros parlamentarios en algoritmos defectuosos, pulsabotones obedientes y asalariados. El momento Tamames, por decirlo en términos retóricos, va a ser una absoluta ruptura del decoro. Una quiebra en la unanimidad de discurso que caracteriza a todos los partidos, que hablan y actúan en su propio beneficio, confundiendo el interés general (siempre discutible) con sus aspiraciones particulares.
La escena presenta pues indudable interés, aunque sólo sea por las maravillas potenciales del contraste: uno de los referentes de la vieja política perorando –como diría Ortega y Gasset– ante las generaciones que han convertido su legado, imperfecto pero colosal, en un mero teatrillo de autómatas. ¿Quién puede dudar de que la idea es un hallazgo? No sabemos lo que dirá exactamente el profesor ante la sede de la soberanía popular, pero no importa demasiado.
El interés de esta reposición no está en el mensaje, sino en la posibilidad de oír hablar a un veterano, confiamos que con la impertinencia que otorgan los años, ante quienes son condescendientes con los viejos y, al mismo tiempo, piden permiso a sus jefes de escuadra para ir al baño, pensar por sí mismos o manifestar lo que realmente creen de las cosas. Todo esto va a ser posible gracias a que Tamames, cercano a los 90 años, no tiene nada que perder. Puede decir su verdad, aunque no sea la nuestra, sin que le cueste un disgusto. Que esto sea una anomalía, en lugar de algo habitual, muestra hasta qué punto nuestra democracia, formalismos y boatos aparte, parece cada día más letra muerta.