El caso de los caricatos expulsados de TV3% por llamar nazis a los espectadores socialistas, repetir cada noche un exabrupto desagradable contra España e interpretar escatológicamente el himno nacional, ni tiene nada de escandaloso ni es un caso de censura: a esos señores se les contrató en una tele pública, sus bromas no cayeron en gracia, a la dirección le pareció que no estuvieron a la altura, y se les echó. Punto pelota. Pasen a recoger el finiquito.

Ya se contratará a otros en su lugar, y el director de la tele les firmará el contrato mientras tararea la canción que abrió las puertas de la fama a Julio Iglesias: “Unos que vienen, otros que se van, la vida sigue igual”. Debatir sobre si el humor debe gozar de libertad total o si, por el contrario, no puede servir como salvoconducto para ofender a los demás, sería una pérdida de tiempo.

Hay aquí sin embargo otros temas interesantes. Alguien, ahora no recuerdo quién, ha señalado, a mi juicio con acierto, que esas chanzas sobre la actualidad “política” que prodigan cierto tipo de humoristas supuestamente indomables como Toni Soler, Pedrito Ruiz o el Gran Wyoming –por poner como ejemplo a tres casos de diferentes, y perfectamente identificables, servidumbres ideológicas que supuestamente “luchan contra el poder”— no son otra cosa que la actualización de los viejos chistes de gangosos o de mariquitas –ofensas a colectivos determinados, para regocijo simplón de otros colectivos— que se han vuelto inaceptables según la sociedad se refinaba.

Puro divisionismo y hostilidad, que además en vez de tener el efecto iconoclasta y liberador que se le supone al humor lo que hacen, al ceñir el “tema” de su crítica al campo semántico y los avatares cotidianos de la política, que ya son omnipresentes, lo que hacen es reiterarlo banalizándolo, y reducir el campo de la mirada de su público, en vez de expandirlo gozosamente.

¿Se acaba así neurotizando a las sociedades, o quizá es al revés: que son sociedades neuróticas las que generan bufones tan poco exaltantes? Humoristas supuestamente talentudos, que vendrían a aportar un soplo de aire fresco, pero que recuerdan el caso del chimpancé del zoo, aquel chimpancé tan listo que se supuso que quizá sabría dibujar. Así que los guardianes le dieron papel y lápices de colores, y en efecto, el pobre mono dibujó… los barrotes de su jaula. ¡Pura reiteración!

Habida cuenta de que en España han aparecido sucesivas generaciones de humoristas muy creativos (desde Martes y Trece a la cantera albaceteña de Muchachada Nui, pasando por Faemino y Cansado, y antes Tip y Coll, hasta que Tip se politizó neciamente y se convirtió así en puro propagandista) que salvo excepciones han procurado hacer comentarios humorísticos sobre nuestra realidad sin ceñirse a la brega política más rasa y crasa, indica que no es el ingenio humano lo que falta en este país, sino que en Cataluña, o más bien en la Cataluña oficial, esa área del espectáculo –el humor— también ha sido colonizada o infectada por el nacionalismo, cuyo propósito, cuya ambición declarada es infiltrarse en todos los ámbitos para que nada escape a su visión maniquea del mundo (nosotros los buenos contra ellos los malos): desde las cámaras de comercio a los premios literarios, desde la compra en el supermercado a la reposición de gasolina, desde las competiciones deportivas a la canción popular.

Es en ese maniqueísmo, en esa ideología particular  disfrazada de sentido del humor, donde se encuadra el humor de los humoristas de TV3%, tanto los que siguen en nómina como los que han sido purgados por propasarse en sus bufonadas.

Como la sociedad catalana, conforme a los designios de su clase dirigente, está ya neurotizada, al mandamás de TV3% quizá le costará encontrar sustitutos solventes y no demasiado maleducados. No surgen los buenafuentes como las setas.

En España han sido una cantera fértil los programas (de diversas cadenas) de monologuistas que se van formando en los recursos del oficio mediante el sistema de la prueba y el error; es un ejemplo Broncano, que empezó su carrera con una gran metedura de pata, pero que luego supo alcanzar una gran sintonía con su generación.

En las memorias de Woody Allen A propósito de nada es interesante seguir cómo se fue formando, paso a paso, un talento del cine y del humor de observación de las relaciones humanas como el suyo: desde los chistes pronunciados en voz alta en la sala de cine del barrio cuando era niño, para regocijo de sus amigos del cole; luego vinieron las ocurrencias que enviaba a los columnistas de la prensa, que pagaban unos céntimos a colaboradores anónimos como él o reproducían sus frases, citando la autoría, al final de los artículos; de ahí a los programas de radio, luego a la integración en un equipo de guionistas al servicio de un cómico famoso, a los monólogos en los clubes nocturnos, hasta que se le confía el primer guion de cine… En ningún momento nadie le dijo que tuviera que “criticar al poder” ni erigirse en portavoz de ninguna ideología.