El desliz de Campuzano
Ya veo que Carles Campuzano se ha olvidado de la política como eje del racionalismo. Ha sido poner un pie en la Santa Coloma de Gramanet de Núria Parlón y caer de bruces en el uso del poder a cambio de votos. Ha prometido a orillas del Besós que construirá residencias de ancianos en la localidad, si la gente vota a Rufián, alcaldable de ERC y mago de Oz. Este condicional es digno de un cacique. A Carles Campuzano, conseller de Derechos Sociales de la Generalitat, ya se le criticaba por el déficit de residencias de mayores y su estado calamitoso, como se vio en la pandemia; pero, ahora, sobre este déficit, el conseller ha levantado la promesa en beneficio de Rufián, perdedor en las encuestas. Campuzano se equivoca y lo que es peor, no rectifica. Se hace el longuis; suelta por ahí que, "la oposición grita, pero yo no he dicho nada grave y se me escapa la polémica", mientras Rufián, a petición de los centones deprimentes que le gobiernan, promete residencias y petancas. A Gabriel le da lo mismo, porque después de perder en las municipales de mayo, él se quedará en el Congreso y ERC habrá colocado un precedente el cinturón rojo.
Las residencias no son competencia de los municipios, sino de la Generalitat, concretamente del Departamento de Derechos Sociales que ahora promete lo incumplido en un quid pro quo sobre las magras rentas de la periferia metropolitana. Los vecinos están que trinan. Se preguntan: ¿Quién ha metido al señorito Carlos en este fregado? Habrá sido Junqueras, el jefe de ERC, el poder en la sombra que va directo al grano y a cara de perro. Ahora, el conseller se las verá ante una Comisión en el Parlament en la que le pedirán el cargo por utilizar al Ejecutivo en la precampaña electoral. Condicionar un derecho social a un voto favorable o es una prevaricación de libro, como las que acaban en dimisión al minuto, en la serie Borgen de Netflix. La chapuza de ERC cae sobre las espaldas de Campuzano, cargo en cautividad bajo la bota invisible de Junqueras, el nuevo Arzalluz catalán que muestra la puerta de salida al que no cumple.
El conseller, exlíder de las juventudes de Convergència y miembro de la ejecutiva del partido de Pujol, entra ahora en barrena. Cuando en 2002 se rompió la alianza PP-CIU en el Congreso, Carles Campuzano se convirtió en el marinero que perdió la gracia del mar; se cortó su rally ascendente para sustituir a Josep Sánchez Llibre, como lobista del nacionalismo en Madrid. Iba a mejorar el trabajo de este último e incluso a superar a habilidad de Francesc Homs i Ferret, que había sido el segundo de Miquel Roca en las etapas anteriores, marcadas por la gobernabilidad en España desde el nacionalismo reformista.
En su momento, Campuzano evitó aquel pinyol de Artur Mas, David Madí, Oriol Pujol o Quicu Homs, la generación que retorció la herencia del pionero, hasta llegar al naufragio. El actual conseller de Derechos Sociales había aprendió a enhebrar el hilo que une a la política con los bufetes jurídicos de influencia en Barcelona y Madrid. Se convirtió en un experto del public affairs desde la vertiente institucional, el toma y cada sobre el que no hay nada escrito de antemano. Como diputado de CiU en el Congreso, vivió siete candidaturas y cuando llegó el precipicio soberanista, se refugió en el PDECat, del que fue parte fundacional en 2016. Después del bochorno unilateral de vergüenza ajena, este hombre de gesto tímido y corazón inquieto se sintió atraído por el aroma almizclado de la Mesa de Negociación. En octubre de 2022 ingresó en el Govern de Aragonès sin ser de ERC, como hizo el exsocialista Quim Nadal.
Ahora ya sabe que el partido republicano, emporium non elegans, es una institución voraz, un arquitrabe que obliga al amigo y machaca al disidente. Acatando el mensaje de los republicanos, Campuzano ha metido la pata antes de empezar la campaña de las municipales. Solo le quedan dos caminos: rectificar o morir.