Òscar Escuder
El espía jefe
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Òscar Escuder i de la Torre (Barcelona, 1968) es médico, pero no presta mucha atención al precepto (o admonición) fundamental de su oficio: “No harás daño”. Tal vez porque él está convencido de hacer el bien desde la asociación (presuntamente) patriótica que dirige, la inefable Plataforma per la Llengua (catalana, se sobreentiende), que Escuder gusta de llamar la ONG del catalán, aunque otros se refieran a ella, más abruptamente, como la Gestapo del catalán. Escuder recibe cuantiosas subvenciones del régimen para que ejerza de perro guardián de la catalanidad, y hay que reconocer que se gana su sueldo: cada dos por tres está acusando a alguien (o a algo) de maltratar la lengua de mosén Cinto y exigiendo que se apliquen medidas punitivas contra el réprobo de turno, ya se trate de una tienda, de un bar, de un colegio o de una asociación consagrada a la filatelia. En ese sentido, la plataforma de marras funciona como un reloj suizo. Nada que ver con el pobre Santiago Espot, que iba por Barcelona, apatrullando la ciudad, con un bolígrafo y un cuadernito, apuntando los locales que veía y que no cumplían escrupulosamente con el rotulado en catalán: como chivato no tenía precio, pero le faltaban medios y organización, que es lo que le sobra al señor Escuder.
Los métodos de la Plataforma per la Llengua han sido tildados piadosamente de discutibles, pues incluyen el espionaje en los centros educativos, para ver cuál es la salud del catalán entre niños y adolescentes, sobre todo a la hora del patio, que es cuando los chavales suelen permitirse el lujo (o la osadía) de hablar en lo que les sale de las narices. Recientemente, el doctor Escuder ha dado un paso más en su deplorable actividad colando a sus agentes en parvularios y jardines de infancia, pues ya se sabe que a la población díscola hay que empezar a ponerla en su sitio a la edad más temprana posible. El hombre parece haber llegado a la conclusión de que la inmersión lingüística es un fracaso (y tiene razón, afortunadamente) y que los gobiernillos que lo alimentan no acaban de hacer bien las cosas, por lo que ahí están él y sus patrióticos secuaces para echarles una mano y llegar hasta donde no llegan sus interesados benefactores.
No sé qué tal médico será el señor Escuder. Igual es una eminencia en lo suyo, pero podría serlo aún más si no dedicara lo mejor de su tiempo a inmiscuirse en la vida privada de los menores catalanes, con lo que, además, se libraría de los berrinches que debe pillarse cada vez que detecta a dos mocosos hablando en castellano (y no estar autorizado a hacerles cambiar de idioma a didácticos sopapos). Cíclicamente, las (¿ilegales?) actividades de la Plataforma per la Llengua llegan a la prensa, cosechando el aplauso de los lazis y las críticas de los botiflers. Pero al señor Escuder siempre se le ve sonriente y satisfecho, como si le estuviera haciendo un gran favor a la patria soñada (la real ni la conoce ni le importa). Y la Generalitat le sigue soltando pasta, como al Institut Nova Historia y demás entelequias ridículas para las que siempre hay dinero, no como para prevenir la sequía, un asunto de mucho menor interés, como todo el mundo sabe.
Con todo el dinero que tiramos en hacer país, yo creo que hasta tendríamos algo parecido a un país. O que, por lo menos, tendríamos menos problemas y no haríamos tanto el ridículo, lo que también sería de agradecer.