Jordi Évole
Bajo el ataque 'lazi'
Noticias relacionadas
Jordi Évole (Cornellà de Llobregat, 1974) fue invitado a un programa de TV3 y se le ocurrió decir que la cadena debería abrirse a otras sensibilidades que no fuesen precisamente independentistas, que la españolización no era una mala opción y que había que sacar a la nostra del gueto lazi que es en la actualidad. Esto lo dijo en el Col·lapse de Ricard Ustrell (un filo sociata que no acaba de encajar con el perfil del presentador ideal de TV3 y Catalunya Ràdio, pero trabaja para ambas terminales del aparato de agit prop del régimen) y provocó tremenda indignación entre los guardianes de las esencias que estaban viendo la emisión (o que se la contaron luego). Tergiversando un poco lo que dijo Évole para que pareciese anti catalán, algunos tuiteros colgaron los fragmentos más (supuestamente) intolerables de su declaración y lo incluyeron en la lista de enemigos de Cataluña: hay gente que no parece tener nada mejor que hacer que cogerse berrinches idiotas.
Se dolía Évole el otro día en La Vanguardia de que con él siempre hay alguien dispuesto a meterse, ya sean los que se cabrearon por su documental sobre Josu Ternera o los que ahora lo consideran un españolista radical que anhela la destrucción de Cataluña. Como firme partidario de ese refrán que asegura que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, yo creo que no necesitaba decir nada al respecto, ni ahora ni cuando lo del obtuso señor Ternera. A fin de cuentas, todo lo que le pasa a nuestro hombre es fruto del personaje que se ha fabricado y que ha demostrado ser de una habilidad y de una eficacia admirable: esa versión cazurra, pero progre, de Iñaki Gabilondo, que lo presenta como un chico sencillo, un poco tontorrón a veces, que, como sin pretenderlo, acaba poniendo el dedo en la llaga.
Confieso que a mí el Évole que más me divertía era el secundario apodado El Follonero que salía en los programas de Andreu Buenafuente. Desde que se convirtió en un periodista serio -y aunque a veces observo que acierta plenamente-, detecto en él una solemnidad disfrazada de humor que no me acaba de resultar del todo verosímil. Tras el delirio ácrata y torracollons de El Follonero, nació, aparentemente el ser real que lo interpretaba, pero a veces ese ser, no sé si me explico, no me parece tan real: a menudo tengo la impresión de que el actual Jordi Évole es un personaje tan inventado, y tan brillante, como El Follonero (hace falta talento para mezclar a Gabilondo con Paco Martínez Soria y que la mezcla no chirríe).
Por regla general, Évole no se sale de la corrección política progresista. De vez en cuando, eso sí, se deja llevar por El Follonero y un día le da bola a un criminal etarra y otro se cisca levemente en TV3. Pero luego siempre se ve obligado a dar explicaciones que dan fuerza al personaje que se ha fabricado y que no sé si tiene mucho que ver con el astuto empresario audiovisual, con cierta fama de rácano, que parece ser en la realidad. A no ser que también éste sea un personaje inventado y que nadie sepa quién es realmente el auténtico Jordi Évole.