Fernando Savater
La hora del reemplazo
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Cuando tu punto de vista sobre las cosas coincide con el diario en que publicas tus columnas, todo va bien. Si tú evolucionas en dirección contraria a la que mantiene el diario en cuestión (ya sea por convicción o por interés), empiezan tus problemas. Hacía tiempo que Fernando Savater (San Sebastián, 1947) cantaba como una mosca en un plato de nata en las páginas de El País, tristemente convertido en el boletín del club de fans de Pedro Sánchez y del que han ido saltando, en tiempos recientes, bastantes colaboradores que no tragaban con la visión del mundo del Gran Líder y se resistían a lo que deben hacer los plumíferos buenos, que es sumarse a la línea editorial o, por lo menos, no mostrarse claramente hostiles. Y es que a Savater nunca se le ha dado bien el disimulo y siempre ha tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Durante muchos años, eso no le trajo ningún problema en El País, pero desde que el diario se convirtió en un catecismo sanchista, la cosa, inevitablemente, se complicó para nuestro hombre, que acaba de ser puesto de patitas en la calle después de llevar en ese diario desde el número uno. Puede que otro hubiese dimitido ante la deriva pusilánime, acrítica y pelotillera de su periódico de toda la vida, pero Savater consideraba que quienes lo detestaban llevaban ahí mucho menos tiempo que él y, por consiguiente, no les iba a dar la alegría de largarse. “¡Que me echen!”, dijo hace poco, junto a otras declaraciones (y fragmentos de su último libro) que indicaban bien a las claras lo incómodo que se encontraba en el medio de comunicación que durante tanto tiempo consideró suyo. ¿Se buscó el despido? Probablemente. ¿Algo que objetar? No por mi parte.
Desde los inicios del sanchismo (y la reconversión del PSOE en una vergüenza nacional), El País se ha ido deshaciendo de gente molesta y sustituyéndola por otra que, en teoría, representa mejor esa España del progreso y la convivencia que se supone que encarna lo que queda de la socialdemocracia española. Poco a poco, ha ido tomando el timón de la opinión una pandilla de medradores del escalafón socio-cultural en la que brilla con luz propia Ignacio Sánchez-Cuenca, que ya publicó hace un tiempo un libro ciscándose en sus mayores, cuyo lugar ansiaba heredar (lo ha conseguido, por lo menos hasta una nueva remodelación oportunista de El País). Por negarse a reírle las gracias al gobierno, a Savater le cayó el sambenito de facha y las inevitables acusaciones de hacerle el juego a la derecha. La empresa le avisó de que iba mal encaminado a través de un artículo de Jordi Gracia (otro escalador social en temporal boga) en el que afeaba su derechización (y la de Félix de Azúa y la de la vieja guardia progresista en general), ejerciendo de inquisidor con la misma gente a la que hace diez años adulaba sin reservas. Celia Cruz triunfa después de muerta: ¡Quítate tú pa' ponerme yo!
Con el cese de Savater se completa casi del todo el reemplazo ideológico del diario. Aún quedan algunos réprobos que no se sabe muy bien qué hacen todavía allí (pienso afectuosamente en Daniel Gascón, que va a acabar en The Objective como siga así), pero, si hablamos de pesos pesados, ya solo falta uno por echar. Se llama Juan Luís Cebrián y fue el fundador de El País. A ver si hay narices.