A Carlos Saura (Huesca, 1932) se le podría considerar un grafitero del cine. Cuando la censura del franquismo teñía las pantallas de blanco y negro e historias conservadoras, él irrumpió con Los golfos, una ópera prima que se balanceaba entre el cine documental y la ficción y que retrataba la situación de los jóvenes durante la dictadura. Personajes dedicados al timo, al extraperlo, a los robos para poder subsistir. Lejos de adoctrinar, reflejaba una situación.
Luego vendrían otros golpes al sistema franquista como La caza, con la que se alzó con el premio a la mejor dirección en el festival de Berlín en las que refleja las consecuencias de la Guerra Civil en la población española. Más adelante vendría el retrato psicológico de la represión del régimen que radiografió en Peppermint Frappé, La madriguera, La prima Angélica y Cría Cuervos, entra tantas otras.
Nuevo grafiti
Su filmografía es tan rebelde como premiada, tan dispar como sus éxitos en taquilla, pero siempre conectada con la realidad y cercana al arte y al presente que tanto le agrada y sobre el que reflexiona. Carlos Saura es una máquina de crear. En cualquier formato: fotografía, pintura, cine... A sus 91 años tiene una energía que excede a la de un chico de 20 y otra prueba de ello es Las paredes hablan, un documental que habla de la necesidad del ser humano de expresarse y que relaciona el arte rupestre con el grafiti.
“La idea nace de la mano de José Morillas, coguionista del documental”, señala la hija del cineasta y coproductora del film Anna Saura. El director de cine tenía un proyecto sobre las pinturas rupestres llamado Los orígenes del arte y planteaba el estudio de las primeras pinturas. “Planteaba por qué el hombre decidió hacerlas o tuvo la necesidad de hacerlas”, señala la también actriz.
Todo cambia “cuando la propuesta llega a María del Puy” que hace grande la película y ayudó a los cambios que propuso el maño a medida que filmaban. “En la preproducción, a Carlos se le ocurrió la idea de relacionarlo con los grafitis”, recuerda Anna. “Saura en un momento dado decidió seguir hablando del impulso creativo y vio que lo que mueve a esos artistas prehistóricos es lo mismo que puede mover a los más contemporáneos y urbanos”, prosigue María del Puy.
El resultado es un viaje extraordinario en el que el cineasta maño recorre las paredes de las cuevas españolas y se reúne con expertos en pintura rupestre para indagar en ese impulso creativo que lleva a ciertos seres humanos a expresarse a través de la pintura. ¿Y qué diferencia hay entre eso y pintar en las paredes?
“Vamos del fondo de la cueva a la pared”, indica del Puy asumiendo la idea del realizado. “Nos pareció precioso y continuamos esa tesis”, señala. Lo hacen también de la mano de artistas urbanos que han hecho del grafiti un urbano como Musa71 o Suso33, quien “es la piedra angular”, asegura María.
La grafitera catalana reconoce que a ella le pareció muy buena idea y más con una persona de la talla de Carlos Saura detrás y con Suso en el proyecto, pero “no había pensado” en esa relación. “Realmente el escritor de grafiti sí que busca que se le vea”, no tanto así el de la cueva, que lo hace en ocasiones ara expresar lo que ve o vive. Pero hay algo que les conecta con esos homínidos “la necesidad de pintar, de contar algo, de pintar las paredes, de darles color, de expresarnos”.
La llamada del grafiti
Ella la sintió desde muy joven. “Empecé a pintar en el 89 porque vi a gente pintar. Vi a Futura 200 Y me cautivó desde el primer momento. ¿Pintar sin tocar la pared y con un spray? Yo nunca había tocado un spray. Es una cualidad mágica, porque no estás tocando y estás pintando. Y a partir de ese momento entré en contacto con gente en mi colegio que pintaba y hasta el día de hoy”.
A sus más de 50 años, Musa71 sigue pintando su nombre en las paredes y cuando se le habla ahora del arte urbano y el grafiti y sus diferencias, todavía ella no las tiene claras. “Es el eterno dilema. Para mí, arte urbano sería todo, pero el grafiti tiene una personalidad propia, porque quien lo hace no busca otro reconocimiento que no sea el de sus pares, no busca remuneración económica en general. El que pinta simplemente tiene la necesidad de pintar y luego lo que venga es maravilloso. “Menos las multas y menos los problemas, evidentemente”
¿Arte o delincuencia?
Porque ese el problema con el arte del grafiti. Sus autores sienten una necesidad, pero muchos lo ven un acto vandálico. ¿Cuántas veces se habla del vandalismo en trenes, en paredes de la ciudad? “El problema está en que la intención no se ve, solo se ve el resultado”, defiende Musa. Pero es que este arte no se reconoce y muchas veces se persigue. A ella dice no dolerle, porque le da mayor libertad creativa. Mientras, otros artistas de su talla exponen en todo el mundo y les dedican retrospectivas.
En España, “la carga peyorativa que tiene el grafiti es tan grande que depende ya más del espectador o del escritor de grafiti”, explica. “Cuando pinto por la calle, hay veces que la policía me ha parado y, como no tengo ninguna intención ni de huir, ni de faltar el respeto, entienden”, subraya. “Lo que pasa el grafiti es una golosina para muchos medios de comunicación. Street art o arte urbano, bueno, grafiti, malo. Se nos utiliza mucho para crear monstruos, pero en realidad detrás de cada escritor de grafiti hay una persona y una persona no es plana. Hay personas buenas, hay personas malas, pero en todas las disciplinas, en todas las casas, en todas las familias, por decirlo de una manera. La gente elige el camino que elige, unos eligen el grafiti, otros lo que sea”.
Es allí en esta explicación donde Saura empieza a ver una conexión. El grafiti, como las pinturas rupestres es un camino elegido por unos miembros de la sociedad a la hora de expresarse. Sólo hace falta escuchar cómo decide Musa71 elegir dónde y qué pinta. “Hay paredes que te están pidiendo color, te sugieren cosas. Una pared desconchada, los mismos cables de la luz, las antenas, la forma de las ventanas... te están diciendo algo”. Lo asegura, porque es así como lo siente.
“Esa necesidad no sabría explicártela más allá, simplemente es una compulsión. La ves y dices, eso necesita color. Y para mí es como mi momento personal. Es mi comunión conmigo misma, mi meditación con los colores”, expresa. Lo mismo que a Miquel Barceló le pasa con la arcilla o cuando reconstruye a su manera Notre-Dame, tal y como se muestra también en el documental.
Cine y arte urbano
Saura logra poner en comunión todo eso en Las paredes hablan. No entra en detalle sobre los actos delictivos. Él mismo al verlos en sus viajes se ha quedado fascinados por estas piezas artísticas. De hecho, el bloque final del documental, en el que se muestran obras de diferentes partes del mundo son fotografías que él tomo en el pasado.
Ahí se muestra, una vez más, dentro y fuera de la pantalla el poder del arte. “Ahí está la magia del cine”, señala Anna. “Mi padre, que es fotógrafo antes que cineasta, recordó que en tenía imágenes de grafitis y empezó a buscar en su archivo. Y todas las fotos que aparecen salen de allí. Son fotos que él hizo como observador de la realidad y ahora cobran sentido y tienen ahora un nuevo por qué”, relata.
“Él desde hace muchos años era un observador de ese arte y era un tema que le interesaba y atraía, porque sino no hubiera hecho fotos, porque él hace fotos muy contadas. Es curioso y mágico cómo ha cobrado sentido”, apunta acerca de su padre y su impulso creativo.
El cineasta lleva tiempo interesándose por todo tipo de expresiones artísticas. Son de sobras conocidas sus cintas sobre bailes, desde el Fados, Jota, Tango o Flamenco. Ahora lo hace con el arte urbano. Lo curioso a la par que expositivo de la situación que vive el cine en este país es que, pese a los premios y reconocimientos internacionales que ha recibido el realizador, Las paredes hablan ha costado mucho levantarla. “El ver el nombre de Carlos Saura abre puertas, pero eso no significa que al mes tengas el proyecto financiado, es un proceso”, asegura su hija, quien agradece a María del Puy todo su apoyo para poder sacar la cinta adelante: “es mérito suyo”.
Del Puy reconoce que ha tardado cuatro años levantar este proyecto con más de 14 localizaciones --Madrid, Barcelona, Salamanca...--, cambios… “ha sido complicadísimo”, reconoce, pero no quiere entrar en detalles y prefiere mostrarse optimista. “Financiar documentales es complicado, mucho más que otro tipo de proyectos. Siempre vamos con presupuestos más ajustados porque, a priori parecen necesitar menos, pero no es así en todos los casos”, detalla.
La productora admite que “meterse en el circuito de exhibición es más difícil, pero en los últimos años hay un acercamiento mayor por parte del público. Y no sólo en salas. A través de otras ventanas, como las plataformas, el documental se está acercando al público en los últimos años”. Una buena noticia. Por suerte, sus proyectos siempre han ido en salas y este no va a ser menos.
Saura
Las paredes hablan se estrenó este 3 de febrero en una treintena de salas de todo el país y eso es mérito de ella y la empresa en la que está, Wandavision. Reconoce que cuidan sus proyectos y la prueba es este proyecto de Saura que se extiende más allá de las salas. Quién se acerquen a las sesiones matinales que hacen en el cine Embajadores de Madrid este fin de semana y del siguiente podrán participar de un Safari urbano, un recorrido guiado que permitirá ver a los espectadores la ubicación de algunos de los grafitis que aparecen en el film.
Iniciativas como están demuestran el compromiso de todos los implicados en este proyecto que lo único que busca es reivindicar el arte del cine, de las cavernas y de las paredes. Todos ellos muy cuestionados y en peligro. Y todo gracias a un cineasta de 91 años “con una mente muy despierta y activa”, inquieto y con ganas de compartir sus reflexiones acerca del arte con el público. Él le quita importancia a su firma, al contrario de los grafiteros, pero igual que ellos sabe extraer lo mejor de cualquier superficie, sea un lienzo, un fotograma o una cámara digital. Una vez más, el arte debe estar agradecido a Carlos Saura. Y el público, también.