Josep Caminal: el ‘mayordomo’ sabio

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Josep Caminal: el ‘mayordomo’ sabio

21 enero, 2024 00:00

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En una noche de Richard Strauss, el Liceu instala a su aforo mientras su director de entonces, Josep Caminal, en los primeros compases se funde con el foso, como buen conocedor de los teclados. El gestor toca el órgano y no pierde ninguna oportunidad para practicar su pasión en las capillas y basílicas a lo largo del país. En aquella ocasión se acolcha ante El caballero de la rosa (Der Rosenkavalier), pero no consigue deshacerse de la obsesión de que el Gran Teatro, rodeado de agua por debajo de sus nuevos cimientos, puede acabar algún día por hundirse como un transatlántico a la deriva.

Su sucesora en el cargo, Rosa Cullell, pierde el sueño al saber, por boca de Caminal, que después del incendio devastador de 1993 existe un nuevo peligro latente. Una especie de acqua alta veneciana que puede acabar ahogando al escenario y la platea, como ocurrió en la Fenice, justamente después de otro incendio pavoroso.

Imagen del patio del butacas del Liceu

Imagen del patio del butacas del Liceu Europa Press

Caminal, un animal político formado en Convergència, es entonces un gestor mesocrático muy bien relacionado con un Miquel Roca que atraviesa su desconexión con los nacionalistas y vive con desánimo su salida de CiU. Es el escenario de la ruptura con el pujolismo, vertebrada por el fill de l’amo, Oriol Pujol Ferrusola, David Madí o Artur Mas, entre otros, en la aventura soberanista. Caminal es el hermano del historiador Miquel Caminal -autor de la mejor historia del PSUC- y hombre de música que se alarma ante las llamas. Él las ha sufrido en el Liceu como el que vive bajo el bombardeo de la ópera de Múnich, “el teatro de la corte”, como le llamó en su día Strauss, embargado por la tristeza y la pérdida que siguió con la destrucción de las óperas de Berlín, Dresde y Viena.

Cuando llega a Barcelona el estreno de Metamorfosis, Caminal ha dejado el cargo y no tiene ocasión de experimentar el dolor del pasado, el sentido testamentario del arte retratado por Karl Kraus en Los últimos días de la humanidad. Frente al Gran Teatro, la Barcelona noble del casco antiguo se ve impregnada de pasado. Sus vecinos viven en una vetusta ciudad con muchos siglos a su espalda, como en la leyenda del Golem en la que se experimenta el nacimiento del hombre-masa (en el sentido de Elías Canetti de Masa y poder) y se afrontan las consecuencias del abandono de los dioses.

El Liceu se reconstruye para lucir magnífico bajo la dirección artística de Joan Matabosch, actual director del Teatro Real de Madrid, y Caminal se convierte en su esencia: la normalidad del perfeccionismo. Este héroe, mitad patricio mitad esclavo, tiene soluciones para los problemas de intriga política o periodística, cuya solución él encuentra en el alambre de la equidistancia. Es el ideal tipo de Poesía y verdad, la autobiografía de Goethe, y también la moderación orteguiana que restablece el equilibrio entre las partes, sea cual sea la disputa.

Torre Godó, el edificio de oficinas y sede del grupo al que da nombre en Barcelona

Torre Godó, el edificio de oficinas y sede del grupo al que da nombre en Barcelona Godó

Caminal es el poder modesto ejercido en la sombra y lleva al punto de no retorno cuando en las últimas elecciones municipales le hace de spin off a Ernest Maragall (ERC), más por afinidad personal que por ideología. Es el perfecto mayordomo, como se dijo, cuando desempeñó la dirección general de presidencia del Grupo Godó, entre 1993 y 2019. Dirigió la Fundación Conde de Godó y fue consejero del Advisory Board del Grupo.

Tanto en la empresa editora como en el Liceu, Josep Caminal pone en juego el mejor fondo de comercio de un humanista: la cordialidad. Ha sentado sus logros en conspiraciones menores, pero muy eficaces; está más cerca de un prelado de la regencia francesa que del cardenal que cimentó al Rey Sol. No le hace falta el rango; él no manda, rige por persona interpuesta. Está marcado por la citada cordialidad, “un saber estar en el mundo, como una lúcida melancolía que rechaza la rabia, como una forma de comprender la vida desde el otro lado, de aceptarla sin bajar la guardia, sin levantar la voz”, en palabras del director de orquesta Xavier Güell, hombre de ópera vinculado al Liceu, literato y autor de libros como La música de la memoria, Yo, Gaudí o Cuarteto de la guerra.

En La Vanguardia o en las antenas de radio y televisión de los Godó, Caminal es la voz en off resolutiva a la hora de prevenir percances. Un invisible para el público, dispuesto a pegar, cortar y soldar de forma indolora. Su mejor momento recuerda a la escuela del buen hacer de Alberto Aza y Santiago Spottorno, en la Casa del Rey. Es de los que informan, asesoran, controlan, escuchan y padecen. Así lo hizo para establecer puentes entre dos exdirectores del periódico, José Antich y Màrius Carol.

Ha sido valido, escudero, centinela y paño de lágrimas. Siempre astuto y en segunda línea para no interferir en las batallas hereditarias del linaje. Su manejo de la información se echa en falta ahora, cuando ya no está en el cargo. Hay ejemplos claros como el de la periodista Mariángel Alcázar, corresponsal del diario de Godó en la Casa del Rey, que dejó el trabajo en la redacción con indemnización incluía, pero a los pocos meses, regresó al periódico por las presiones nunca confesadas de la Corona. Un arranque y freno que, al decir de los empleados de la casa, podía haber evitado aquel experto del public affaire, que se marchó.

Pere Aragonès (en primer término), junto a Javier Godó, Pedro Sánchez y Josep Sànchez Llibre (de derecha a izquierda), en un acto empresaria

Pere Aragonès (en primer término), junto a Javier Godó, Pedro Sánchez y Josep Sànchez Llibre (de derecha a izquierda), en un acto empresaria Foment del Treball

Caminal se compromete, como lo hizo en 2011, cuando se siente especialmente concernido en la aparición de la edición de La Vanguardia en catalán. En aquel momento se apagan las luces rojas de la memoria, el caso Galinsoga, la rebelión de las sotanas, las declaraciones de Escarré y los benedictinos de Montserrat que se refundan en Sant Miquel de Cuixà, al pie del Canigó.     

En el papel y en las ondas, los tiempos cambian a peor. Ahora, con el emérito rondando las regatas de Sanxenxo, cualquier mini riña entre el cuerpo de nobleza y la corona se interpreta como una prolongación de desencaje entre los Borbón-Ortiz y la Zarzuela de hace algunos años, rincón de la Wittgenstein, arrumbada por Letizia, junto a las antiquités étrusques, que colgaron en las paredes los pintores de corte.

Caminal ha sabido aceptar un trono y abandonarlo antes del comienzo. ¿Buena señal o estrategia preconcebida? Le ocurrió en julio del 2001, cuando el entonces alcalde de Barcelona, Joan Clos, le nombra consejero delegado del Fórum 2004, pero él planta el proyecto dos meses más tarde, antes de ser ratificado por la Asamblea General de la entidad. El pujolismo y el maragallismo se ponen de acuerdo en un proyecto mancomunado, pero el rechazo del gestor resulta un golpe en la Plaza de Sant Jaume. El ex convergente está llamado a cohesionar una plataforma cultural que miraba a Davos (Suiza) y a Porto Alegre (Brasil), tratando de unir dos anhelos: la globalización y el altermundismo.

La complementariedad parece compartida entre nacionalistas y socialistas, hasta que Caminal dice no al Fórum. Ha vertebrado la colaboración entre el Ministerio de Cultura, la Generalitat y el Ayuntamiento en la reconstrucción del Liceu, después del incendio, aprovechando el momento en que los vasos comunicantes de las administraciones funcionan y la sociovergencia, antes imposible, ahora se ve factible. Pero el Fórum solo vende ilusión ante un futuro incierto, frente a los Juegos del 92 que, una década antes, movilizaron inversiones capaces de cambiar la piel de Barcelona.

A las puertas de aquel 2004 demoledor, Pujol inicia su retirada, la vuelta a los cuarteles de invierno; Maragall gana los comicios autonómicos y es investido president del Govern y, por su parte, el alcalde Clos se queda solo teniendo en las manos una apuesta sin objetivos definidos. Caminal, que ha centrado el futuro del nuevo proyecto, no se siente capaz de crearlo o trata de evitarlo. A lo largo de su trayectoria, nunca ha marchado al frente de la manifestación. No le hace falta inventar para rehabilitar lo ajeno. Diseña su carrera como el que esculpe figuras de terracota, con dedos finos y muñecas firmes.

Salvador Alemany, presidente del patronato del Liceu

Salvador Alemany, presidente del patronato del Liceu LICEU

Su momento de gestión privada se lo queda Godó y su mejor cooperación público-privada pertenece a Liceu, cuya fundación mantiene a día de hoy un acuerdo unánime de renovación de Salvador Alemany como presidente. Impecable. La pandemia dejó un hueco difícil de recuperar que se hace patente con la retirada de cargos menores, pero superlativos, como el de Jaume Tribó, el apuntador, el hombre del caucus al que Montserrat Caballé le regalaba una flor de su ramo al final de cada función.

Todo ha vuelto, pero siempre falta alguien y ahora sobra, desde luego, la pantalla refulgente sobre el escenario que reproduce el texto y salva a los cantantes sin memoria. El caso de Tribó empieza en 1962, en plena representación de Norma cuando un adolescente de pantalón corto se da cuenta de que la soprano Leyla Gencer inicia el tercer acto de la obra olvidando la primera frase. El Tribó niño se levanta de su asiento en el quinto piso y exclama a grito pelado ¡¡Dormono entrambi!! Los espectadores de los asientos contiguos le riñen y van a buscar a los acomodadores; nadie sabe, claro, que el muchacho recita los libretos de Hofmannsthal en alemán, sin dejarse una línea; es el futuro apuntador, que se ha escondido a ras de tablas a lo largo de medio siglo; el recopilador de los Anales del Gran Teatro que se están empezado a difundir.

Gustavo Dudamel, el director de orquesta en la ópera 'Otello', en el Liceu

Gustavo Dudamel, el director de orquesta en la ópera 'Otello', en el Liceu LICEU

El hombre al que el director Gustavo Dudamel califica como de sabio enciclopedista que mejor ha resumido la vinculación de Barcelona con la ópera. Caminal lo tuvo en su regazo. Supo hacer con él lo que siempre hizo con los demás: consolar y prometer sin fecha fija; ser la voz cambiante, casi un susurro de futuro esperanzador.

El argumentario de un buen comunicador, la definición transpone. Caminal fue el compañero inane y huidizo de tenores, sopranos y directores escénicos. La ópera, como la iniciativa empresarial, es una senda de aprendizaje y disfrute, siempre en tren de extinción, pero siempre reverdecida. Y Caminal es un sabio vestido de cándido; un gran defensor de la habitación del sueño, donde los niños juegan a ser el actuario de la corona de Bohemia, que roba las llaves del tesoro para morir vestido de rey.