La plaga amarilla y la guerra de los símbolos empieza a convertirse en un problema serio. Esa lucha de los activistas independentistas por ocupar el espacio público de todos está degenerando hasta aproximarse a una amenaza de problemas serios.

Lo de las cruces en las playas es una anécdota de suficiente envergadura para ver cómo andan de caldeados los ánimos entre quienes piensan que pueden protestar legítimamente en cualquier lugar común y público y quienes piensan que poseen idéntico derecho a desmontarles el chiringuito. Eso, por más que los tertulianos de Jordi Basté de ayer lo rebatieran como un solo hombre, como una sola voz parecida al editorial único de la prensa catalana, es un inequívoco síntoma de fractura social. Desdeñar su importancia y alcance nos hará lamentarnos cuando algún día no muy lejano debamos pronunciarnos sobre los efectos que esa violencia puede acarrear.

Pero el amarillo, los lazos y las cruces no son más que una expresión de las múltiples cosas que con cierta impunidad se ha propuesto el independentismo para llamar la atención de sus reivindicaciones sobre los políticos en prisión o la retirada del artículo 155. Otras muchas acciones de los llamados CDR causan molestia y enojo entre la ciudadanía. Incluida, por supuesto, una parte de quienes comparten posición política.

Han sido los hoteleros los primeros en llamar la atención sobre el asunto. Piden que los activistas se olviden de las playas, pero también que dejen de importunar a los turistas con cortes de tráfico o cualquier otra acción que resulte disuasoria para que los visitantes repitan. Esas actuaciones, vienen a decir los empresarios del sector, dañan la economía y causan un perjuicio que debiera evitarse.

Que las policías locales o la autonómica miren el fenómeno sin actuar como garantes de la seguridad y de los espacios comunes tampoco es una buena noticia. En Cataluña empieza a cundir la idea de que las fuerzas de seguridad están entre entregadas o prisioneras del soberanismo, lo que empieza a suponer un problema para su credibilidad social.

Toda esa suma de acontecimientos, en una etapa de desgobierno y desorientación, sólo puede conducir a consecuencias negativas. Y que nos acabemos haciendo daño por un quítame allá esas cruces no sería la mejor muestra de sociedad civilizada y avanzada que teníamos hasta no hace tanto.