Aunque en estos momentos lo más razonable sería cerrar filas con el Gobierno para hacer frente a la crisis del coronavirus, las críticas a la gestión del presidente Sánchez también deben aceptarse como algo inherente a un sistema democrático sano y consolidado.

Lamentar la tardanza del ejecutivo a la hora de responder a la pandemia, reprochar su permisividad con las manifestaciones del 8M cuando el riesgo ya era evidente, denunciar la utilización del decreto ley de medidas urgentes para colar una modificación legal que permita a Pablo Iglesias meter el hocico en el CNI, o discrepar sobre la intensidad del confinamiento decretado son actitudes perfectamente compatibles con la lealtad institucional.

Lo que no es tolerable es aprovechar la debilidad del Gobierno en plena emergencia sanitaria para lanzar una campaña política vil e injustificada, como está haciendo el nacionalismo catalán.

La mutación del falaz lema España nos roba --que tanto éxito tuvo-- en el actual España nos mata pasará a la historia de la ignominia de este país y no debería olvidarse cuando se supere esta crisis global.

Como si fuera un augurio de la inminente campaña que iba a poner en marcha, el propio presidente de la Generalitat, Quim Torra, difundió en Twitter el pasado 1 de febrero un artículo que textualmente aseguraba que “España (el Estado) no solo nos roba sino que también nos mata”. Sin olvidar al Síndic Ribó, dos meses antes, responsabilizando a los ciudadanos del resto de España de los problemas de la sanidad pública catalana.

En los últimos días, desde el ejecutivo autonómico se ha acusado al Gobierno de requisar mascarillas destinadas a los hospitales catalanes, de dificultar intencionadamente la llegada de material sanitario, de aplicar medidas recentralizadoras deliberadamente perniciosas para combatir el virus, de divulgar mensajes patrióticos para esconder su tibieza en la lucha contra la enfermedad y de actuar con negligencia con el objetivo de colapsar el sistema sanitario catalán.

Para ello no han dudado en utilizar a expertos como el infectólogo Oriol Mitjà --nuevo héroe del independentismo--, quien ahora pide mayores restricciones --pese a que las implementadas están entre las más estrictas de occidente-- cuando hace apenas unas semanas aseguraba que el coronavirus le preocupaba menos que la gripe convencional. Una posición, por cierto, idéntica a la que tenía el Govern escasas jornadas antes de la declaración del estado de alarma.

En fechas recientes también hemos visto a un concejal de la CUP animar a toser en la cara de los miembros del ejército para contagiarles el Covid-19; a un exactor de TV3 insinuar que los militares han venido a contaminar el aeropuerto de Barcelona; a la exconsejera Ponsatí burlarse de los muertos por la pandemia en Madrid; al presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, mofarse de los fallecidos en el resto de España por el coronavirus; al exvicepresidente de la Generalitat Carod-Rovira imputar al ejecutivo una campaña subliminal para equiparar a Cataluña con el virus; al exeurodiputado de JxCat Ramon Tremosa sugerir que el Gobierno retiene mascarillas; al presidente de Catalunya Acció, Santiago Espot, afirmar que el ejecutivo “está dispuesto a que un virus nos mate antes de dejar de ser españoles 15 días, aunque sea sanitariamente”; al periodista Andreu Barnils pitorrearse de los fallecidos en la capital (“Madrileños muriendo a ritmo de récord”); a la expresidenta del Parlament Núria de Gispert divulgar el mensaje de que “si fuésemos ya República, morirían menos catalanes”, y al expresident fugado Carles Puigdemont acusar a Pedro Sánchez de preferir una España “antes infectada que rota”.

Algunos constitucionalistas bienintencionados consideran que la degradación moral demostrada por el independentismo radical durante esta emergencia sanitaria está sirviendo para que muchos de sus correligionarios se aparten de esas posiciones y abracen opciones más moderadas, como las (supuestamente) encarnadas por ERC.

Sin embargo, este mismo lunes hemos podido comprobar cómo los de Junqueras, lejos de desmarcarse de la estrategia de Torra y su entorno, han amenazado con formar un frente nacionalista contra el Gobierno en el Congreso para oponerse a la prórroga de la vigencia del estado de alarma si no cede a los planes de Torra de aislar Cataluña.

¿De verdad alguien cree todavía que el problema del nacionalismo catalán se resolverá con diálogo?