Se acerca el fin de la Navidad. La bautizarán de otro modo, se mantendrán los festivos, se incrementará el gasto en comidas y regalos, pero ya no será Navidad. Quizás lo llamen vacaciones de invierno, pero nunca más Navidad. En esas estamos. No es ni bueno ni malo, pero siempre sabe mal dejar atrás tradiciones tan arraigadas como esta –que van más allá de las creencias— y, sobre todo, la manera en la que nos las arrebatan. Porque vivimos en un momento de la historia en el que la ultraprotección de las minorías y sus pensamientos e ideologías supone el arrinconamiento concienzudo de las mayorías. Ya sea en materia lingüística o navideña.

Colau lo sabe bien (aunque no es la única, pero sí la máxima responsable de la principal ciudad catalana, su capital, Barcelona). Y son muchos los ejemplos que aparecen junto a su nombre, desde su postura ante el referéndum ilegal hasta la prohibición de las pantallas para ver a la selección española con excusas de poca monta. Pero estamos en Navidad, y Ada también está haciendo de las suyas (como cada año, vaya). Su última ocurrencia es el no pesebre de la plaza Sant Jaume. Fue ella la que eliminó las tradicionales figuras del nacimiento para montar costosas estructuras artísticas sin carácter religioso, pero sin desprenderse del todo del espíritu navideño, y este año se ha superado.

El pesebre de Barcelona de este año es una proyección sobre la fachada del ayuntamiento –es verdad que en esta ocasión sí están Jesús, María y José, así como el tió y otras tradiciones con las que, además, los visitantes pueden interactuar–. Pero se da la circunstancia de que, primero, no es un belén físico y, segundo, solo se puede visitar por la tarde, cuando empieza a oscurecer. En cierto modo, es un nuevo paso de Colau hacia su total eliminación sin que nadie lo eche de menos. Veremos qué sucede con su sucesor al frente del ayuntamiento el próximo año. ¿Seguirá la senda marcada por la activista?

Aun así, el polémico pesebre es solo una parte más del plan anti-Navidad. Toca hablar de las luces. Por lo general, no solo en Barcelona ciudad, están perdiendo sus formas tradicionales, sus motivos navideños. Es el triunfo del capitalismo y la perversión total de estas fechas. Muy bonito, sí, pero ya no importa el significado del alumbrado, sino reforzar su objetivo: consumo, consumo, consumo y consumo. Alejarnos de la esencia de la festividad –paz, amor, familia; total, las familias son cada vez más pequeñas– para llevarnos –para imponernos– a otro lugar. Mejor o peor, el tiempo lo dirá.