El poder engancha. El ego es muy poderoso. Son muchos los que quieren pasar a la historia –“que hablen de mí, aunque sea mal”, dice la conocida frase–, y muy pocos los que lo logran. Quienes mandan saben, además, que solo los que imponen su relato tienen números de terminar en los libros. Vencedores y vencidos. Y Pere Aragonès no quiere dejar pasar su oportunidad antes de terminar, también, en la papelera de la historia.
Aragonès tiene en chino repetir como presidente de la Generalitat. Y si ha aguantado tanto tiempo en minoría, con apenas 33 parlamentarios, es por la negligencia, la inoperancia y el compadreo de los demás. Porque la buena gestión brilla, en general, por su ausencia. Por este motivo se ha sacado de la chistera otro referéndum.
El todavía president, que algunos querían calificar de moderado por el hecho de bastarse del chantaje en lugar de declarar la independencia de manera unilateral, está calcando los pasos de sus antecesores: tapar la ineptitud con el Madrid ens roba y el referéndum de marras. Cutre hasta decir basta. Pero suficiente para desviar la atención en estos tiempos de sequía mal gestionada, educación paupérrima y auge de Puigdemont, entre otros.
Si se dan cuenta, de un tiempo a esta parte vuelve a sonar la cantinela del supuesto déficit fiscal –siendo Cataluña la comunidad autónoma con más impuestos propios, y cobrando el president bastante más que el presidente del Gobierno, por citar dos cuestiones–. Pero faltaba la guinda: otra consulta, ahora pactada, no vayamos a acabar todos en chirona.
Para ello, Aragonès ha vuelto a mentir y a tergiversar el lenguaje, al defender que ese referéndum pactado tiene cabida en el artículo 92 de la Constitución –a ese artículo ya se refirió Puigdemont como condición para investir a Sánchez–. Ahora bien, ¿qué dice ese punto? “Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. Todos. Se entiende que todos los de España, solo faltaría. Además, es el Rey el que debe convocar la consulta. Sí, ese Rey que no reconocen y al que se niegan a recibir por puro postureo.
Por si fuera poco, la pregunta que plantea Aragonès, con respuesta binaria (“¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?”), afecta a un artículo nuclear de la Constitución, el 2: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Pero hay más: ni se requiere de una participación mínima para dar validez a ese referéndum ni en ningún caso sería vinculante.
Añade el Gobierno que esta vez no dará su brazo a torcer, y Aragonès se rebota al no conocer la palabra imposible, menos aún después de la amnistía a la carta. Todo eso a priori, y echando mano del sentido común, porque cuando andan por medio nacionalistas y socialistas –que de ello solo tienen el nombre– todo es posible. Y lo peor es que a corto plazo no se vislumbra alternativas fiables.