La crisis del coronavirus como una oportunidad para transformarse. Este lema se empieza a oír en algunos ámbitos de la esfera pública. No nos debería preocupar si no fuera porque lo reivindican aquellos que repartirán los fondos europeos para la reconstrucción. O, lo que es lo mismo, hasta 140.000 millones de euros que se esperan como un maná que nos hará superar la actual recesión, zanjará los flecos de la anterior y nos llevará a un nuevo modelo laboral más justo, equitativo y hasta sostenible.

Quien no suscriba estos atributos debería estar apartado de la gestión pública. Es cierto que la Administración, a diferencia del sector privado, puede pecar de perseguir objetivos idílicos por el tan denostado bien común. Pero perder el foco de la realidad transforma cualquier gobierno en una feria de vanidades sin utilidad real para la ciudadanía.

La crisis actual no nos transformará. Sí que servirá, como ocurrió en 2008, para acabar con los negocios más parasitarios y ligados a la burbuja del momento. Sea esta puntocom, financiera, de la construcción o del sector turístico. El coronavirus ha acabado con los viajeros y, en consecuencia, la economía de urbes como Barcelona sufre y mucho. España, Cataluña y las localidades con mayor atracción internacional se han quedado sin su principal vía de ingresos. Este verano el virus dio una tregua a Europa y ni siquiera las zonas más atractivas de la Costa Brava consiguieron llenarse de familias francesas y belgas como cualquier otro verano. Vinieron, sí, pero el número no fue suficiente para que todos los negocios sobrevivieran.

Una dosis de realidad para todos esos empresarios de perfil más oportunista no es negativa. No son pocos los negocios que se han visto obligados a mirar por primera vez en muchos años cuál era su entorno real y han tenido que ponerse las pilas para cumplir con los estándares del consumidor local. Y no solo las fórmulas de paella y sangría. En el sector de la restauración, por ejemplo, ciertos establecimientos con propuestas interesantes han abandonado la fórmula del brunch para ligarse al horario de comidas de la mayoría de los locales. O se han planteado que tener la carta solo en inglés no era la mejor opción. Bien por ellos.

El problema es la miopía de ciertos gobernantes cuando confunden algo tan necesario como la obligada convivencia (y el equilibrio) entre el turista y el residente local con la gran oportunidad para conseguir que otro sector tome el relevo de ejercer de tractor de la economía local. Desengañémonos, cualquier paso abrupto en este sentido implica dejar a muchos por el camino. Y las finanzas públicas no están para llegar a este escenario.

En una crisis sobrevenida como la actual en Cataluña nos hemos manifestado incapaces incluso de articular con cierto sentido un programa para repartir ayudas a los más vulnerables del ciclo económico, los autónomos. Los propios agentes sociales tildan de “juegos del hambre” la fórmula que ha elegido la Generalitat y los gestores se llevan las manos a la cabeza y hablan sin filtro. Multitud de despachos de todo perfil, no solo los grandes, no se han cortado ni un pelo a la hora de cargar contra el programa y decir de forma clara y directa qué les pasará a los que esperan cobrar esta ayuda: simplemente, no llegará.

En este caso, el patinazo es atribuible al Gobierno catalán. Otra medalla para un Ejecutivo autonómico más pendiente de sus luchas partidistas con las elecciones del 14 de febrero a la vista (¿impedirá la pandemia su celebración?) que en ser diligente en una situación de emergencia como la actual. Pero ningún ayuntamiento y desde luego tampoco el Gobierno central pueden criticar con la voz demasiado alta este resbalón.

No, el emprendimiento tampoco será la panacea para los que tengan que bajar la persiana. No todo el mundo vale para ser emprendedor y las start ups tecnológicas tienen el índice de mortalidad más alto de todas las mercantiles de nuevo cuño.

No nos debemos rasgar las vestiduras por ello, es lo normal por su perfil. Pero es preocupante que las administraciones se desorienten y aseguren que será este sector el que reactivará de nuevo la economía local. Supone un impulso y especialmente una buena tarjeta de presentación de cualquier urbe el talento (habitualmente joven) y dinamismo que comporta esta actividad. Pero por ahora ni siquiera puede aspirar a sustituir en una cuarta parte el peso que tiene en el PIB la industria o el turismo.

Lo mismo ocurre con todo lo sostenible. El cuidado del medio ambiente es una preocupación del presente y definirá nuestro futuro sí o sí, pero la transición será larga. Ni siquiera se ha completado en un sector como el de la automoción donde el debate sobre la necesidad de abandonar los combustibles fósiles empezó hace décadas y la industria abrazó hace años el cambio necesario como una opción de futuro real.

De nuevo, han sido los agentes sociales los que alzan la voz y reclaman realismo para gestionar la ingente cantidad de dinero que llegará desde Bruselas para evitar que la recesión actual vaya a más. Realismo. Yo añadiría que también hay que tener mucho cuidado, no vaya a ser que algún despistado los use para regar su patio trasero.

 

Destacadas en Zona Franca