Salimos ya en estampida de vacaciones. Dos años con restricciones, la gran mayoría de ellas sin mucho sentido, acaban con la paciencia de cualquiera y a pesar de los atascos e inflación el que puede se va de vacaciones, Carpe Diem, ya llegará el otoño.

Estos años son, como poco, raros. El empleo se ha destruido, luego recuperado y finalmente faltan trabajadores para ocupar muchos puestos en un país con más de tres millones de parados. Sea por la paguita, sea por las penurias de los puestos ofertados o por la economía B, objetivamente faltan trabajadores, pero sigue habiendo un 13% de parados oficiales. This is Spain!

Pero para quien no ha caído por el abismo de la pobreza real, estos meses extraños han permitido ahorrar, con tasas récord en 2020 y 2021. Ahora ese ahorro se está quemando en restauración y ocio toda vez que alguna compra retrasada no se puede materializar por falta de oferta. Todo apunta a una gran temporada para el turismo y lo que le rodea, a pesar de que este año no vienen ni rusos ni chinos y a los impresentables atascos en los aeropuertos, las inconcebibles limitaciones de las líneas aéreas y las huelgas con las que nos obsequian algunos desalmados.

Los profetas del apocalipsis auguran un mal otoño, con tipos de interés al alza, inflación resistente, falta de energía… y probablemente tengan razón, pero sobre todo porque no estamos haciendo nada para poner medidas reales.

El shock de oferta con los cierres de las economías ha sido brutal y todavía vemos coletazos. Los cierres de China, más políticos que sanitarios, están cambiando el mapa mundial de suministros, aderezado por los efectos de la invasión de Ucrania. Pero si no podemos fiarnos de las fuentes de suministro de 2019 hagamos algo, además de llorar, dar ayudas y endeudarnos.

Un ejemplo de la parálisis de Europa lo tenemos en el tercer mayor aeropuerto europeo, Schiphol, en Ámsterdam. Desde finales de abril los servicios de tierra están bloqueados, con especial incidencia en los filtros de seguridad, por falta de personal. Han pasado tres meses y todo sigue igual, colas, retrasos y cancelaciones. ¿No se puede hacer nada? ¿No hay parados en Europa? Pues lo mismo ocurre con el trigo y con tantas otras cosas, incluida la energía. Hemos pasado de la dictadura de la demanda, no olvidemos que hace nada todo eran descuentos y estuvimos meses con inflación negativa, a la dictadura de la oferta, los precios los pone el vendedor porque sabe que la gente comprará. Por eso hay inflación, poca oferta y demasiada liquidez y demanda contenida.

La parálisis de Europa es brutal y no solo no se avanza, sino que además hay varios gobiernos con problemas, desde Reino Unido a Italia, eso sin olvidar una Francia inestable o una España en la que no tenemos claro qué pasará con los presupuestos de 2023. Las medidas no han de ser paliativas de los efectos, deben ir a la raíz. Tenemos que revisar la política agraria europea, la energética y la industrial. Y en ese escenario España puede brillar.

En otoño empezará una larga campaña electoral, lo cual es lo peor que nos podía pasar. En 2023 tenemos municipales, un montón de autonómicas y terminará el año con las generales. Un horror. Porque lo que menos necesitamos ahora son tuits, necesitamos medidas para producir más y mejor, para que haya trabajo y para generar riqueza. No debemos resignarnos, casi todos los males macro tienen solución en la economía real. Puede que la crisis de los semiconductores tenga mala solución, pero el resto de crisis de oferta se pueden encarar con medidas más bien sencillas y, desde luego, no con paguitas o subvenciones.