Lo que comenzó como una teoría conspiranoica más en redes sociales se está extendiendo a medios escritos y, lo que es peor, al discurso de algunos políticos, desde la presidenta de la Comisión Europea a no pocos ministros y políticos del mundo occidental. Poco a poco nos están vendiendo un escenario donde la guerra entre la Unión Europea/OTAN y Rusia es más que posible.
La verdad es que la estabilidad del mundo está agarrada con alfileres. Ucrania y Rusia llevan dos años en guerra, con una Unión Europea empeñada en meterse en cuanto charco encuentra, saltándose todas las líneas rojas. La represalia de Israel en Gaza ya se acerca al medio año y, de nuevo, la UE no sabe si va o viene, defendiendo una tesis y la contraria. Mientras tanto, China mira divertida la torpeza de occidente, planeando su próximo golpe, sea en Taiwán, sea en Japón y, por otro lado, no son pocas las potencias emergentes que se preparan para su momento. Y en Estados Unidos se preparan para unas elecciones que polarizarán aún más a una sociedad dividida, incapaz de encontrar candidatos mejores que dos octogenarios que no se sabe muy bien a quién representan.
Europa es, sin duda, un espacio decadente. Quien ha sido cuna de civilizaciones y ha dominado medio mundo, languidece administrando las sobras de lo que antaño fue el motor. Estamos colonizados tecnológicamente por Estados Unidos, fabrilmente por China, energéticamente por Oriente Medio y demográficamente por África, dejando nuestra defensa en manos de Estados Unidos y habiendo perdido gran parte de nuestros valores. Nuestros jóvenes cada vez son más incultos y superficiales.
Son aburridamente wokes, pero también los, y las, hay terriblemente machistas, aunque otros ni saben lo que son. Nuestros políticos felicitan con entusiasmo el Ramadán y el Diwali, lo cual está muy bien, siempre y cuando no renuncien ni a la Navidad ni a la Pascua, no tanto por ser creyentes o no, sino porque los valores cristianos, católicos y protestantes son la columna vertebral de la historia europea, una historia que queremos olvidar cuando no corregir. Y en medio de todo esto, no hay mejor ocurrencia que prepararnos para una guerra, como si para renacer necesitásemos hundirnos aún más en el lodazal.
Las próximas elecciones al Parlamento Europeo van a estar marcadas por el miedo y, contradictoriamente, por la división. Miedo a Rusia, a la inmigración, al libre comercio... y como solución muchos nos propondrán menos Europa y más fronteras, un auténtico sinsentido. Las grandes potencias lo son, en parte, porque representan a un gran número de ciudadanos. Los 450 millones de personas que conformamos la Unión Europea solo somos un tercio de la población de China, de la India o de los países musulmanes. Si nos disgregamos, no seremos nada.
Que Rusia pueda intentar ensanchar su territorio tras haber logrado razonables, pero muy costosos, éxitos en Ucrania es una posibilidad, pero también hay muchas y más serias amenazas. La peor, sin duda, es el repliegue de Estados Unidos en sus fronteras y su prioridad en el Pacífico. Estados Unidos goza de autonomía militar, energética y tecnológica, y cada vez más manufacturera y demográfica. Puede, perfectamente, dar la espalda a Europa y concentrarse en aquello que le interese, como vigilar a la gran potencia emergente, China. Lo que suceda con Rusia o en Oriente Medio cada vez le importa menos.
Mientras Estados Unidos mira a la luna, Europa se queda absorta mirando al dedo.