Pensamiento

Nuestro Empordà es distinto

30 julio, 2022 23:47

Al haber coincidido en unas pocas semanas la renovación de entidades como Barcelona Global, Cercle d’Economia o Foment del Treball, y cercanas las elecciones de la Cambra de Comerç, ha retornado con intensidad el debate acerca de la salud de nuestra burguesía. Una clase social a la que muchos tienden a percibir como debilitada, por su menor peso económico y su escaso coraje durante los años del procés. Un buen momento para preguntarnos si nuestros burgueses son especialmente venidos a menos o si, por el contrario, no se diferencian tanto de las élites de otros países.

Más allá de la actitud durante el procés (por cierto, fueron también muy escasas las voces críticas de empresarios españoles con intereses en Cataluña) todas las burguesías occidentales reproducen comportamientos similares, consecuencia de la gran transformación de nuestros tiempos: una globalización que ha alimentado el tránsito de una economía de base industrial a una de financiera para acabar en el mundo de lo digital. Un cambio que favorece la escisión de los ricos del resto de la sociedad, para encerrarse en sí mismos y, simultáneamente, abrirse a sus similares de todo el planeta. Un fenómeno que tiene estos días una de sus manifestaciones más características: el tradicional éxodo masivo de nuestras élites al Empordà.

En el mundo de hace unas décadas, supuestamente más cerrado, la cercanía entre unos y otros era mayor que en la sociedad global de nuestros días. Y sin ese contacto directo con el otro es imposible entender, por ejemplo, el porqué del arraigado malestar social. Hablar idiomas, viajar por todo el mundo y haber estudiado en las mejores business school, de nada sirve sin la empatía para interesarse por lo que sucede en barrios cercanos de la misma ciudad.

En mi infancia y adolescencia, los colegios más exclusivos de Barcelona eran, por ejemplo, Jesuitas de Sarrià o Patmos. Hoy, ambos acogen a clase media más o menos aposentada, pues los pudientes han auspiciado decenas de colegios muy elitistas (por el coste de las matrículas). Es decir, ya de niños, cuando se conforma la base psíquica que acompaña toda la vida, ningún roce con el que proviene de un entorno social menos privilegiado.

Acerca de la universidad, las propuestas privadas que recuerdo eran Esade e IQS. La inmensa mayoría de la oferta universitaria era pública, donde la norma era la convivencia entre estudiantes de procedencia diversa. Hoy la privada se ha multiplicado y, además, es difícil encontrar un joven de buena familia que no opte por estudiar business; a diferencia de aquella burguesía que contaba entre sus vástagos con médicos, ingenieros, arquitectos o letrados. Incluso, algún que otro hijo salía progre y optaba por Filosofía y Letras. A su vez, si toda la capacidad intelectual en la etapa formativa se orienta al estrecho marco mental del business, difícilmente se despertará la inquietud por otros universos.

Un ejemplo concreto de convivencia, entre otros, era la mili. Aunque muchos universitarios se diferenciaban del resto al poder acceder a la oficialía, en los meses de campamento la igualdad entre unos y otros era radical. Recuerdo la entrañable amistad entre dos compañeros de cuartel: el hijo de unos forrados armadores canarios y un zapatero remendón asturiano. Inimaginable en nuestros días.

Para no alargarme: en las últimas décadas las élites, en todas partes, se han ido escindiendo de sus conciudadanos. Lo hacen de pequeños y jóvenes y lo consolidan cuando inician sus carreras profesionales, entrando por la puerta grande en el mundo digital o financiero. Una pena porque para cualquier sociedad, el compromiso de sus burgueses con el bien común es fundamental. Y sin empatía, sin un mínimo convivir con el otro, no hay compromiso posible.

Sin embargo, en este mundo global en que todo tiende a homogeneizarse, nuestra burguesía tiene su hecho diferencial: mientras ricos de otras latitudes dedican su verano exclusivamente al buen vivir, no es el caso del Empordà. Los nuestros se mantienen fieles a la mejor tradición de sociedad civil, aquella que se define por atender al interés general. Así, este verano se multiplicarán nuevamente las cenas en las que debatirá y debatirá sobre cómo ejercer su liderazgo como clase privilegiada en beneficio de todos. Atrás los años del procés, ahora conversarán sobre cómo conseguir que los políticos, que no se enteran, les hagan caso; cómo convencer a la ciudadanía del valor del esfuerzo; cómo conseguir que, de una vez, se les reconozca el talento; o que se premie y valore al unicornio de turno. Muchas inquietudes, pero ni el mínimo asomo de autocrítica con las derivas de un capitalismo que rompe la sociedad y la política. Es decir, en realidad van tan a la suya como los de cualquier otra parte. Pero hacen como si no. Por eso son distintos.