La marca barcelonesa de prendas de moda Desigual, otrora pujante y de rentabilidad espléndida, parece una pálida sombra de lo que fue. Atraviesa desde hace seis años una fase de pertinaz decadencia. Pero quien tuvo, retuvo. Pese a las actuales circunstancias adversas, sigue registrando unas magnitudes económicas considerables y luce una robusta capitalización.

El año pasado sufrió el duro impacto de la pandemia. Hubo de cerrar sus tiendas durante tres meses e interpuso expedientes de regulación para más de 600 colaboradores.

El giro se desplomó con estrépito a solo 358 millones, frente a los 589 del ejercicio anterior y muy lejos de la cima de 960 millones alcanzada en 2014. O sea que, 37 años después de ponerse la primera piedra de Desigual, su jibarización ha esfumado dos tercios de las ventas.

La rúbrica del resultado neto es la que mejor refleja las secuelas del derrumbe. En un vuelco radical, semejante partida pasó sin transición de un beneficio de 7,4 millones a una pérdida de nada menos que 83 millones. Son los primeros números rojos que afloran en los anales recientes de la firma.

DESIGUAL EN CIFRAS (en millones de Є)
Año Ventas Resultado Patrimonio
2020 358 -83 240
2019 589 7,4 324
2018 650 3 320
2017 760 47 630
2016 860 71 590
2015 930 65 530
2014 960 134 460
2013 830 130 210

Desigual se fundó en 1984 por iniciativa de Thomas Meyer, emprendedor de origen suizo. Los llamativos diseños y vistosos colores de sus colecciones causaron furor. Con el cambio de milenio, los gestores abordaron la expansión internacional. Sus prendas triunfaron en los mercados más diversos y la casa gozó de una prosperidad deslumbrante.

La expansión de la compañía fue particularmente intensa durante la década prodigiosa en que Manuel Adell desempeñó la dirección general. En ese periodo, la facturación se encaramó de forma exponencial desde 8 millones hasta 800.

Tan espectacular tirón sirvió a Adell, que poseía el 30% del capital, para soltar su pelotazo particular. Dicho y hecho, en 2012 transfirió su participación social al propio Meyer por 200 millones.

Tras la salida del director, Meyer se asignó un suculento dividendo de 385 millones. Dos años después, enajenó un paquete accionarial del 10% al fondo de capital riesgo francés Eurazeo, por el que obtuvo otros 285 millones.

Este flamante inversor soñaba con que la marca barcelonesa siguiera escalando cifras de negocio cada vez más copiosas. Calculaba que Desigual apenas tardaría seis años en salir a bolsa. Eurazeo pensaba aprovechar tal ocasión para deshacerse de su lote de acciones y propinar su propio petardazo.

Pero la suerte no le sonrió. De forma insospechada, Desigual dejó de progresar, se estancó y se fue sumiendo en una crisis que aún perdura. Hastiados de la prolongada decadencia de la enseña, en 2018 los franceses traspasaron su 10%, por 140 millones, al propio Meyer. Este, de pasada, se embolsó un dividendo de 300 millones, pese a que la sociedad solo había declarado un minúsculo superávit de tres millones.

Entre pitos y flautas, es decir, entre el cese de Adell, la incursión de Eurazeo y su posterior estampida, Meyer ingresó por cesiones de títulos y por dividendos la fruslería de 630 millones.

El helvético es desde entonces el propietario casi absoluto. Entre tanto, el tamaño de su consorcio ha experimentado una drástica minoración. Por ejemplo, solo el año último clausuró 70 de los 500 establecimientos que formaban su red.

Thomas Meyer, de 67 años, es muy reservado. Detesta las exhibiciones públicas. Y luce un perfil periodístico literalmente nulo. Las pocas imágenes suyas disponibles son las que su servicio de comunicaciones ha divulgado. En toda su vida solo ha comparecido en una conferencia de prensa, no sin prohibir previamente la presencia en ella de fotógrafos.

El magnate controla el 99,1% de Desigual por medio de una entidad patrimonial denominada La Vida es Chula SL. Esta holding personal, cuyo nombre está tomado de uno de los eslóganes publicitarios de la corporación textil, almacena unos fondos propios de 600 millones. Tal suma es, sobre poco más o menos, la misma que Meyer succionó de Desigual mediante la retahíla de trasiegos y tejemanejes transcritos más arriba.

Pese a la postración de su cadena comercial en los últimos años, no puede dudarse de que la vida ha sido y es especialmente “chula” para el singular personaje que protagoniza este relato.