Mientras Cataluña lidera la subida del paro en España en el mes de agosto y el regreso de Agbar a Barcelona es por ahora la excepción frente al constante goteo de empresas catalanas que siguen cambiando de domicilio fiscal, la política catalana sigue en el insufrible ritornello de la tensión secesionista. La conferencia de ayer de Quim Torra fue un soberano tostón hasta el punto que en las redes el éxito se lo llevó el hashtag #LaTurradelTorra. El president no aportó más que victimismo, poesía, retórica vacía, citas de celebridades mundiales como Luther King o Kennedy para dotar de épica a la “causa justa de la independencia”, etc. Fue un constante lamerse las heridas en relación a un procés que fracasó estrepitosamente en otoño pasado: ni hubo independencia ni el chantaje de alto voltaje que llevaron a cabo durante cinco años los líderes separatistas logró forzar al Estado a pactar un referéndum de autodeterminación. De ese gran incendio, nos ha quedado una sociedad devastada, dividida, en la que el fanatismo político puede en cualquier momento producir un accidente irreparable. Pero Torra no hizo ninguna autocrítica, ni llamó al diálogo interno en Cataluña, ni tuvo media palabra para el resto de los catalanes que no comparten su deseo de ruptura.

Su discurso fue una colección de deseos, un sermón lacrimógeno de fondo totalitario, pero sin ninguna propuesta política concreta. En realidad, no formuló una hoja de ruta digna de tal nombre, sino solo una llamada a la parroquia independentista a resistir y a participar en nuevas movilizaciones, casi de forma permanente hasta conocer la sentencia sobre la políticos presos que, para Torra, ha de ser absolutoria, aunque tampoco dijo qué haría en caso contrario. Alguien ha escrito con gracia que el president tiene la cara y el físico de un enterrador. En cualquier caso, su discurso de ayer fue tan triste que difícilmente logró que los suyos recuperasen la esperanza de que la secesión es posible tras el fracaso de la etapa que entre 2012 y 2017 hemos denominado procés. Ahora bien, la tabarra de Torra dispone de potentes altavoces porque el poder institucional en Cataluña está absolutamente volcado en la agitación y la propaganda secesionista. Es cierto que no hay un desafío concreto, la cacareada “desobediencia” y el “otoño caliente” es, en palabras de la portavoz del Govern Elsa Artadi, solo “una forma política de hablar”. Pero la Generalitat es un poder público del Estado y, por eso mismo, el Gobierno español no puede seguir mirando siempre hacia otro lado cuando los derechos y las libertades de los otros catalanes no son respetados por un Govern que se comporta de forma sectaria.

Ayer #LaTurradelTorra no aportó novedades sino que hizo honor a ese hashtag y fue un auténtico tostón. Por desgracia, es toda la política catalana la que se ha vuelto tediosa y previsible, pues todo está dicho y nadie escucha. Salvo sorpresas, como sería que los independentistas forzaran la aplicación del artículo 155, seguiremos cavando el hoyo en las trincheras a la espera de las municipales (con algunos caídos en combate, como por ejemplo ayer Xavier Domènech, víctima tanto de las incoherencias de los comunes como de la dinámica autodestructiva catalana). Hasta mayo próximo estaremos en un tiempo muerto, insufrible, en el que lo mejor que podemos hacer es desconectar de la tabarra Torra.