Cunde la desilusión en el Diplocat por el poco caso que nos hace a los catalanes la comunidad internacional en las redes sociales, en las que en 2021 se perdió un 40% de referencias a nuestras cosas con respecto al año anterior. Lo han descubierto gracias a un rastreo realizado por la empresa Nethodology, que se dedica a hurgar en Twitter y demás gallineros virtuales internacionales siguiendo las instrucciones de quien la contrata.

Así se ha descubierto que el mundo ya no nos mira, o que nos mira mucho menos que antes: las menciones a Cataluña en 2020 fueron 793.000, mientras que en 2021 se redujeron a 477.000, alcanzando un pico de interés en el mes de febrero, cuando las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél.

Mi teoría es que la comunidad internacional online, al igual que el presidente Sánchez, nos ha tomado la medida, ha visto de lo que somos capaces (y, sobre todo, de lo que no) y se ha puesto a buscar un tema más interesante de conversación (y con esto no estoy diciendo que haya que volver a quemar contenedores y a quemar Barcelona, lo digo por si hay alguien de Arran que me está leyendo por error). Dicha comunidad, por otra parte, no se diferencia mucho de cualquier turba y atiende especialmente al sang i fetge.

Mientras planteábamos un órdago al Estado (cochambroso, pero órdago), se nos prestaba más atención. Y cuando el Barça funcionaba de maravilla, pues también. Pero desde que se vio que el prusés ya no daba más de sí, que se indultaba a sus principales amotinados y que el Barça recuperaba su legendaria tradición de no dar pie con bola, se empezaron a olvidar de nosotros y a buscar otros temas de conversación.

Realmente, ¿qué clase de polémica internacional se puede obtener con numeritos ridículos como el de Laura Borràs con lo del escaño del cupaire Juvillà? Ese es un tema minoritario, de arte y ensayo, de (escaso) interés exclusivamente local y solo para obsesos y cansinos del tema.

Lamentablemente, no tenemos muchos más asuntos susceptibles de interesar a los anónimos internautas globales: unos juegos olímpicos de invierno que no parecen afectar mucho ni a quienes se postulan a albergarlos, una capital en decadencia que cada día está más sucia y que huye como de la peste de cualquier proyecto que pueda otorgarle alguna relevancia (solo el Gobierno estadounidense se ha acordado recientemente de Barcelona, pero ha sido para desaconsejar la visita a sus conciudadanos)... Hemos pasado de moda en Twitter, donde nos habíamos instalado temporalmente con los peores motivos, y a falta de novedades positivas, Twitter se desinteresa de lo que nos pase o nos pueda pasar (si es que nos pasa algo, cosa que dudo).

Supongo que al Diplocat le gusta que se hable de Cataluña en las redes sociales, pero no vamos a arrasar en ellas pasando del Hermitage o haciendo como que desobedecemos al Gobierno central. Y estamos mal de gente para fer bollir l'olla en el extranjero de la manera que le gustaría al Diplocat: los indultados cada día pintan menos y, encima, se ven vilipendiados por sus antiguos hooligans; el frente exterior se reduce a un señor con una fregona en la cabeza que no da un palo al agua, secundado por unos desustanciados cuyas principales iniciativas se reducen a ponerse a hablar en catalán en el Parlamento Europeo y a afearle la conducta a Hermann Tertsch por dirigirse a la cámara desde un ruidoso restaurante bruselense.

En paralelo al desinterés internacional, cunde en la prensa catalana subvencionada la publicación de artículos de corte derrotista a cargo de gente que, hasta hace poco, veía la independencia al alcance de la mano y ahora, frustrada, la emprende contra los políticos a los que votó de manera entusiasta.

Ya nadie cree en la inminencia de la independencia o, si me apuran, en la independencia misma. Todo se reduce a un paripé enfocado únicamente a chinchar, a un aparentar que se sigue en la brecha, pero sin jugarse nada en la supuesta lucha de liberación nacional.

Como decía ayer Joaquim Coll, el prusés está muerto y enterrado, convertido en un espantajo que no da ningún miedo (vean cómo Sánchez va retrasando la mesa de supuesto diálogo ad calendas graecas): puede que el Cid ganara batallas después de muerto y que los moros huyeran despavoridos al ver su cadáver apalancado en la silla de su caballo (o eso aparentaba Charlton Heston en la célebre biopic producida por Samuel Bronston), pero el prusés no llega a ser ni El muerto vivo de Peret. Ante el desinterés general por nuestras cosillas que acaba de observar el Diplocat, solo me viene a la mente el título de una película de Agustín Díaz Yanes: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.