Se acaba de incorporar a nuestra nutrida colección de parásitos políticos el anterior presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, quien, a partir de ahora, ocupará un bonito palacete aledaño al de Pedralbes, cobrará más de 100.000 euros al año (más otros 60.000 para sus gastitos), contará con tres o cuatro ayudantes y un chofer (¿para qué tanta corte?, me pregunto) y esperará tranquilamente a llegar a la edad de la jubilación para retirarse con el 60% de su sueldo de president hasta que el Señor lo llame a su lado.

No hay duda de que nuestra lista de eméritos supera con creces las del Vaticano o la Casa Real española, en las que la figura del Mandamás Jubilado se reduce a una sola persona. Aquí, por el contrario, basta con tirarse unos añitos haciendo como que controlas una gestoría con pretensiones para llevártelo crudo y vivir como Dios lo que te queda de vida, mientras haces como que sigues trabajando duramente por la patria. Los chollos de los expresidentes de la Chene son nuestras puertas giratorias.

Yo diría que nuestros ex irían que se mataban con una pensión apañada, ya que, ¿alguien me podría decir en qué contribuye al esplendor del paisito el pensamiento profundo de Artur Mas, José Montilla o Quim Torra? A mí no se me ocurre nada, la verdad. Y, sobre todo, me pasma la manera en que tiramos el dinero en Cataluña, sin que la población en general ponga el grito en el cielo.

Puestos a hablar de emolumentos desquiciados, ¿qué me dicen de la pasta que se llevan los miembros del gobiernillo de turno? ¿Es normal que el presidente de una comunidad autónoma (o sea, una región, por muchos humos nacionales que se gasten) cobre el doble que el presidente del Gobierno español, que representa a un país de verdad y muchísimo más poblado que Cataluña? Y no solo se trata del presidente de la Generalitat: consejeros, secretarios, subsecretarios, subsecretarillos y asesores de todo pelaje pillan mucho más cacho que sus homólogos a nivel nacional. ¿Acaso nos sobra el dinero en Cataluña? ¿No sería mejor dejar de quejarse del supuesto expolio económico al que nos somete Madrid y empezar a distribuir mejor el dinero del que disponemos?

Salvador Illa ha iniciado dignamente su presidencia, abordando el problema de la pertinaz sequía (que decía el Caudillo), formando un Gobierno aparentemente ecuánime y restableciendo las relaciones con la Casa Real, que se habían convertido en una falta de educación permanente en manos de los lazis (y de Ada Colau). Pero tal vez debería ponerse a barrer su propia casa y darse cuenta de que lo de los sueldos autonómicos es un escándalo y una absoluta falta de respeto para el ciudadano medio, condenado a sueldos cutres y pensiones míseras. O sea, predicar con el ejemplo y apretarse mínimamente el cinturón.

Ya puestos, no estaría de más revisar esas normas absurdas (si bien muy beneficiosas para los que se benefician de ellas) en las que se basa nuestra cada día más extensa galería de eméritos. Algunos expresidentes locales merecen una pensión digna. Otros, una patada diaria en las gónadas. Lo que no se ha ganado ninguno de ellos es el derecho a vivir como un pachá hasta el fin de los tiempos, que es lo que ocurre ahora. Tengo la impresión de que un ex no necesita un despacho (Torra ya se apañaría con una destilería doméstica de ratafía), ni cuatro asistentes, ni un chofer ni nada de nada. Con una pensión decente (que es más de lo que tienen la mayoría de catalanes), ya iría que chutaba.

De esa manera, además, resultaría más verosímil la teoría de que se metieron en política por amor a la patria y no a los monises que esta les otorga graciosamente. Aquí no sobra ni un euro y no estamos para tirar el dinero en asegurarles el futuro a una pandilla de políticos que, en la mayoría de los casos, además, solo han contribuido al caos y el desastre. Nacionales, eso sí.