La posibilidad de que inhabiliten a Quim Torra me llena de gozo, ¿para qué lo voy a negar? Un año y ocho meses de inhabilitación, sin embargo, me parece poco: la cosa debería ser permanente. Lo único que me inquieta del asunto es que no sé si es posible inhabilitar a alguien que no ha hecho nada de nada desde que tomó posesión del cargo de presidente suplente de la Generalitat. Vamos a ver, se puede inhabilitar a un médico, a un abogado y hasta a los organizadores de un golpe de estado posmoderno y a la vez chapucero, pero… ¿es posible inhabilitar a un político que no ha dado un palo al agua durante todo el tiempo que lleva haciendo como que preside nuestra querida comunidad autónoma o, mejor dicho, esa república que únicamente falta implementar?

Yo creo que la defensa de Torra debería ir por ahí. A fin de cuentas, la vagancia no está considerada un delito. En todo caso, se le podría acusar de malversación –se ha dejado una fortuna en viajes a Waterloo–, de hacer el ridículo en el extranjero –no olvidemos aquel viaje a Washington en el que casi pasa la noche en el cuartelillo por gritar e improvisar un castell a la salida de una cena en el Smithsonian–, de absentismo laboral –ha chapado el Parlamento catalán cada vez que le ha dado por ahí porque tenía que ir al Aplec del Cargol o a la Fira del Càntir– o de obstrucción a la justicia –su amiga Aurora Madaula, esposa de ese cerebro privilegiado que es Agustí Colomines, se encarga de retrasar todo lo que puede la ley anticorrupción, no vayan a salir trapisondas del 3% o de la fundación Catdem–. Pero inhabilitarlo como político no va a ser tan sencillo, pues a nadie le consta que haya ejercido jamás ese oficio. Sabemos que fue agente de seguros y que estuvo al frente del Born, pero lo primero lo puede hacer cualquier ser humano y lo segundo, vigilar unas ruinillas del XVIII y prestarle el local al Institut Nova Història para sus exposiciones veraces y objetivas, está al alcance hasta de un chimpancé.

Le recomiendo a Chis Torra que recurra a Javier Melero, un hombre que retuerce el Código Penal que da gusto verlo y que no pierde el tiempo con defensas ideológicas de esas que solo consiguen incrementar la pena del acusado (la mitad de la condena del beato Junqueras se la deberá a esa lumbrera de Van den Eynde). Melero es el hombre adecuado para asegurar que Torra no puede ser inhabilitado como presidente de la Generalitat porque nunca la ha presidido: alguna cita del seminal opúsculo de Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, El derecho a la pereza, resultará muy pertinente.

En cuanto a lo de resistirse a sacar los lacitos amarillos del balcón de la Gene, aconsejo sostener que Torra tiene su propio Código Penal, en el que lo que hizo no es delito. Se podría evocar a Bill Clinton, quien sentó jurisprudencia al declarar que tenía una biblia según la cual la felación no era una relación sexual, sino algo así como una mera muestra de afecto entre amigos. Y como Melero ya citó a Faulkner en el juicio del prusés, podría ahora recurrir a John Cheever, el hombre que dejó escrito que una felación es lo más bonito que un ser humano puede hacer por otro.

Si todo esto falla, aconsejo aducir enajenación permanente, una dolencia que sufren todos los miembros de la administración Torra y de los demás partidos independentistas. Se me ocurren unos cuantos personajes que están mucho peor que Torra, francamente. Y seguro que a Melero también.