Mientras los catalanes nos morimos de coronavirus, de hambre o, directamente, de asco, nuestros políticos lazis no parecen tener la menor prisa en formar un gobiernillo, aunque tal cosa le parezca urgente a cualquiera que no viva en Alfa Centauro (o en Waterloo, que viene a ser lo mismo). La coyuntura es la que es, pero nada acelera el ritmo de los secuaces de Puigdemont, a quien intuimos encantado de interpretar el papel del perro del hortelano: la cachaza de sus señorías, que siguen cobrando su sueldo cada mes pase lo que pase, es notable y yo diría que empieza a agotar la paciencia de la población.

El niño barbudo de ERC ya lleva dos intentos de ser califa en el lugar del califa y no hay tu tía, pues los de Puchi disfrutan enormemente viéndolo sudar tinta para granjearse su aprobación y humillarse cada día un poquito más para conseguir su objetivo. Un objetivo que, francamente, muchos no entendemos por qué se empeña en perseguir, teniendo en cuenta la catástrofe que ha representado para la catalana tierra el anterior esfuerzo de (supuesta) colaboración. Da la impresión de que, después del PSC, el síndrome de Estocolmo que tan eficaces son expandiendo los nacionalistas le ha llegado al partido de los meapilas rurales supuestamente de izquierdas. Si los sociatas nunca eran suficientemente catalanes para los convergentes, parece que los republicanos tampoco.

Por consiguiente, lo mejor que podría hacer el señor Aragonès es buscarse otros socios para formar gobiernillo, y es lo que haría si su partido fuese realmente de izquierdas. Pero como ERC es tan solo una panda de cebolludos con apariencia progresista, pues sigue porfiando con el orate de Waterloo para crear el gran contubernio cebolludo que cree que nos merecemos los catalanes. Cierto es que el asco que se tienen ERC y el PSC no tiene nada que envidiar al que se da entre ERC y JxCat, pero es que al niño barbudo ni se le ocurre llamar a Illa con la excusa de que, por lo menos en teoría, ambos son de izquierdas (aparte de representar a las dos fuerzas más votadas en las últimas elecciones regionales: ya se ve que, si en España son imposibles los pactos de estado, en Cataluña lo son los de estadillo). Con los escaños del PSC y los comunes, el señor Aragonès podría ser califa en el lugar del califa en un santiamén (luego habría follón, claro, pero la situación difícilmente podría alcanzar el tono tenebroso de la colaboración ya ensayada entre los del beato Junqueras y los del cansino de Waterloo, empeñado en colarle su cochambroso Consell per la República peti qui peti).

El niño barbudo no parece querer darse cuenta de que Puchi lo está chuleando de mala manera y que lo mejor que puede hacer, para elevar su maltrecha autoestima, es enviarlo a tomar por saco y formar gobierno con quien más asco pueda darle. Lamentablemente, Puchi, en su condición de icono del independentismo irredento, lo tiene agarrado por sus muy patrióticos cataplines y lo puede convertir en cualquier momento en el botiflerot máximo de la república que no existe, idiota. Haría bien también el señor Aragonès en deshacerse de Omnium, de la ANC y hasta de Lluís Llach y optar por una vida propia y sin hipotecas de ningún tipo. “¡Púdrete en Waterloo, maldito chiflado!” es el mensaje que Aragonès debería dirigir a Puigdemont para recuperar la dignidad. Pero no se atreve porque su síndrome de Estocolmo es más fuerte que el de los sociatas, que con Illa lo tienen bastante controlado últimamente. Consciente de ello, el fugado le sigue dando cuerda para que se ahorque mientras demuestra, una vez más, lo mucho que se la sopla la evidencia de que los catalanes nos estamos muriendo de coronavirus, de hambre o, directamente, de asco.

 

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