Los alegatos finales de los héroes de la república fueron de lo más previsibles: nada de autocrítica, victimismo a granel, chulería y amenazas. El discurso más cursi fue el de Josep Rull, acusando al tribunal de no dejarle ver crecer a sus hijos, como si fuese el único presidiario en España al que le sucede tal cosa. El más jesuítico, el de Jordi Sànchez, aconsejando a los jueces que no contribuyan con una condena dura a empeorar las cosas (un consejo digno de la mafia). Junqueras no se mató con su alegato, pues se dedicó a sus habituales muestras de hipocresía y a insistir en que es muy buena persona y nunca falta los domingos a misa. Cuixart optó por trabajarse la cadena perpetua con su frase “Lo volveremos a hacer”, en referencia a la charlotada del 1 de octubre, pero a cambio patentó un lema que ha sido muy del agrado de todos los procesistas, empezando por Quim Torra, quien lo consagró en sede parlamentaria --sí, a veces el parlamento catalán está abierto y se hace como que se trabaja--, aunque más de manera retórica que con algún viso de verosimilitud.
¡Qué más quisiera nuestro suplente favorito que montar otro cirio como el que montó su antecesor! Su problema es que, en ese mundo real que él frecuenta tan poco, pues si no está en Waterloo es porque anda inaugurando el Aplec del Cargol o celebrando el Día Mundial de la Gralla como Instrumento de Tortura, no amenaza quien quiere, sino quien puede. Torra puede soltar todas las baladronadas que quiera, pero poner en práctica sus deseos ya es otra cosa. Sabe perfectamente cómo se acaba con ciertos órdagos al estado: en el talego y sin ver crecer a tus retoños. Sabe que todo lo que no sea largar puede tener unas consecuencias funestas para él. Por consiguiente, está condenado --junto a todo el nacionalismo cerril y montaraz-- a no ir más allá del incordio permanente, la gesticulación exagerada, la queja constante y el derecho universal al pataleo. Ir más allá, como bien saben los que acaban de pasar por el Supremo, consiste en acabar detenido, juzgado y, posiblemente, encarcelado.
El principal logro del juicio a los golpistas del 1 de octubre es que resulta extremadamente didáctico: es como un manual de instrucciones para esquivar el talego, y así parece estarlo interpretando el señor Torra, un claro ejemplo de perro ladrador y poco (o nada) mordedor. Un charlatán más que dice que es el presidente de la Generalitat, pero se comporta como cualquier columnista de la prensa indepe subvencionada. Prácticamente, un hooligan.
Por mí, puede seguir amenazando a la democracia española hasta que se quede afónico, pero que tenga presente que su chulería es de boquilla y solo revela impotencia. Que chinche y rabie cuanto guste. Que se vuelva a subir el sueldo, no vaya a tener que reducir la ingesta de ratafía. Que disfrute mientras pueda de ese cargo que le va más grande que a David Byrne el traje de Stop making sense. Pero mucho ojo con pasar a la acción, que en Soto del Real hay sitio de sobra para gente como él.