No sé quién ha estado al frente del Ayuntamiento de Barcelona durante este mes de agosto, pero como el resto del año tampoco lo tengo muy claro, pues supongo que da igual. Sin llegar a los extremos de los diputados autonómicos, que han bajado la persiana hasta octubre por la gloria de su madre, Colau y su pandilla también han desaparecido de la ciudad mientras en ésta sucedían catástrofes tan devastadoras como el apagón de la llama sagrada del pebetero del Fossar de les Moreres: los indepes habrían agradecido que la alcaldesa volviese de donde estuviera para encender personalmente el pebetero, pero, en vez de eso, ¿con qué se han encontrado? Pues con un tuit --que a mí me ha parecido muy gracioso, pero intuyo que a ellos no-- en el que Colau declaraba que, aunque hacía como que estaba de vacaciones con la familia, en realidad seguía en Barcelona, dedicada a apagar pebeteros y a colgar, descolgar y volver a colgar lazos amarillos; tras esas actividades, aseguraba, volvía a casa, se atizaba un lingotazo de ratafía y prorrumpía en una carcajada malévola. Como no conozco a mucha gente con menos sentido del humor que Ada Colau, deduzco que el texto lo ha escrito algún asesor ingenioso, pero, en cualquier caso, bienvenida sea esta muestra de ironía.
Lo de Pisarello ya no tiene tanta gracia. Un mes por Uruguay y por su Argentina natal a costa del contribuyente. O eso asegura la oposición, mientras desde Barcelona en Comú sostienen que las vacaciones de Pisarello se han sufragado en base a una especie de crowdfunding entre el ayuntamiento --por las reuniones importantísimas que iba a mantener el buen Gerardo, como la que tuvo con la Súper Corrupta señora Fernández de Kirchner--, universidades argentinas --como la de Rosario, que lo ha nombrado doctor honoris causa-- y los barceloneses, conscientes de las grandes alegrías que aportará a la ciudad el periplo sudamericano de su primer teniente de alcalde.
Por su parte, Águeda Bañón --sí, la de la performance diurética en la Gran Vía de Murcia-- y Gala Pin se han tirado tres semanas en Nueva York porque una de ellas tenía que acudir a un congresillo que solo duraba tres días. Una vez más, la implacable oposición se ha echado encima de nuestros munícipes, cuando todo el mundo sabe que tres días en Nueva York no dan ni para deshacerse del jet lag: yo mismo, nunca he estado en Nueva York menos de dos semanas (aunque también es cierto que el jet lag me afecta hasta en los trayectos del autobús a Cadaqués: ¿no existe el bus lag?).
Barcelona está manga por hombro, se queja la oposición. Pues sí, digo yo, y Cataluña ya ni les cuento. Pero estamos acostumbrados. Lo que pasa es que en verano todo se nota más. Luego llega el otoño y volvemos al sindiós municipal y autonómico en el que vivimos desde hace tiempo. Y siempre hay alguien que te mira y dice: "Parece que ha refrescado, ¿no?".