La manifestación separatista de la Diada políticamente no servirá para nada, porque no se plantea para impulsar nada concreto, sino como simple recordatorio de la fuerza de convocatoria que todavía conserva la ANC. El independentismo recuperará por unas horas su maltrecha unidad y los participantes regresarán contentos a sus casas tras certificar que siguen siendo muchos los que responden a la llamada del ensueño. Se ha convertido en un ritual comunitario tras el fin de las vacaciones que tardará muchos años en desaparecer mientras el sistema mediático catalán lo alimente. Si el año pasado fue la Diada del lamento por los sueños rotos en 2017, esta vez el desconcierto lo inunda todo ante la evidencia de que ni tan siquiera la probable sentencia condenatoria del juicio al procés servirá para que los partidos independentistas tracen una estrategia unitaria. La respuesta al veredicto del Tribunal Supremo quedará en poca cosa, en nada que no hayamos visto antes (sonoras declaraciones, manifiestos y concentraciones de protesta), sin olvidar una cascada de acciones violentas nocturnas contra las sedes judiciales y los partidos constitucionalistas. Pero no habrá desobediencia institucional, al margen de la posible astracanada final con la que el president Quim Torra quiera pasar a la historia del martirologio soberanista, pero que nadie más en el Govern seguirá.

Esta es la Diada que confirma el giro rufianesco en ERC con su secretaria general, Marta Rovira, aceptando por fin desde Suiza que el 1-O no tuvo suficiente “legitimidad interna”, y que no hay más remedio que volver a insistir con otro referéndum. El vídeo de un minuto y medio que TV3 hizo la semana pasada sobre el radical cambio de discurso de Gabriel Rufián en los últimos años no incluyó a tiempo su último rifirrafe tuitero con Jaume Asens sobre la demanda de un Gobierno de coalición. El portavoz republicano en el Congreso reprochó a Unidas Podemos su obstinación en tener ministros, y que esa exigencia tenga como consecuencia volver a votar. Asens, el más proindependentista de los comunes, le devolvió la pulla reprochándole que ERC hiciera de portavoz del PSOE y recordándole que si en abril pasado hubo elecciones anticipadas, con el riesgo de que ganasen las tres derechas, fue porque a los republicanos no les dio la gana de aprobar los presupuestos. Llama la atención ahora que los de Oriol Junqueras estén tan decididos a votar gratis la investidura de Pedro Sánchez, inviten a los de Pablo Iglesias a hacer casi lo mismo, y no se escandalicen al verlos dispuestos a renunciar al referéndum con tal de sentarse en el Gobierno.

Así pues, ¿qué ha pasado en ERC para que se haya convertido en el máximo valedor del acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos? En realidad, hay solo el interés por tener despejado el camino hacia una convocatoria electoral en Cataluña a finales de año, que sería incompatible con la repetición de las elecciones generales. En ERC tienen prisa por ir a unas nuevas autonómicas por tres razones. La primera, para desbancar a JxCat y hacerse con la presidencia de la Generalitat, con una convocatoria que se plantearía principalmente como respuesta a la sentencia. La realidad del desgobierno en Cataluña, con la probable no tramitación por tercera vez de los presupuestos de la Generalitat, podría travestirse así de elecciones “referendarias”. Y los intereses partidistas quedarían así disimulados. La segunda es ir a votar antes de que el espacio postconvergente se reorganice bajo la batuta nuevamente de Artur Mas a partir de finales de febrero de 2020, fecha en la que vence su inhabilitación para ocupar cargos públicos. El expresident, que tiene ganas de volver, sería un contrincante peligroso para el perfil tecnocrático de Pere Aragonès, a quien la dirección de ERC prácticamente ya ha ungido como candidato a la presidencia.

Pero el giro rufianesco daba por seguro que, aunque tarde y mal, PSOE y Unidas Podemos se acabarían entendiendo y Sánchez se presentaría a una nueva investidura antes del 23 de septiembre, lo que ayer quedó ya prácticamente descartado con el entierro de las negociaciones. Salvo sorpresa máxima, volveremos a votar el 10 de noviembre, convocatoria que hace imposible un adelanto en Cataluña. ¡Afortunadamente!, digámoslo claro. Lo mejor para que el independentismo pierda su mayoría en el Parlament y podamos entrar en una etapa de “normalización” es que los proyectos políticos puedan explicitarse sin estar condicionados por la emoción y la sentimentalidad de una sentencia. Las necesarias elecciones catalanas no pueden ser planteadas como una respuesta a una condena de culpabilidad, sino como el único camino para salir de la crisis de gobierno que arrastramos tantos años con el procés y que ha convertido a Cataluña en la autonomía que menos invierte en políticas sociales, entre otras muchas otras deficiencias.