Mientras aquí seguimos enredados con una frenética agenda legislativa diseñada para colar en época navideña cambios que muy poca gente quiere y poder centrarse el año que viene en las sucesivas campañas electorales mientras se despliega un modelo económico con cierto tufo latinoamericano que tan nefastos resultados ha dado, parecemos ignorar que los movimientos que importan para nuestro bienestar se producen en Fráncfort, en concreto en la sede del BCE, y no en Madrid.

La importancia del BCE en nuestra economía es singular. No solo regula y supervisa a nuestras entidades financieras, pulmón imprescindible de toda economía de mercado, sino que, y, sobre todo, tiene delegada la política monetaria de todos los países de la zona euro, incluido el nuestro.

El BCE es quien decide, de manera autónoma, subir o bajar los tipos de interés para enfriar o calentar la economía, con la enorme dificultad de activar una medida igual para todos los países, aunque las circunstancias sean, que lo son, diferentes. La misma medicina para Alemania, Grecia o España. Pero como no salimos de una crisis que entramos en otra, desde 2008 no solo se han bajado los tipos, sino que, además, se le ha dado a la máquina de imprimir billetes. Los estados emitían deuda que compraba el BCE, hinchando su balance de una manera sideral.

En su última reunión, el BCE nos acaba de decir que seguirán subiendo los tipos hasta que la inflación se contenga, pero, sobre todo, que eso de comprar deuda se va a acabar y desde marzo va a retirar parte de los billetes que ha emitido, unos 15.000 millones por mes, y probablemente acelere la retirada en julio. Tras una época demasiado larga de Qualitative y Quantitative Easing, es decir, primero admitir activos de peor calidad y luego simplemente engordar el balance, ahora entramos en el Quantitative Tightening, o sea, reducir el tamaño del balance, es decir, retirar billetes de la circulación. El balance del BCE es de casi nueve billones (nueve millones de millones), un poco menos que la suma del PIB anual de Alemania, Francia, Italia y España… una barbaridad.

Dejar de comprar para pasar a vender deuda, aunque sea de manera lenta al principio, implicará que los mercados se van a tensionar, subiendo el coste de la deuda. La razón por la que lo hace el BCE es muy sencilla, lleva meses intentando enfriar la economía subiendo los tipos y los gobiernos no hacen otra cosa que aplicar medidas fiscales expansivas, rebajando algunos tipos impositivos cuando no dando ayudas a los ciudadanos para que puedan seguir consumiendo. Uno sorbe, el otro sopla. Por intentar aplicar esas políticas contradictorias saltó la anterior, y breve, primera ministra británica, Liz Truss. El incremento en la recaudación derivado de la subida de precios no se está aprovechando para rebajar la deuda, sino para seguir gastando. Este año se van a recaudar más de 30.000 millones por encima de lo previsto y, a pesar de eso, tendremos déficit fiscal. Y el BCE ha dicho basta a este juego de políticas contradictorias.

Entramos en un escenario del que hace mucho tiempo nos habíamos olvidado, más de 10 años. Lo normal, si es que en este entorno macroeconómico puede hablarse de normalidad, será que el coste de la deuda española crezca, no solo por la subida de tipos, sino también por el aumento de la prima de riesgo. Evidentemente el BCE no quiere primas de riesgo disparatadas, pero si suben un poco no hará nada. Y eso significará un sobrecoste para nuestras cuentas públicas.

Nuestra deuda supera los 1,5 billones de euros por lo que subir 100 puntos básicos el coste significará emplear 15.000 millones de nuestros impuestos al pago de la deuda. No será una locura ir pasando de un coste del 1% al 5%, si no es más. Si eso ocurre 60.000 millones o más se irán por el desagüe. Hemos gastado tanto y tanto en tantas cosas inútiles que cuanta más falta nos va a hacer gastar bien, ocuparemos parte de nuestros impuestos en pagar los desmanes de años pasados (y presentes).

El Gobierno se quejará, seguro, de lo malos que son los halcones de Fráncfort y verá la mano negra de su vicepresidente. Y se equivocará. Lo que hace el BCE lo tenía que haber hecho antes pues buena parte del incremento de la inflación no hay que buscarlo ni en Ucrania ni en China, sino en el mal uso que han hecho los gobiernos del exceso de liquidez y de la barra libre del BCE. Veremos hasta dónde aguanta el BCE, pero la prima de riesgo, hoy en torno a 100 puntos básicos, puede subir por encima de 400, lo que implicaría tener que renunciar a muchas cosas de los presupuestos de 2023 o, lo más probable, dejar el marrón al Gobierno que tenga que llevar las riendas de nuestro país en 2024 que, sí o sí, tendrá que acometer recortes en nuestro impagable Estado del bienestar.