Crónica Global viene reseñando todos los días laborables, desde comienzos de octubre, la lista de las compañías que trasladan su domicilio fuera de Cataluña. Sus gestores buscan una seguridad jurídica y una estabilidad política hoy inexistentes en esta comunidad.

En realidad, comenzamos a dar a la luz dicha información bastante antes. Es justo a mediados de 2015, cuando refundamos este medio. El pasado verano, Carles Puigdemont y sus secuaces amenazaron con el referéndum. De inmediato, la huida de empresas se intensificó. En octubre, Puigdemont perpetró finalmente el golpe al Estado y declaró la independencia. El goteo incesante que se venía produciendo, se transforma en una estampida caudalosa.

Desde entonces, Crónica Global ha insertado, con nombres y apellidos, exactamente 2.200 éxodos. Se trata de firmas de todo pelaje y condición; gigantes, grandes, medianas y pequeñas; sociedades industriales, comerciales y de servicios.

Un informe publicado esta semana cifra en 44.000 millones de euros el volumen de facturación de las corporaciones que se han evadido de Cataluña. De ellas, 70 realizan un giro anual superior a los 70 millones.

Todavía es pronto para calibrar el impacto de semejante diáspora en el PIB catalán. La merma puede ser espectacular. Nunca antes Cataluña vivió unos meses tan aciagos para su futuro económico. Porque el exilio de millares de centro creadores de riqueza no es obviamente inocuo, pese a que los políticos secesionistas así se lo vendan a sus parroquianos.

Un informe publicado esta semana cifra en 44.000 millones de euros el volumen de facturación de las corporaciones que se han evadido de Cataluña por el procés

El escaqueo societario implicará en los años venideros una merma de las inversiones y la creación de puestos de trabajo. Dicho con otras palabras, este territorio va a sufrir un empobrecimiento generalizado. Todo ello gracias a un procés demencial, impulsado por una casta política provinciana, que lleva media vida viviendo suntuosamente a costa del peculio de los contribuyentes.

Andreu Mas-Colell, exconsejero de Economía, reconocía hace pocos días que la gran mayoría de las compañías fugitivas jamás regresará. Al día de hoy, muchos dan por seguro que los bancos, las aseguradoras y las grandes empresas cotizadas seguirán ancladas en sus reductos de acogida.

Este es el nefasto legado del delirio separatista auspiciado por Artur Mas. Al final de la película, no va a haber ni la independencia, ni la republiquita catalana. Es algo imposible desde cualquier vertiente que se considere, sea política, social o económica. Pero, entre tanto, se habrá evaporado una porción inmensa de nuestro tejido productivo.

Si los líderes secesionistas fueran altos directivos de una compañía, hace largo tiempo que los accionistas los habrían fulminado, mediante el expeditivo procedimiento de propinarles un enérgico puntapié en el trasero. Es lo mínimo que se merecen.