Hay que reconocer que como campaña publicitaria no está mal, eso de pregonar a los cuatro vientos que uno se niega por contrato a que le traduzcan sus libros al castellano. Teniendo en cuenta que toda aproximación de la mayoría de los catalanes a la lectura en toda su vida es comprar un libro cada Sant Jordi para aprovechar el descuento que hacen las librerías en tal fecha, envolverse con la senyera me parece una idea la mar de ingeniosa para vender libros. A los catalanes les importa un pimiento lo que ponga en las páginas del libro que van a adquirir, puesto que tampoco piensan leerlo, así que, puestos a elegir, mejor hacerse con el de esa chica tan mona que no quiere ser leída en castellano. Júlia Bacardit, pobrecita, jamás va a ganarse la vida como escritora, así traduzcan sus libros a todas las lenguas de la Tierra, pero no hay duda de que tiene futuro en el campo de la publicidad. Desde el famoso “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”, no se veía destreza parecida a la hora de vender un producto.

La inmensa mayoría de los catalanes compran libros por Sant Jordi como compran panellets el Día de Todos los Santos, porque es lo que toca y porque así demuestran ser catalanes de verdad. Las frases más escuchadas por los tenderos durante Sant Jordi, eran hasta ahora “recomiéndeme un libro para alguien a quien no le gusta leer” y “quiero el libro de la chica esa que sale en TV3, no recuerdo como se llama, si hombre, aquella tan simpática”. Este próximo 23 de abril, va a ser “déme el libro de aquella niña que no quiere ser traducida al castellano”. Una bicoca.

Según la supuesta escritora, si tradujeran su supuesto libro al castellano, estaría contribuyendo al retroceso del catalán. Hasta un niño de primaria percibe que tal frase es una burrada, porque no hay relación de causa-efecto entre una cosa y la otra, es decir, entre traducir un libro de una a otra lengua y el retroceso de la primera. Podría --sólo podría-- haber relación si la señorita Bacardit fuese una escritora de verdad, ya que entonces se daría el caso de lectores sesudos de todo el mundo que se esforzarían en aprender catalán para poder leerla. No habría otra forma de disfrutar de su prosa. No fueron pocos los europeos que aprendieron ruso para poder leer a Dostoyevski o Tolstoi cuando apenas existían sus traducciones a otras lenguas. No es que uno quiera insinuar que la tal Bacardit es de inferior categoría a los maestros rusos, pero mucho me temo que nadie va a aprender catalán por el simple placer de leer lo que sea que haya escrito la chica. O sea que, siento ser yo quien le da la mala noticia, su negativa a ser traducida en nada va a favorecer a la lengua catalana.

Eso sí, como he dicho antes, favorecerá a su bolsillo, que es de lo que se trata. En todo el mundo se valora mucho a los héroes, pero en Cataluña se valora especialmente a los héroes de pacotilla, a los que no arriesgan nada con sus actos heroicos. Es el caso de Quim Torra colgando una pancarta, o el de tantos altos cargos que se dejan fotografiar el 6 de diciembre en su puesto de trabajo, para que el mundo vea que no celebran la fiesta española. Esas cosas gustan mucho, porque el carácter catalán es así, de mucho gesticular y poco realizar. Júlia Bacardit, con un gesto inane e inútil, se convierte así en defensora de la lengua, del país, de las esencias y, sobre todo, de su bolsillo. No se puede ser más catalana.

Yo, por mi parte, tomo nota y voy a exigir por contrato a Crónica Global que no traduzca mis artículos al catalán ni al inglés ni al ruso ni al italiano. Como mucho, al bable, que nunca se sabe. La publicidad que sirve para una, sirve para todos.