El excomisario de policía José Manuel Villarejo abandonó esta semana la cárcel de Estremera. Ha permanecido casi cuatro años en prisión preventiva, sin que entretanto haya recaído ninguna sentencia firme. Se le detuvo en noviembre de 2017, acusado de cohecho, blanqueo de capitales y pertenencia a organización criminal.

En este periodo, los tribunales han sido incapaces de juzgarlo y condenarlo. Por ello, la Audiencia Nacional no tiene otro remedio que dejarle en libertad, pues va a cumplirse el plazo máximo de reclusión que fija la ley. Es este un botón de muestra más de la exasperante parsimonia judicial que impera por nuestras latitudes.

El individuo de marras es objeto de investigación en nada menos que 30 piezas separadas. Cada una de ellas encierra su propio racimo de delitos y puede acarrearle una larga estancia entre rejas.

Tres de los sumarios ya están terminados. Se titulan Iron, Land y Pintor. El primero dirime la actuación del excomisario en un pleito doméstico que afecta a la familia García-Cereceda, impulsora de la urbanización de lujo madrileña La Finca.

El segundo escruta el espionaje que propinó a un bufete de abogados por encargo de terceros.

El último le inculpa por chantaje a un promotor inmobiliario, perpetrado presuntamente a instancias del marido de la famosa presentadora televisiva Ana Rosa Quintana.

Las tres causas se han agrupado en una sola, cuya vista empezará a finales de año. La fiscalía pide en conjunto más de cien años de presidio para el encartado.

Este personaje encarna la quintaesencia de la corrupción policial, política y económica. Durante cuatro décadas se movió como pez en el agua por las alcantarillas del Ministerio del Interior. Se ganó a pulso el calificativo de “rey de las cloacas”.

Participó en multitud de operaciones inconfesables. Creó una oficina dedicada en exclusiva a elaborar informes sobre las andanzas de infinidad de magnates y entidades mercantiles.

Los clientes que pasaron por su despacho y apoquinaron por sus carísimos servicios integran el Gotha de la industria, el comercio y las finanzas. Abarcan al menos una docena de grandes compañías, incluidas cuatro del selecto club del Ibex.

BBVA es el más pringado. Bajo la batuta del incombustible Francisco González, el banco contrató los trabajos sucios de Villarejo y le satisfizo honorarios por valor de más de 10 millones de euros a lo largo de una década.

Los apaños habituales del sujeto consistían en pinchar teléfonos, colocar cámaras ocultas, consultar las bases de datos de las fuerzas públicas, de Hacienda y de la Seguridad Social, montar seguimientos, etcétera. El objetivo de tamañas vilezas estaba claro. Acumular información confidencial contra los indagados para, llegado el caso, someterlos a coacciones, “ablandarlos” y exprimirles el bolsillo.

Todas esas supuestas fechorías las cometía un señor con placa de comisario, que no dudó en mezclar su condición de funcionario con sus actividades “privadas”. El mejunje es tan indigesto como ilícito.

Por ejemplo, hay constancia de que mantuvo estrechas relaciones con el controvertido exjuez Baltasar Garzón y con la actual fiscal general, Dolores Delgado.

José Manuel tenía por costumbre grabar a hurtadillas todas las reuniones que celebraba. Fruto de esa afición insana, amasó una cantidad ingente de archivos sonoros en los que pululan políticos, espías del CNI, jueces, fiscales, empresarios y periodistas.

En los registros policiales se le incautaron 32 terabytes de ficheros informáticos. Componen un arsenal documental de magnitudes astronómicas.

La cabra tira al monte. Así, el encarcelamiento no le impidió “filtrar” a la prensa chorros caudalosos de pormenores sobre toda suerte de asuntos conflictivos. Para ello se valió de su propia esposa, que también ha acabado detenida e imputada.

En su prolongada carrera delictiva, Villarejo acumuló una fortuna de varias decenas de millones. Abarca, entre otros bienes, medio centenar de inmuebles. Pero en el pecado lleva la penitencia. Semejante fortunón no le va a privar de un doloroso viacrucis procesal que, salvo mediar un milagro, se coronará con un duradero alojamiento tras los barrotes.