Se asevera que las tres principales instituciones de Cataluña, dejando a un lado Montserrat y La Caixa, son la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y el Barça, sin que el orden de los factores altere el demasiado producto. De hecho, el museo más visitado de Cataluña es el del FC Barcelona. Pues bien: pensar que las tres pueden estar en manos de populistas e independentistas ineptos e incompetentes, pone los pelos como escarpias. El asunto tiene una inquietante dimensión política y social que excede lo puramente deportivo.

Como uno no tiene con qué preocuparse, me ha sobrevenido cierta obsesión con las próximas elecciones a la presidencia del Barça. Quizá porque son antes que las autonómicas catalanas. Conozco gentes que admiten no entusiasmarle el fútbol pero ser furibundos madridistas o culés. Nada se puede objetar a las pasiones de cada uno. Convertido el fútbol en fervor patrio, todo el mundo tiene alma de entrenador y, como en política, sabe y entiende. Aunque una
cosa es la querencia y otra la gestión.

Jose Luis Núñez, que fue presidente del Barça veintidós años, aludió una vez a Barcelona como “esta ciudad olímpica que lleva el nombre de nuestro club”. Fue un verdadero atleta a la hora de construir frases y palabros que acababan formando parte del acervo popular. Esa vez, probablemente le traicionó el subconsciente. Porque de largo viene eso de que “El Barça es més que un club”. Está grabado a sangre y fuego en el frontispicio de la entidad. Manuel Vázquez Montalbán --de quien me permito copiar el titular-- dejó escrito en BARÇA! BARÇA! BARÇA!, artículo de culto publicado en 1969 en Triunfo, que “es la única institución legal que une al hombre de la calle con la Cataluña que pudo haber sido y no fue”. Cincuenta y un años después, algunos parecen empeñados en que esa comunión sea ahora con la Cataluña independiente que anhelan imponer.

El catalanismo siempre ha tenido una gran cercanía al FC Barcelona. Si el Real Madrid era “el equipo del Régimen” (de Franco, claro), gran adversario y expresión del centralismo opresor, el Barça era una forma de manifestar en silencio cierto sentimiento catalanista bajo el franquismo. Manuel Vázquez Montalbán decía también que “este es un público tolerante que no se ceba con el equipo visitante. Salvo una excepción: el Real Madrid”. Sin que ello supusiera un empecinamiento antimadridista, sino que “se remonta a una conciencia histórica de los males del centralismo”. Pero el catalanismo se ha transformado con el paso del tiempo y, al calor del fervor independentista, evolucionado hacia posiciones más radicales.

El Barça ha sido tradicionalmente una pieza codiciada por los gobiernos catalanes, desde los tiempos iniciales de Jordi Pujol. Es evidente que se trata de una potente plataforma de propaganda, con más proyección internacional que Cataluña. Por eso, la celebración de elecciones para elegir una nueva junta, suscita cuando menos inquietud. Entre otras cosas, porque ya no se sabe muy bien dónde empiezan los intereses políticos y dónde los económicos o hasta dónde llegan. Que aquí hay mucha mezcla y la tajada es suculenta: como institución catalana más representativa, palanca política y máquina de hacer dinero. Aunque su momento económico no sea ahora el mejor, el estudio Football Money League, de Deloitte sobre la temporada 2018/19, situaba al FC Barcelona como el primero del mundo por ingresos (840 millones de euros) por delante de Real Madrid y Manchester United.

Todas estas circunstancias propician una especie de conjunción astral en la que parecen converger, según algunos medios informativos, los intereses de Waterloo y Mediapro. Tampoco es el mejor momento de la empresa: sin ir más lejos, la liga italiana reclama 460 millones y 172 la francesa, por impago de derechos televisivos de retransmisión; al margen del escándalo en EEUU por el tema FIGAGATE. Y como si no pasara nada: nadie dice ni hace nada, nadie habla, acaso por eso tan catalán del "tu no et fiquis" (no te metas). Salvo el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, que se refería el viernes en Le Monde a Jaume Roures, fundador de Mediapro, con la boutade de que “es el trotskista más útil de la historia de la revolución desde Trotsky”. Casualidad: el programa televisivo Otra vuelta de Tuerka que pilotaba, se emitía en Público, diario del empresario que hizo de anfitrión de Pablo Iglesias y Oriol Junqueras para que acercasen posiciones sobre el procés.

Las elecciones serán el 24 de enero, tres semanas antes de las autonómicas catalanas el 14 de febrero. Lo previsible es que no dé tiempo a proclamar al nuevo presidente. Pero según quien gane, el Barça puede perder una importante batalla por su independencia. Como en la política, hay ausencia de liderazgos fuertes; reflejo claro del país, afectado por el silencio de la dejación y la desidia, acaso de la cobardía. Cuando pasen ambas elecciones, tal vez algunos se lleven las manos a la cabeza, mientras se preguntan ¿qué ha pasado? Entonces, que nadie se queje.

De momento, reina un inmenso mutismo. Nadie parece dispuesto a dar la cara y plantar batalla. Es difícil saber que piensan los más de 140.000 socios, aunque no parece arriesgado aventurar una voluntad de preservar la institución de cualquier sometimiento político, de grupos o intereses de cualquier tipo, de evitar que se haga del club una instrumentalización zafia, al margen de ideologías, se piense una cosa u otra de la independencia de Cataluña. Asumir esa voluntad de autonomía podría ser un argumento para quien esté dispuesto a enarbolar la bandera de la independencia del FC Barcelona. Y, después, ¡que entre la pelota!