Todo parece indicar que, en efecto, la suerte está echada y que, salvo sorpresa mayúscula, el próximo domingo empieza un cambio de ciclo político sin que sepamos como será exactamente el que viene. Lo de adivinar el futuro es cosa de visionarios, astrólogos o quirománticos, para quien quiera creer en ellos. La impresión general es un deseo profundo de que, por favor, que acabe ya este vía crucis electoral camino del calvario que ya no recordamos ni cuando empezó. Lo malo es que tampoco sabemos cuándo acabará si se llegase a una maléfica situación de bloqueo en función de los resultados del próximo domingo. Solo de pensarlo, se ponen los pelos como escarpias.

Salvo el CIS, claro, todos los estudios demoscópicos, los trackings diarios, coinciden en que la izquierda perderá estos comicios. A expensas de lo que efectivamente ocurra el día 23, el mañana sigue siendo una incógnita. Si ya es difícil hacerse a la idea de que Ada Colau ya no es la alcaldesa de Barcelona, cuesta imaginar cómo serán nuestras vidas sin Pedro Sánchez en La Moncloa y es imposible prever aun cual será el impacto en muchas de las formaciones que participan en esta larga, muy larga competición.

Empezó la semana pasada con un debate que dudo haya servido de algo a los indecisos para orientar su voto hacia un lado u otro. Como tampoco sabemos con precisión el nivel de participación. La verdad es que no se me ocurrió, atento como estaba al lenguaje gestual de los protagonistas, seguir el debate por la radio: simplemente ver y oír por televisión aquella lluvia de continuas interrupciones y datos cruzados embotaba la cabeza. Ni me imagino como sería tratar de escucharlo exclusivamente por la radio. Cierto es que cuando se celebró en 1960 el cara a cara entre Kennedy y Nixon, los telespectadores dieron claramente como ganador al primero, mientras que los radioyentes creyeron que fue el segundo quien se impuso. De aquello hace ya mucho tiempo, había menos televisores en las casas y la imagen tiene hoy un peso decisivo. El caso es que pasó el debate y ocurre como en una final de fútbol: no hay segundo partido de revancha.

En cuanto a la participación, el dato más significativo es la gran demanda del voto por correo, confiando en que los probos funcionarios lleven las papeletas a cuantos lo pidieron. De hecho, sobra esta semana de campaña, en particular para quienes ya emitieron su voto por correo, y no son pocos. Mucha gente ha comenzado ya sus vacaciones estivales y otros muchos ciudadanos pueden preferir quedarse en casa un día que se prevé de calor intenso.

Cada cual tiene sus obsesiones y Barcelona ya no tiene un ayuntamiento controlado por los comunes, que gobernaron la ciudad con un personalismo ajeno a cualquier consenso, pero los efectos del colauismo han quedado presentes. Ya veremos si no los encontramos nuevamente en la corporación municipal, cuando pase el día 23 y sepamos, en función de los resultados, de los planes futuros de Jaume Collboni para gobernar con diez concejales un ayuntamiento de cuarenta y un ediles. Sobre todo, cuando llegue el momento de elaborar y aprobar los presupuestos locales. Una vez más, toca ver y esperar, aunque sea con la mosca detrás de la oreja respecto de las intenciones del nuevo alcalde socialista, sus intenciones inmediatas sobre eventuales pactos.

Es probable que el único efecto claro del cara a cara de hace una semana solo haya servido para que el PP arramble un puñado de votos y escaños de Vox, aunque solo sea por eso del voto útil. Los socialistas, por su parte, parecen haber dado cierto giro a su estrategia y apostar por la idea de que el verdadero peligro es el Partido Popular. Sin embargo, desconocemos y no lo sabremos hasta la noche del próximo domingo, hasta qué punto se está produciendo alguna movilización entre los votantes de izquierda. Desde luego, no son tiempos de entusiasmo en este segmento del electorado. Incluso se advierte de cierta polémica en la cúpula de Sumar por la actitud a adoptar ante la investidura de Alberto Núñez Feijóo: algunas voces parecen apuntar a la posibilidad de abstenerse para evitar la entrada de Santiago Abascal y su muchachada en el Gobierno.

Ya queda apenas nada y Cataluña aparece cada vez más como bastión exclusivo del socialismo hispano, con Salvador Illa como tabla de salvación para la travesía del desierto que parece avecinarse en el PSOE. Eso sí, asumido que el PSC será el ganador en el Principado, la gran duda que se aclarará es ver cómo queda la correlación de fuerzas entre los indepes. Podemos parece acercarse más a ERC que a Sumar; mientras, Junts semeja una jaula de grillos alejados de todo ámbito de poder, con la Diputación barcelonesa como último y claro ejemplo de su pérdida de peso institucional, enrocados en la idea de la amnistía y el referéndum.

La falta de cultura política lleva a olvidar que la vida es puro pacto continuo, un equilibrio permanente de control del factor de rozamiento, una sucesión de transacciones y acuerdos, al tiempo que la mesa de diálogo permanece en el limbo de los justos y sin grandes perspectivas de reactivación. Tanto ERC como Junts podrán salir después diciendo que los ciudadanos han votado mal; pero se equivocan al ignorar que la gente no yerra, sino que entiende y rechaza algo en función del sentido común.