“Mal de muchos, consuelo de tontos”, dice el refrán. Felipe González quiso anteayer desdramatizar la irrupción electoral de Vox con el argumento de que la ultraderecha ya está presente en toda Europa. Pero la excepcionalidad española era solo una verdad a medias porque aquí ya teníamos el patio lleno con otro tipo de populismos, izquierdistas y soberanistas. La entrada ahora de la derecha radical nacionalista española en las instituciones, porque lo de Andalucía es solo un anticipo de un fenómeno que se extenderá con sus matices en las convocatorias municipales, autonómicas y generales siguientes, lo va acabar de complicar todo hasta el punto de imposibilitar en algunos casos la gobernabilidad.

La gestión de los resultados de este domingo es complejísima y lo más probable es una repetición electoral. El hundimiento del PSOE por debajo del 28% subraya un agotamiento político lógico tras 36 años de gobiernos ininterrumpidos. Supone sobre todo el fracaso personal de Susana Díaz, que luchó por aislar la dinámica andaluza de la general española, lo cual ha demostrado ser un grave error de cálculo, pues solo ha aumentado la abstención entre sus potenciales votantes. El importante retroceso electoral de la coalición entre Izquierda Unida y Podemos (Adelante Andalucía), liderada por Teresa Rodríguez, hace que por primera el conjunto de las izquierdas no sumen mayoría absoluta en la autonomía más poblada. Ahora bien, una alternativa de derechas, encabezada por el conservador Juan Manuel Moreno como candidato a presidir la Junta, tampoco es posible. Dejando de lado que el PP ha sufrido también un fuerte castigo en las urnas, perdiendo 7 diputados y casi 300 mil votos, la razón más determinante es que Ciudadanos no puede tener como socio a Vox sin que la formación de Albert Rivera venda su alma de centro liberal europeísta al diablo.

Al líder conservador Pablo Casado esa alianza con la ultraderecha parece no importarle porque el partido de Santiago Abascal, ex diputado autonómico del PP en el País Vasco, nace a finales de 2013 como una escisión ideológica suya y aspira, por tanto, a crear las condiciones para la reabsorción de ese espacio electoral en el futuro. Pero Ciudadanos no puede prestarse a ese juego. Gobernar con un partido contrario a los valores europeos, como ayer subrayaba la editorial de Le Monde, sería el suicidio de la formación naranja. Lo mismo dejó caer el líder liberal europeo, Guy Verhofstadt, en Twitter cuando alertó de que “el éxito de la extrema derecha debe preocuparnos a todos”. Rivera, además, no podría criticar que Pedro Sánchez intente gobernar con el apoyo de fuerzas anticonstitucionales como Bildu o los separatistas catalanes, si en Andalucía apoyase la formación de un Frankestein de derechas con Vox, escenario con el que sueña Pablo Iglesias para resucitar la España del “frente popular” contra la del “frente nacional”.

La solución para Andalucía, y como criterio general en toda España y Europa, es aislar a los extremismos populistas de derechas e izquierdas. Lo sensato es que las fuerzas constitucionalistas que más suman se entiendan. En el caso andaluz, PSOE y Cs están a un solo un diputado de la mayoría absoluta. Ayer el alcaldable Manuel Valls reclamaba sensatamente pactos entre la socialdemocracia y el liberalismo. Los socialistas han gobernado los últimos años gracias a un acuerdo con la formación naranja. Programáticamente no sería muy difícil un nuevo entendimiento. Pero el resultado electoral también pedía cambio. Por mucho que se enroque el socialismo andaluz, la continuidad de Díaz al frente de la Junta es imposible. Lo más sensato sería que el PSOE cediese la presidencia de la Junta al candidato de Cs, Juan Marín, que ha doblado el porcentaje de votos que obtuvo en 2015, para conservar a cambio una parte del poder autonómico en un gobierno de coalición. En ese escenario, al menos los diputados de Izquierda Unida deberían abstenerse para no entregar la gobernabilidad a Vox si realmente se creen el discurso que hacen contra la extrema derecha.

Así pues, lo sucedido en Andalucía es también una oportunidad para el reencuentro entre PSOE y Cs. Pero la dinámica política española está muy enconada y va a condicionar negativamente la situación al sur de Despeñaperros. Lo más probable es que las negociaciones vayan a eternizarse y que el pacto sea imposible por falta de altura de miras de los interlocutores y las zancadillas de los otros rivales. El recurso a volver a probar suerte en unas nuevas elecciones es una tentación demasiado grande. Pero nada garantiza que el resultado no vaya a ser peor.