Desde la moción de censura que derribó a Mariano Rajoy y sentó en la Moncloa a Pedro Sánchez, Albert Rivera ha perdido el norte. Incapaz de salir del laberinto en que se ha metido, cada puerta que abre le lleva a un callejón sin salida.

En la moción de censura cometió ya varios errores: romper de inmediato el pacto de investidura con Rajoy nada más publicarse la sentencia del caso Gürtel; pedir elecciones anticipadas como única solución cuando la convocatoria solo dependía del aún presidente del Gobierno; rechazar el pacto que le ofrecía Pedro Sánchez de fijar una fecha electoral a cambio de apoyar la moción; respaldar, junto a Pablo Iglesias, un “moción instrumental” con el único objetivo de celebrar elecciones, lo que decantó definitivamente al PNV --que no quería de ningún modo ir a las urnas-- en favor del líder del PSOE, y, finalmente, votar junto al PP contra la moción destruyendo la imagen de Ciudadanos (Cs) de partido regeneracionista y anticorrupción, precisamente las razones que le habían llevado a romper con Rajoy.

Esta serie de errores dejó a Rivera tan descolocado y tan frustrado por alejarse su posibilidad de acceso a la Moncloa que solo se le ocurrió, por resentimiento y venganza contra Sánchez o por estrategia, girar a la derecha. Desde entonces empezó a deslizar la idea de que el PSOE ya no forma parte del “pacto constitucional” por haber pactado con los independentistas catalanes, consigna que ha repetido últimamente. ¿Pero quién puede creer semejante ocurrencia? ¿Quién puede creer que el PSOE está fuera del pacto constitucional?  Pedro Sánchez, por mucho que lo digan el PP y Cs, no ha gobernado con los independentistas, ni estaba al servicio de Quim Torra o de Carles Puigdemont. Lo único que hizo fue aceptar los votos independentistas para ganar la moción de censura, lo mismo que Cs y el PP han hecho en Andalucía en la investidura con los votos de Vox. En el caso del PP, incluso llegó a firmar un pacto con los ultras.

Por cierto, que el candidato a la alcaldía de Barcelona Manuel Valls no cesa de advertir a Rivera de los riesgos de un pacto con Vox y el presidente francés, Emmanuel Macron, ha congelado un posible acuerdo con Ciudadanos para las elecciones europeas esperando a ver qué relación se establece entre Cs y la extrema derecha.

Además de aceptar los votos independentistas, Sánchez sí hizo otra cosa: abrir vías de diálogo en Cataluña, acabando con el bloqueo de Rajoy y ensayando una política de desinflamación que logró agravar las discrepancias en el independentismo y que estaba dirigida a desactivar, al menos, al independentismo reversible o sobrevenido. Pero no se entregó a los independentistas, como demostró la falta de acuerdo para aprobar los Presupuestos.

Después, Rivera dio un paso más y anunció que se negaba a un pacto poselectoral con Sánchez, renunciando así Cs a su condición de partido bisagra, capaz de acordar tanto a derecha como a izquierda. Era una estrategia para ganar las elecciones, según todos los analistas, pero también un nuevo error por cerrarse a posibles alianzas antes de ir a votar.

Ahora, Rivera ha ido más allá y ha ofrecido a Casado un pacto para después del 28-A. Al margen de la evidente precipitación, este ofrecimiento solo puede responder a dos ideas: cree que ganará las elecciones o que quedará por delante del PP, cuando ninguna encuesta lo predice, o cree que perderá y en ese caso solo puede aspirar a ser ministro de Pablo Casado, que recogió de inmediato el guante, sugiriendo con ironía que Rivera sería un excelente ministro de Asuntos Exteriores (ni siquiera lo consideraba para vicepresidente). En esta segunda opción, más realista que la primera, la oferta de pacto solo puede perjudicar a Rivera porque asume la posición del perdedor, y eso lo único que hace es restarle votos.

Otra equivocación, aunque encaje en este órdago de intentar superar al PP, es la designación de Inés Arrimadas como número uno por Barcelona al Congreso, relevándola como líder de la oposición en el Parlament. Esta decisión refuerza la impresión de la incapacidad de Arrimadas para construir una alternativa como primer partido en Cataluña, más allá de sus furibundas críticas a Torra en las sesiones parlamentarias. Y da indirectamente la razón a los independentistas cuando acusan a Cs de utilizar Cataluña como plataforma instrumental para gobernar España. A un mes de las elecciones, Rivera sigue cometiendo error tras error y no es capaz de salir del laberinto en el que entró tras su fracaso en la moción de censura de hace once meses.