Antigua fábrica de La Seda de Barcelona / ARCHIVO

Antigua fábrica de La Seda de Barcelona / ARCHIVO

Pensamiento

El sector químico catalán (3): la batalla mercantil en La Seda

Por la empresa pasaron nombres influyentes como Vives, Piqué Vidal, Español, Majó, Echevarría, Calvo Sotelo, Pujol Ferrusola, Artur Mas, Masó, Lara, Vilarrubí, Abelló y Soler Padró

31 marzo, 2019 00:00

La Seda de Barcelona, la empresa que fue símbolo de la industrialización en la comarca del Baix Llobregat y que llegó a tener 25.000 empleados, empezó a salir de su larga crisis el día de 1998 en que Juan Abelló, presidente de Ibersuizas, entró en su accionariado. Su compleja arqueología industrial mantenía intactas las capacidades productivas. El esqueleto arqueológico de sus activos industriales, hechos de enormes contenedores de polímeros, mantenía su estructura, la misma que se salvó de las bombas de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil, pese a estar en una zona roja señalada por los Messerschmitt alemanes.

Al filo del año 2000, la compañía proyectó su segundo gran rescate de la mano de dos nuevos accionistas: José Manuel Lara Bosch, presidente de Planeta, y Enric Masó, el exalcalde de Barcelona que había gestionado sus negocios internacionales desde Mónaco. Lara diversificaba a partir del control absoluto de la cabecera de Planeta y del germen del actual grupo Atresmedia, mientras que Masó regresaba a casa dispuesto a tomar parte en una nueva aventura industrial. Unos años antes, la intervención de la Generalitat había dado paso a un nuevo comienzo, el desembarco de un nuevo equipo de gestión con Rafael Español de presidente y un consejo de administración en el que figuraban directivos afines a las administraciones central y autonómica, como Carles Vilarrubí, Jordi Vilajoana, el exministro de Industria Joan Majó y el mismo Artur Mas, el expresidente de la Generalitat, que atravesaba una momento de paréntesis político.

La Seda había dejado de ser una empresa de fibras para convertirse en un holding químico del que colgaban filiales como Hispano Química, Poliseda, Viscoseda y otras que con los años han ido cerrándose o vendiéndose. Cuando Juan Abelló tomó una participación del 30% en Catalana de Polímeros, la división dedicada al poliéster, la compañía iniciaba al fin un camino de éxito. En esta filial, llamada a convertirse en el motor de la reconversión química, el grupo nombró de consejero a Jordi Pujol Ferrusola.

Poco después, la operación Lara-Masó estaba llamada a ser la segunda salvación del grupo. Pero, mientras avanzaban los preparativos de la llegada que iba a fortalecer el capital de la compañía, falleció Enric Masó, tras cumplir los 85 años. El exalcalde de la Transición, un ingeniero industrial con una enorme vocación por las matemáticas, era un cazador bajista. Su trayectoria, marcada por el éxito en los negocios, estaba fundamentada en su capacidad de anticipación a la hora de adquirir piezas con futuro. Y justamente este era el caso de La Seda, que una vez estructuradas sus deudas con la Seguridad Social y Hacienda, pasaba a convertirse en una pieza codiciada. Así despertó el interés de Masó, el entonces presidente da la cadena hotelera Trusthouse Forte, propietaria del Palace de Madrid, el hotel que lleva escrita en sus salones y habitaciones la historia reciente de España.

Masó hizo de Pigmalión de los altos mandos militares el día que Tejero entró en las Cortes de la Carrera de San Jerónimo frente al establecimiento turístico. También tuvo que dirimir sus diferencias con su principal competidor y antiguo socio, José María Bosch Aymerich, el arquitecto de las bases militares norteamericanas y gestor de Planning Research Corporation, responsable de levantar las ciudades petrolíferas del Golfo Pérsico. Todavía entonces, la larga sombra de Masó se alargaba y desparramaba en varios sectores. Era el brazo industrial e inmobiliario de la penetración en España de George Soros y se comprometió a encontrar nichos de mercado para el plástico de La Seda. Pero su desaparición frenó el impulso estratégico que necesitaba la compañía.

Mucho antes, al comienzo de la última década del siglo pasado, La Seda de Barcelona producía fibras artificiales de poliéster, rayón y poliamida, bajo el mando de su socio mayoritario, la holandesa Akzo. El capital de la compañía contabilizaba todavía las participaciones bancarias del pasado, que habían estado en manos de los Hispano, Urquijo, Central y Banesto. Estos últimos dejaron de ser socios para convertirse en acreedores, en el momento en que se conocieron las altas pérdidas del ejercicio correspondiente al año 1990 y la enorme deuda financiera de la sociedad. El balance y las cuentas de resultados de la emblemática empresa de El Prat de Llobregat, con una plantilla superior a los 3.000 empleados, pero muy memada por los cierres parciales, ofrecía pistas inequívocas de un final de etapa o de una liquidación definitiva. En los primeros meses de 1991, la caída del dólar deterioró las exportaciones de La Seda, que suponían casi el 90% de su facturación de entonces; y, paralelamente, el derrumbe del sector textil se convirtió en su enemigo interior, al interrumpir las compras nacionales de hilo de poliéster.

La suerte estaba echada. A las puertas del proceso concursal, el 11 de julio de 1991, la multinacional Akzo ofreció su participación (el 57,5%) a los bancos acreedores por el precio simbólico de una peseta por acción. Las entidades rechazaron la oferta, siguiendo la línea de abandonar el barco, emprendida meses antes por el abogado y ex presidente del Gobierno, Leopoldo Colvo Sotelo, representante del Banco Urquijo, en el consejo de administración de La Seda. Akzo decidió abandonar de la noche a la mañana y olvidar sus compromisos con la deuda financiera contraída por la empresa y con la comunidad en la que estaba implantada. Antes de su definitiva huida, la multinacional holandesa recibió una oferta de un grupo de empresarios y abogados catalanes que proponían hacerse cargo de casi la mitad de la deuda bancaria. Entre los integrantes de la oferta de salvación destacaban industriales como Juan Echevarría, entonces presidente de Nissan, y los textiles José María Villalonga y Enric Corominas. El grupo ofertante lo completaban los abogados Joan Piqué Vidal, Juan Vives de la Hinojosa, Pedro Cuatrecasas y Andreu Buades, entonces director general de Cirsa, la empresa de juegos recreativos y Casinos de los hermanos Lao.

El esfuerzo empresarial autóctono sonó en las altas esferas de Akzo como una intromisión de emprendedores dispuestos a cobrar la pieza y a rentabilizar el enorme patrimonio inmobiliario que poseía La Seda en sus instalaciones, cercanas al Aeropuerto Internacional de Barcelona. La compañía holandesa decidió entonces vender su participación mayoritaria al abogado Jacinto Soler Padró al precio simbólico de una peseta. Soler Padró era conocido en Barcelona por haber defendido la enseñanza en lengua catalana en un pleno del ayuntamiento, en el tardofranquismo del alcalde Masó. El abogado, que había ganado visibilidad como letrado del futbolista del Barça Bernd Schuster, mostró su nula capacidad de gestión y malas artes en la negociación con los sindicatos que sostenían la exigua viabilidad del grupo químico textil.

La presencia de notables civilistas y de bufetes de prestigio como representantes del accionariado desembocó en una pugna sobre tres frentes: el mercantil, el industrial y el laboral. El cruce de demandas y querellas entre los accionistas situó a la compañía en el blanco de todas las miradas. A los ojos de la opinión, aquella crisis se vivió como la nueva quiebra de la Barcelona Traction, la eléctrica Fecsa, que después de su estallido fue adquirida por el banquero Juan March, al salir vencedor de la mayor batalla mercantil del siglo XX. La empresa de El Prat no tenía centrales hidráulicas ni activos nucleares, pero su histórica presencia de casi un siglo en el cinturón industrial le presuponía una fuente de riqueza. En la primavera de 1992, la compañía, abandonada por Akzo, su mayor accionista, había dejado de tener propietario, pero milagrosamente se mantenía en pie gracias a que sus administradores de siempre, ahora sin los ejecutivos de Akzo, pagaban las nóminas y atendían los pedidos de sus clientes.

Durante un largo paréntesis, La Seda flotó gracias a la subida del precio de la fibra química que fabricaba. La inesperada etapa expansiva sirvió de pausa para diseñar el plan de viabilidad citado, que había orquestado el entonces consejero de la Generalitat, Antoni Subirà. Así llegó a la presidencia Rafael Español, el exCeo de Aiscondel, una de las empresas de Corporación Finenciera Alba, propiedad de los March. Era el momento de la verdad, con la entrada de Abelló y la salida a bolsa de la compañía. Su regreso a la cotización reforzó como sunca sus recuros propios. La Seda se expandió por más de diez países e hizo recurrente su presencia ante los analistas internacionales en la City de Londres y la Bolsa de Madrid. Pero por el camino había dejado atrás a dos grandes socios nacionales (Lara y Masó) y latía de nuevo una batalla accionarial, que todavía hoy la atenaza.