El anuncio hecho el pasado jueves de que Carles Puigdemont encabezará la lista de Junts a las elecciones catalanas del 12 de mayo ha sacudido, como era de esperar, el tablero político en Cataluña. Para evitar especulaciones, una medida necesaria dados los antecedentes, el expresident renunció a presentarse a las europeas del 9 de junio, descartando así de antemano uno de sus habituales golpes de efecto.

Pero una de las novedades de la conferencia de prensa en Elna (sur de Francia) fue que Puigdemont aseguró que solo volverá a Cataluña si tiene posibilidades de ser elegido de nuevo presidente de la Generalitat, si su presidencia puede ser "restituida". "Ahora que se abre la oportunidad de restituir la presidencia destituida por el artículo 155 [de la Constitución] no tiene sentido que rehúya esta responsabilidad", dijo.

El verbo "restituir" lo dice todo y es una muestra del personalismo y del egocentrismo del expresidente. Un personalismo que inundó toda la conferencia de prensa, en una sala en la que no apareció en ningún momento el logo de Junts ni los colores corporativos del partido. El panel de fondo era azul, con la única leyenda de "President Carles Puigdemont".

Este enfoque solo puede ser un desprecio para Pere Aragonès y la presidencia de ERC, que Junts convirtió en solitaria desde su salida abrupta del Govern. Restituir es como el "decíamos ayer" de Fray Luis de León, que reanudó con esa frase sus clases después de una larga ausencia. Restituir es pasar de 2017 a 2024, como si en estos siete años –y en los anteriores del procés-- no hubiera ocurrido nada. Es la demostración de que Puigdemont sigue ausente de la realidad.

Y, encima, en una muestra de temeridad o de cinismo, ofrece a ERC volver a la candidatura unitaria de Junts pel Sí, que fracasó en el intento de lograr la mayoría absoluta en 2015. "No ha habido ninguna propuesta política tan motivadora" dijo, y añadió: "No hemos sabido corregir la desunión ni el enfrentamiento interno", todo ello en medio de reproches a Aragonès por forzar el calendario electoral para perjudicar a Junts y por su estrategia negociadora con el PSOE, además de defender la amnistía y minimizar el valor de los indultos, pactados con ERC. Fue un discurso partidista, aunque no mencionara en ningún momento a su partido.

La apuesta de Puigdemont es arriesgada. Es la tercera vez que se presenta por Junts, con la fuerza de su nombre y con el señuelo de su eventual regreso a Cataluña, y en las dos anteriores fracasó (en 2017 quedó segundo tras Inés Arrimadas y en 2021 tercero detrás de Salvador Illa y Pere Aragonès). En esta ocasión, sin embargo, las cosas son distintas por la aprobación de la amnistía y por el efecto que puede provocar en la campaña la irrupción de un Puigdemont que ha conseguido numerosas concesiones del Gobierno. Aunque el efecto sería mayor si se arriesgara a venir en plena campaña, en vez de cuando se conozcan ya los resultados, aun a riesgo de ser detenido.

En Elna, Puigdemont no se olvidó de los mantras procesistas, como la reclamación de un referéndum de autodeterminación para esta legislatura. "Ellos [el PP y el PSOE] saben que nosotros no hemos renunciado a nada, ni lo haremos, que mantenemos la legitimidad y la legalidad tanto del referéndum como de la declaración de independencia", afirmó. El procés puede haya muerto, pero el procesismo parece que continuará por los siglos de los siglos. Mientras Puigdemont decía esto, el barómetro del CEO apuntaba que los catalanes cada vez están más alejados del "ho tornarem a fer": nueve de cada 10 rechazan la independencia unilateral que sigue defendiendo Puigdemont.

Según la última encuesta de La Vanguardia, Puigdemont es el líder político que suscita más rechazo (un 70%). Por todo ello, la gran pregunta sigue siendo: ¿recogerá solo Puigdemont los restos dispersos del independentismo irredento y fracasará en su última audacia o conseguirá atraer a votantes de otros sectores y convertirse en una alternativa a Salvador Illa, favorito en todas las encuestas